Mario Vargas Llosa es, sin duda, un gran escritor. Su vasta obra literaria así lo demuestra. Conversación en la Catedral es, quizá, su novela más importante. “Si tuviera que salvar del fuego una sola de la novelas que he escrito, salvaría ésta,” ha dicho el propio autor. Y es también su novela más política. Su novela en la cual retrata los vínculos del poder, los hilos de la corrupción y el envilecimiento como signo de quienes ejercen ese poder. Y retrata una sociedad, la de Lima, que vive en la impostura. Sin embargo, con el paso de los años, el autor se volvió uno de esos personajes de su propia novela. Personajes que habitan, precisamente, en esos espacios de poder. Personajes para quienes su razón de vida es, sobre todo, convivir con el poder. Y codearse con reyes, con empresarios poderosos, con presidentes, y con banqueros. Y gozar las mieles de palacio en cenas, almuerzos y condecoraciones. Vargas Llosa convive con la crema y nata del poder. Y de la nobleza. Y del jet set internacional. Es el ejercicio de la impostura como modo de vida. Esa misma impostura que, cuando joven, criticaba ácidamente en sus primeros libros.
Todos conocemos la postura política de Vargas Llosa. Y sabemos cómo de aquella apasionada y entusiasta militancia en la izquierda latinoamericana pasó a defender y promover las más conservadoras posturas de la derecha europea y latinoamericana. El “caso Padilla” lo alejó de Cuba y de los movimientos de izquierda. Aunque muchos coinciden que, mas bien, ese alejamiento empezó con un golpe de puño, en aquel famoso altercado con García Márquez. Y sobre todo -como señala Jorgenrique Adoum en De cerca y de memoria- cuando ganó el premio Rómulo Gallegos, en 1967, y Vargas Llosa preguntó a Cuba que si debía aceptarlo o no. Cuba le respondío que si, y que el importe del premio lo done a la Revolución Cubana. Vargas Llosa aceptó el premio, pero no lo donó. Y mas bien, se habría comprado una casa en Lima, “para arrendarla, y vivir de su alquiler en Europa.” Ahí, dice Adoum, nació su necesidad de romper con Cuba. Y entonces surgió el caso Padilla, y encontró el oportuno pretexto para hacerlo. Mas tarde, al conocer esta actitud de Vargas Llosa, el historiador y escritor ecuatoriano Alfredo Pareja Diezcanseco exclamaría: “qué canallada.”
Vargas Llosa se separó para siempre de la izquierda y, por tanto, de las causas populares en un continente injusto y desigual. Y se vinculó con los círculos económicos y culturales de la derecha internacional. Postura que se profundizó a partir de su participación en las elecciones presidenciales del Perú, en 1990, cuando fue derrotado por un desconocido Alberto Fujimori. Nunca asimiló tan rotunda y dolorosa derrota, mas aún en manos de un “populista desconocido.” Nunca perdonó al “populismo” su fracaso electoral; hirió para siempre su orgullo, su vanidad y sepultó sus deseos y su ambición por convertirse en Presidente Constitucional de la República del Perú.
En los últimos años esa postura de derecha radical se ha profundizado aún más y se ha vuelto intolerante y, en esencia, se ha tornado antidemocrática. A raíz de la llegada, por la vía electoral, de varios presidentes progresistas, Vargas Llosa asumió una actitud profundamente beligerante. No asumió un rol de oposición, que es legítimo, sino de ataques consertados para derrocar esos gobiernos. Su “Fundación Internacional para la Libertad” creada en 2012 -con una cuantiosa donación del conocido empresario nicaraguense, derechista y antisandinista, Félix Madariaga- promueve actos y eventos dedicados a hostigar a los gobiernos progresistas de la región. Y él mismo, tildó de tiranos y autoritarios a los presidentes elegidos democráticamente. Lo mismo sucedió en España, a raíz del ascenso de Podemos, movimiento ciudadano que surgió en las calles de Madrid, Vargas Llosa radicalizó sus acciones y sus ataques contra sus líderes, y más cuando Podemos y el PSOE consiguieron, democráticamente, ser gobierno. Su discurso coincide con la extrema derecha franquista de VOX. Y no se ruboriza; por el contrario, se siente cómodo y protegido.
Por todo esto, no resultó extraño que Vargas Llosa, al igual que Guillermo Lasso, respaldaran el golpe militar en Bolivia. Un golpe con decenas de muertos y heridos. Ese discurso de “salvaguardar la democracia y la libertad” se transformó en golpismo puro y duro. No le importó respaldar a militares golpistas -que cuando joven repudió- con tal de destituir a Evo Morales, al Movimiento al Socialismo, a las organizaciones populares y movimientos sociales bolivianos.
En el caso de Ecuador, en las elecciones pasadas -y en las anteriores- Vargas Llosa respaldó a Guillermo Lasso, con quien guarda una antigua amistad fraguada a través del vínculo común con José Ma. Aznar, ex presidente del gobierno español del derechista Partido Popular. Recordemos que Aznar es consejero político de Guillermo Lasso. Y no olvidemos que el día anterior a la posesión de Lasso, el pasado 23 de mayo, organizó en Quito el Foro “Desafíos en la libertad,” en el cual participó la flor y nata de la derecha iberoamericana, incluidos los partidos de ultraderecha -fascista- como Vox.” En este foro Lasso anunció que las principales empresas públicas, la mas rentables, serán privatizadas.
De ahí que no nos sorprendió la condecoración que el ya presidente Lasso entregó a Vargas Llosa, la Orden Nacional “Al mérito” en el grado de Gran Cruz, en el palacio de Carandolet. Es el pago a ese respaldo permanente y al apoyo recibido en la campaña electoral. Los discursos, de uno y otro, dejaron en claro que no se trataba de una condecoraciónn por sus méritos literarios sino por su postura política coincidente: “Mario ha sido uno de mis referentes en esta lucha por la libertad, yo también sentí que debía revelarme ante cierto statu quo que sigue dominando nuestra política como nuestra cultura, ”dijo el mandatario ecuatoriano. Y claro, por ello sin dudarlo condecoró a Vargas Llosa y no a los escritores ecuatorianos Jorge Velasco Mackenzie y Eliecer Cárdenas, quienes murieron dos días antes. Para Lasso, y el gobierno, como se trata de escritores nacionales, medio minuto de silencio es suficiente.
Ahora bien, vale la pena referirnos a los contenidos del discurso de Vargas Llosa. Al aceptar la condecoración afirmó: “El comunismo ha desaparecido, ¿dónde está el comunismo que ellos quisieran aplicar en nuestro continente? El comunismo en Rusia ha muerto, lo que existe es un capitalismo de amiguetes.” Y se refirió a Cuba, a Venezuela, a Nicaragua, en los mismos términos. Es el mismo discurso, del comunismo, que se ha manejado en las últimas campañas electorales, incluidas la de Ecuador y Perú. Discursos que buscan provocar miedo y temor en los electores. Y no solo eso, sino que Vargas Llosa incluso llegó a proponer el fraude como un mecanismo para impedir el triunfo de Castillo.
En su discurso en Carondelet, Vargas Llosa no perdió la ocasión para pedir a los ecuatorianos que “dejen convertir a Guillermo Lasso al Ecuador en el país que tiene en sus sueños.” Se refería a la privatización de empresas públicas, carreteras e implementación del modelo neoliberal. Pero lo paradógico es que mientras Lasso colocaba la medalla tricolor en el cuello de Vargas Llosa, en la Penitenciaría del litoral se iniciaba una gran masacre que ha dejado 118 privados de libertad asesinados, ocho de ellos degollados. Es la segunda masacre en las cárceles que se comete en su gobierno, lo que revela su incapacidad no solo para controlar el sistema penitenciario, sino para gobernar.
Al siguiente día, Vargas Llosa realizó otras declaraciones, en las cuales afirmó: “Lo importante en unas elecciones no es que haya libertad, sino votar bien.” Todo un premio Nobel alimentando un discurso absolutamente antidemocrático. Este es el concepto de “libertad” que predica a los cuatro vientos y que, sin crítica alguna, es replicado por los grandes medios de comunicación. No puede ser mas antidemocrático afirmar que las elecciones libres llevan a la gente a votar mal. Claro, votar mal es votar por los candidatos progresistas y de izquierda, como acaba de suceder en el Perú, con Pedro Castillo. Pero, pregunto, ¿votar bien será elegir a un candidato de derecha como Guillermo Lasso, que en solo cuatro meses, ha profundizado el desempleo, la pobreza, los recortes a la educación y la salud, ha presentado una Ley de esclavismo laboral y que, además, se muestra incapaz para dirigir el país?
“Hay que votar bien” dice Vargas Llosa. Gerardo Tercé, de Contexto, sin rodeos le contesta: “hay que distinguir hoy la diferencia en el ejercicio de una intelectualidad honesta e ir por ahí diciendo gilipolleces disfrazadas de libre pensamiento. ¿En qué momento se jodió la intelectualidad, Mario?”
Vargas Llosa ha tomado por bandera la libertad. La libertad del libre mercado. Es el gran baluarte de la derecha mas recalcitrante. Vargas Llosa es, aunque Eliécer Cárdenas (+), sostenía lo contrario, un fanático del neoliberalismo. Ese mismo modelo que en nuestro continente está generando millones de nuevos pobres, mas cinturones de miseria, indigencia, desigualdad e inequidad y, como en nuestro caso, una nueva ola migratoria de miles de ecuatorianos que perdieron la esperanza y no tienen mas opción que buscar una oportunidad en otros países. Esa es la libertad que pregona Vargas Llosa en cenas y condecoraciones. No en vano, Jorgenrique Adoum, al recordar aquel episodio con el premio Rómulo Gallejos reiteró, hace varios años, que Vargas Llosa era un canalla.
Pero además, Vargas Llosa y Guillermo Lasso tienen otro tema en común. Los dos han sido mencionados en la investigación “Pandora papers” por evadir impuestos a través de entidades “offshore.” El escritor utilizó la sociedad Melek, en Islas Vírgenes, valorada en 1,1 millones de dólares para canalizar los derechos de autor y para vender sus inmuebles en Londres y Madrid.
A propósito de los bienes inmuebles, me recuerda aquel episodio, en 1983, cuando Vargas Llosa visitó a Jorge Luis Borges en su departamento de la calle Maipú 994, en Buenos Aires. Borges diría luego: “Es un muchacho que me vino a ver, es un periodista, mi impresión es que era un publicista que venía a venderme una casa.”
Conversación en la catedral seguirá siendo una gran novela. Por ello, como ya se dijo en España, no me queda duda que a Vargas Llosa hay que leerlo pero no escucharlo. Aunque, una vez que lo escuchamos, ya no quedan deseos de leerlo.