por Edgar Allan García
En 1976 el antropólogo y lingüista Iván Van Sertima publicó su obra «Ellos llegaron primero que Colón, la presencia africana en la antigua América», en la que explicaba, echando mano de antiguos mapas de navegación, historias de griots, gráficos encontrados en documentos árabes y datos provenientes de archivos históricos, cómo hacia el año 1310 llegaron a las costas caribeñas (actual Rep. Dominicana y Haití) expedicionarios mandingas del reino de Mali, a bordo de 200 naves maestras y 200 de suministros. A Sertima le llamó poderosamente la atención que, por un lado, un pueblo en Veracruz se llamara «Mandinga» y, por otro, que varias evidencias confirmaran la presencia de Quetzalcoatl en el reino africano de Mali. He aquí algunos datos perturbadores revelados por Sertima: 1.- Quetzalcoatl estaba asociado siempre a un árbol-altar, lo mismo que el dios Dasiri de los mandingas. 2.- La fiesta Dasiri en Mali, tenía lugar a principios de año, igual que la de Quetzalcoalt. 3.- Las ceremonias de autoflagelación son curiosamente iguales en los dos ritos. 4.- La división del zodíaco en 13 casas se repite tanto en Mesoamérica como en Mali. 5.- El número 13 es un número clave en ambas culturas. 6.- En Mali también existió el culto a la «serpiente emplumada». 7.- La similitud de ciertas expresiones y palabras bambaras mandingas con las mexicas, como «aman-tigi» (el sacerdote que oficiaba el culto a los hombres-lobo) y que en Mesoamérica se convirtió en «amanteca» (el oficiante en las ceremonias en las que los escogidos que se disfrazan de coyote, en honor a la deidad coyotlinahual).
No solo los mandingo podrían haber llegado a la actual América, Sertima aseguró en un largo capítulo, que egipcios negros llegaron al continente americano y produjeron una verdadera revolución en varias áreas, en especial la arquitectura. Ahora se sabe, gracias los descubrimientos arqueológicos, que desde hace miles de años varios reinos africanos tenían barcos que navegaban por el Atlántico (La barca solar de Keops, por ejemplo, que fue descubierta en 1954 por Kamal el-Mallakh, tenía 2500 años de antigüedad y medía 43 metros de eslora). Los egipcios a los que se refiere Sertima, correspondían a una de las dinastías de faraones nubios que gobernaron Egipto durante más de medio siglo, entre los que se recuerda a Shabaka, Shabakata, Taharal, Tanutamón, todos ellos de la dinastía XXV, de ahí que los griegos llamaron a dicha región Aithiopía, que quiere decir «país de negros».
La influencia de los egipcios en Mesoamérica sería significativa. Veamos algunas posibles: 1.- La primer semejanza es la construcción de pirámides del tipo ziggurat orientadas hacia el Sol (los ziggurat no solo eran babilónicos, de hecho una de la primeras pirámides egipcias escalonadas se construyó durante el reinado del faraón Zoser de la dinastía III y otros faraones construyeron pirámides similares). 2.- Las esculturas en relieve sobre bloques de piedra. 3.- La elaboración de joyas de los zapotecas (la cera perdida) era igual a la usada en la antigüedad por los egipcios. 4.- El uso del caracol púrpura en la pintura -color sagrado ligado a los poderes del inframundo- se utilizó tanto en Egipto como en México. 5.- Los gobernantes en unos casos y los sacerdotes en otras, usaban barbas postizas. 6.- En Egipto se medía un año de 12 meses de 360 días, al que se agregaban 5 días, igual que en las culturas mesoamericanas. 7.- En ambos lugares el año se iniciaba el 26 de febrero y las dos culturas tenían 12 dioses protectores, uno para cada mes.
Si los datos anteriores parecen simples coincidencias, recordemos que Colón consignó en su diario su interés por comprobar si, como decían los tainos de «La Española» (ahora República Dominicana y Haití), en el sur y sureste de esta habitaban negros que usaban azagayas (lanzas pequeñas) de hierro; también recordemos que varios cronistas de Indias, entre ellos Bartolomé de las Casas, mencionaron que en una región llamada Cuarequa había una población de negros en conflicto desde hacía tiempo con los indígenas. En 1530, el historiador de la corte española Pedro Mártir dejó constancia del encuentro de varios exploradores españoles con negros y escribió que Núñez de Balboa y los suyos encontraron una región remota «donde solo viven negros», por lo que llegó a especular que estos «navegaron desde África y al naufragar se asentaron en estas montañas».
Ha sido tal la cantidad de indicios en la región del Caribe y Centroamérica, que varios estudiosos escribieron libros sobre sus hallazgos, como D.W. Jeffreys, «Pre-Columbian Negroes in America» («Negros precolombinos en América»). Sciantia, vol, 88. Bologna, 1953. También E.B. Renaud escribió «The negroid elements among prehistoric Indians» («Los elementos negroides entre los indios prehistóricos»), Southwestern Lore, vol. 19, núm. 2, Gunnison, Colorado, 1951.
Ya en 1969, el antropólogo y arqueólogo polaco Andrzej Wiercinski realizó estudios craneométricos y no craneométricos (incluido nasales, cefálica, jefe de cuerpo, cabeza-anchura, etc.) con restos de la cultura olmeca encontrados en el sitio ceremonial de La Mesa, los mismos que habrían demostrado «un nuevo y extraño grupo humano no asiático» integrado por lo que él califica de «armenoides», «ecuatoriales (sudaneses)» y «bosquimanos», los cuales «no pueden ser el resultado de un polimorfismo causado por una selección natural en Mesoamérica» sino el resultado de «una extraña y más menos esporádica migración trasatlántica.» Con este material, el antropólogo español Juan Comas Camps realizó un informe preliminar sobre los restos hallados en La Mesa: «Osteología Olmeca», en Anales del Instituto de Etnología Americana. Tomo 6, pp 169-216. Mendoza Argentina, 1945.
En el ensayo «Los negroides prehispánicos del Caribe», publicado en la revista cubana de espeleología y arqueología llamada «1861» (diciembre de 1997-enero 2001), el Dr. Ercilio Vento Canosa registra un hecho que estremecería a más de uno: «…en septiembre de 1996 se habría de producir un hallazgo de gran repercusión antropológica. Al término del período de excavaciones en el sitio Canímar Abajo, en la costa norte del centro de Cuba, los investigadores toparon con un cráneo correspondiente a un adulto de unos 40 años con rasgos típicamente negroides, compatible inclusive con cualquier serie de nativos africanos. La conmoción del hecho removió los habitualmente tranquilos cimientos de la arqueología cubana. La pieza, hallada en el medio de un contexto típicamente aborigen, con rasgos mongoloides, se fechó 1110 años antes del presente (siglos IX a X D.C.); no cabía especular en una inclusión accidental: el cráneo era cronológicamente compatible con el período mesolítico medio a tardío de Camíbar.»
También en la cultura La Tolita, ubicada en el norte de Esmeraldas, se han hallado figuras precolombinas de 2500 años de antigüedad en las que se pueden apreciar evidentes rasgos negroides. Antonio Preciado, sorprendido ante la insólita evidencia, publicó en 1996 «Poema para ser analizado con carbono 14», que en su parte medular dice: «(…) Juan García colocó delante de mi asombro/ la cabeza ´tolita´ de un negro indiscutible/ (precolombina/ previa/ precoz/ prevaleciente)/ que, además, me resulta un fiel retrato/ de alguien que no he acertado a esclarecer/ de dónde tiene cara de viejo conocido,/ a saber desde cuándo lo he tenido presente./ Me conmovió tocarla,/ recorrer la nariz insospechada/ (intransigente,/ intrusa,/ insólita,/ insolente),/ el olfato a sus anchas,/ el intrépido instinto que olió de orilla a orilla/ aromas similares/ y el clima adelantado de ahora estar yo en mí/ madurando palabras;/ seguir, como si fuera sobre un filo cortante/ las líneas indudables de la boca/ (abrupta,/ abrumadora,/ abundosa,/ abultada),/ que no habla y, sin embargo,/ visiblemente a gritos/ dice a los cuatro vientos lo que calla (…)»
Ante tantos indicios, Alexander von Wuthenau publicó en 1975 «Unexpected faces in ancient America, 1500BC-1500DC» («Rostros inesperados en la antigua América, 1500AC-1500DC»), obra en la que expone un mosaico de fotografías tomadas en varios museos del mundo, con figuras provenientes de diferentes culturas pre-colombinas en las que, de forma inobjetable, aparecen rostros de hombres negros; sin embargo, el 20 de setiembre de 1999, un hallazgo en Brasil pondría la cereza definitiva sobre el pastel, puesto que pruebas científicas indicaron que uno de los fósiles más antiguos del continente americano, al que los arqueólogos y antropólogos brasileños han bautizado como «Luiza» (en respuesta a la africana «Lucy») y cuya antigüedad es de nada menos que 11500 años, resultó ser una mujer negra que murió tras un accidente a los 20 años de edad, lo que en buen romance quiere decir que esta negra era contemporánea de los primeros habitantes asiáticos en América. La agencia Reuters informó en esa ocasión que «Una tomografía encargada por un equipo de documentales de la BBC de Gran Bretaña y el Museo Nacional de Río de Janeiro confirmó que Luiza tenía los ojos redondos, gran nariz y barbilla pronunciada, característica de los aborígenes australianos y los nativos africanos.»
En este punto, lo que cabría preguntarse es qué intereses han mantenido oculta -o con bajo perfil- esta información y por qué se sigue manteniendo, por un lado, la teoría de que los primeros -y únicos- habitantes de la pre-historia de América fueron los que cruzaron el estrecho de Bering y bajaron por Alaska a poblar el continente, al tiempo que se empeñan en desconocer las múltiples pruebas de que los negros africanos llegaron a tierras americanas en diversas oleadas y en diferentes momentos, mucho antes de la conquista europea. ¿Será, como dice Armando de Magdalena, porque la gran mayoría de las «investigaciones» y «trabajos de campo» en el antes llamado «Tercer mundo» estuvieron siempre financiados por universidades, fundaciones y organizaciones «no gubernamentales» y «religiosas» de Estados Unidos y Europa, con toda la carga ideológica y la intencionalidad política que ello sugiere?; ¿o acaso se debe a que todo lo que no calza con el paradigma vigente simplemente «no existe», hasta que las pruebas se vuelven tan abrumadoras que resulta imposible negarlo, como sucedió hace siglos con el tema de la redondez de la Tierra?
Si damos por válidas las abrumadoras pruebas reseñadas anteriormente, lo menos que se debería hacer es re-escribir la historia de los negros no solo en el continente americano sino en el mundo entero porque la travesía que significó cruzar el océano Atlántico debió suponer conocimientos avanzados de astronomía, corrientes marinas, construcción de navíos resistentes y una compleja organización social, mucho antes de que en Europa se pudiera siquiera soñar con todo ello. Pero no se trata solo de eso pues, si el pueblo negro en su fuero interno pudiera considerarse a sí mismo como uno de los descubridores del continente americano, el injusto estigma que dejó la esclavitud en los descendientes de los esclavizados podría transmutarse al redimensionar su ser histórico. Como bien indica el filósofo e investigador Eugenio Nkogo Ondó en «Africanos, Afrodescendientes o la simetría histórica y cultural»: «Si la historia de ninguna de esas culturas o civilizaciones que han sido esclavizadas durante siglos se ha identificado exclusivamente con esas etapas atroces, tampoco será posible confundir o identificar la historia afroamericana con la historia de la esclavitud, confundir o identificar la historia africana con la historia del colonialismo.»
Siguiendo esta línea de pensamiento, podríamos llegar a la misma conclusión que Alexander von Wuthenau: «el negro no empieza su andadura en América como esclavo sino como maestro.»