Por Diego Arteaga Moncayo
La escritora norteamericana Wendy Brown en su libro El pueblo sin atributos de 2016 afirma que la principal arma que ha conquistado el neoliberalismo es lograr que toda conducta sea cuantificable únicamente en valores económicos, es decir, toda conducta es una conducta económica y todos los aspectos de la vida se enmarcan y se miden en términos económicos.
Brown postula que la “razón” neoliberal construye a los estados y las personas sobre el modelo de empresa y espera que los dos, tanto estado como personas, maximicen su valor de capital hacia el futuro, los gobiernos se convierten en proyectos gerenciales más que en gobiernos y el marco económico arrincona y anula al marco político.
El neoliberlismo reemplaza derechos por eficiencia y legalidad por eficacia, empresarializa las soluciones, convierte cada necesidad o deseo humano en una empresa rentable utilizando las prácticas del sector privado en el sector público. El neoliberalismo no solo privatiza lo que es público sino que formula todo en términos de inversión y beneficio, incluyendo a los seres humanos.
Se generaliza entonces la incapacidad de criticar al capital y se destruyen los espacios solidarios del estado. Este abandona las estructuras que apoyan a la familia, los hijos, los mayores, los servicios sociales y todas las tareas de asistencia que abandona son cubiertas por las mujeres. El estado mínimo deja caer las resposabilidades de su abandono casi en su totalidad sobre la mujer en plena crisis.
El estado gobierna para el mercado y el ciudadano tolera todo tipo de privaciones para que el estado crezca como empresa y la solución neoliberal a todos los problemas es como en una empresa, más mercado: mercados más completos, más financiados, más apetecibles, más perfectos.
Pero Wendy Brown escribió este gran libro en 2016, antes de la pandemia. Hoy la historia se ha partido, todos los países del primer mundo han visto que todo se debe ubicar en un período al menos de revisión, que un estado fuerte es incluso necesario, que es fundamental para sostener y coordinar una reaccción frente a un golpe del tamaño de esta catástrofe mundial que vivimos.
Hoy el desenfreno neoliberal ya no se ve tan bien, ya no es políticamente aceptable para muchos, ya el ganar-ganar no es objetivo único. El mismo Estados Unidos se ha percatado que llevarse las fábricas a un país donde cuesta la décima parte la producción, al final, destruye el tejido social dentro de sí mismo, se gana más dinero pero se pierde la sociedad. Muchos ven atentos y activos que las banderas del neoliberalismo galopante empiezan a lucir viejas.
Sin embargo, en Ecuador, nuestra élite neoliberal sigue en la época de Reagan, esos grandes años de apertura económica total cuando movías dinero por el mundo evitando gastarlo innecesariametne en impuestos. Tan frescos y convencidos como si ayer hubiese caído el muro de Berlín, les gusta esa época porque esa fue la edad de oro del neoliberalismo.
Pero hoy ya no es esa época y esa época no volverá. Todas las teorías sociales se repiensan y se modifican buscando encontrarse. El mundo está cambiando rápidamente y nuestra élite de derecha sigue dormida soñando con ese pasado dorado donde billetera gana a lo que se ponga en frente. Cómo y en qué condiciones despertará lo veremos próximamente.