La idea de cambio se ha vuelto conservadora. Cambiar es una involución histórica, al menos eso sugiere el neoliberalismo. Con el prefijo neo aparenta renovación, pero nada más embustero con una carta conservadora bajo la manga. Esta doctrina que, más que un programa económico es una cultura global, una cosmovisión que pretende abarcarlo todo, es hoy por hoy el signo de nuestro tiempo. El espíritu absoluto de una época de valores trastocados, inversos en sus sentidos filosóficos e históricos. El neoliberalismo, como quien mira el pasado reflejado en un espejo, no tiene vocación de futuro ni pretende superar el estatus quo presente, solo remozarlo para sus intereses. Cambiar todo para no cambiar nada, como el perro que busca morderse la cola girando en círculos. El cambio conservador no sería más que un ejercicio semántico sino fuera porque en su propuesta es la nueva abstracción teórica, una remozada concepción del mundo. De un mundo por conservar, sin el menor signo de transformación.
Volver a las rancias convivencias entre el capital y el trabajo, con predominio expoliador del primero sobre el segundo, supeditado a sus designios. Es la propuesta. Vendernos la idea de que no hay nada más retrogrado que el socialismo del siglo XXI, y peor aún el socialismo de siglos anteriores que ni en sus raíces ni en sus ramas mostró capacidad de proyección y sobrevivencia histórica. En ese vacío, el cambio sin cambio es lo que propone el neoliberalismo. Piratea conceptos, roba ideas, usurpa lenguajes en un simulacro de transformación. Vaya ironía, resulta que ahora los reaccionarios son revolucionarios.
¿Los porfiados hechos resultan más tercos que la teoría y le dan razón?
Existe, no obstante, la sospecha de que el cambio dejó de ser lo que era, una superación de lo viejo por lo nuevo. La concepción ayer revolucionaria, hoy se inmoviliza en el presente. No recurre a sus fuentes y no proyecta un futuro. La izquierda denominada “marxista” se niega releer a Marx, en el supuesto de haberlo leído. No quiere repasar a Lenin en su análisis concreto de la situación concreta, en el supuesto tampoco consentido de haber descendido algún momento de lo abstracto a lo real de la política.
Nada más paradójico del deber ser que reivindicar las utopías como alternativas de cambio real. Volver a soñar los mismos sueños que se han convertido en amargos despertares, cuando no, en pesadilla. Mientras que el neoliberalismo -realista, pragmático- apuesta por la degradación de la política, convertirla en falacia que todo lo mercantiliza y transa.
En ausencia de opciones ideológicas, teórica y prácticamente viables, surge el indigenismo como una forma de volver a sociedades prehispánicas, al comunismo primitivo. A formas no orgánicas de cambio social y denostar todo cuanto representa el Estado mestizo, levantando reivindicaciones ancestrales que, de algún modo, contradicen la evolución histórica. En sociedades pluriétnicas, como la nuestra, todo aquello significa inmovilidad política. Ningún proyecto, étnico o mestizo, progresista o conservador, consigue movilizar al conjunto de la población. El sectarismo de cada sector impide, en la realidad, políticas de alianza para enfrentar a sus contrarios. La democracia consensual, fallida, no funciona. Y cabe la pregunta ¿después del cambio inicial qué?
El debate devino en rebate, el intercambio de ideas amenaza convertirse en intercambio de golpes o de balas. En el mundo actual no cabe debatir, sino rebatir. En la dinámica final de la tesis y la antítesis, queda cada vez más lejos la innovadora síntesis. Se ha impuesto la lógica por sobre la dialéctica. De ahí el inmovilismo del pensamiento o su campante anclaje al pasado. Y cabe la pregunta ¿qué, después de la protesta por el cambio y qué hay más allá de la toma del poder?
El traspapeleo de roles es pura ironía histórica. La burguesía olvidó que en su génesis fue revolucionaria. El proletariado no logra conectar su presente de explotación con un futuro revolucionario. ¿O es que cada doctrina innovadora, para sobrevivir necesita conservar?
El cambio, por más conservador que sea, todavía goza de cierto prestigio, aun en su peor presentación simulada. Por esa simple razón el neoliberalismo está ganando terreno. Pese a sus fracasos prácticos.