Adiós a Jorge Velasco Mackenzie
Por Raúl Pérez Torres*
Así que sí, mi querido Jorge, ahora sí te has ido definitivamente y nos has dejado empobrecidos en esta comunidad de enmascarados que ya no reconocías. Te has ido con la música a otra parte, a celebrar con tus tambores agitados el definitivo encuentro con tu canción perdida.
Desde hace más de cuarenta años, desde que tu palabra aterrizó en la Bufanda del sol, nosotros, Iván, Abdón, Pacho, nos alegramos de que una brisa saltarina y desenfadada de la Costa, una sintaxis libre, agitada por el mar y la plazuela, una palabra sencilla y clara como los amaneceres, viniera a despertarnos y a entregarnos el sicoseo eufórico de Matavilela, el barrio donde aprendiste a putear, a beber, a escribir en la vida, a desacralizar al monje de la literatura, fabulando su rigidez y su seriedad.
Estás de vuelta en el paraíso, protegido, quizá, por los arcángeles que velan las iglesias y los prostíbulos, sentado en un aparte, escuchando un pasillo de J.J. y tomando una cerveza interminable como la muerte, en un rincón vedado para los canallas, para los hipócritas, en el rincón de los justos, esa región, siempre marginal, siempre invisible, donde te escondías de la mediocridad y desolación de este tiempo. Si, quizá allí, en ese prostíbulo del recuerdo que es la literatura, escribiste en nombre de un amor imaginario, historiando el amor geodésico del siglo XVIII, y allí mismo, quién sabe, entre- viste la mejor edad para morir y te alegraste de que esa edad estuviera llena de músicos y amaneceres. Y desde allí, nos con- tabas tus aventuras con la memoria, esa polilla de la escritura que a mí me recordaba a Platón cuando decía que el mismo co- nocimiento no es más que un acumulado recuerdo
Eran los últimos años de la década del setenta, la operación Cóndor, esa organización clandestina internacional de represión política, creada, auspiciada y respaldada por los Estados Unidos, seguía torturando y desangrando nuestros pueblos; en el Ecuador Rodríguez Lara era depuesto y asumía el poder una masca- rada de triunvirato militar, se daba la matanza de los trabajadores del ingenio azucarero Aztra, pero igual cantaban Jota Jota y Charlie García, la negra Sosa y Silvio Rodríguez; moría el dictador español Franco y renacía la Teología de la liberación.
Recuerdo que por aquel tiempo ibas diariamente a Babahoyo, en buseta, a impartir tus clases en la universidad. Ibas silencioso y pensativo, callado como un apostador (como decía Iván Égüez), recorrías absorto, ensimismado, ese largo camino que te servía para memorizar tus cuentos, tus capítulos de novela, apenas anotando palabras sueltas en libretas maltrechas, reinventando la jerga fraterna, reviviendo al Guayaquil profundo, esa ciudad que vive y muere diariamente bajo un sol portentoso y bajo el abrazo lingüístico, coloquial, de tu palabra.
Y lo mismo que tú afinabas en el relato y la novela, profanándolos, lo procuraba infatigable tu hermano mayor de letras, Fernando Nieto Cadena, con la poesía:
Duro con ella hasta que aprenda
hasta que nunca más se ponga entre mayúsculas
Duro con ella duro muy duro hasta molerla que reviente la puerca la maldita la increíble
que explote la tremenda la copulante la insidiosa Duro con ella hasta encontrarla ausente y descreída Duro con ella con esta absurda torpe y loca poesía.
Así tus personajes, filigranas de carne y hueso: el clown que vivía encerrado en el fondo de una maleta, el fotógrafo del parque Centenario, el ladrón de levita, el saltimbanqui, el militarote, el maromero, la flaca Jaramillo, la Narcisita Martillo, el Sebas del Guasmo, el viejo Mañalarga de la cantina El Rincón de los Justos o el padre Casalas de Lomas de Sargentillo, buscando esa voz perdida pero auténtica, esa voz que va conformando un nuevo lenguaje, más auténtico y abra sador y que está repleto de una simbología, urbana, colectiva, liviana como un suspiro y pesada como la desgracia.
Quizá, para autenticar eso, con tus panas escritores y pintores, formaron Sicoseo, esa tomadura de pelo que quería, como dice el pana Raúl Vallejo, encontrar formas expresivas capaces de dar contenido a una realidad despreciada por los «almidonados de las letras», y que más serio aún lo define aquel manifiesto, almidonado también, que en alguna parte dice cómo lograrlo:
A través de una obra que exprese nuestras contradicciones pequeño-burguesas sin escamotear la verdad de nuestra alienación política y cultural, intentando acercar nuestra voz a la voz del pro letariado no para prestarles una voz sino para convertir- nos en eco participante de sus aspiraciones y luchas.
Para esto el lenguaje será un instrumento experimental por el cual vamos a rebautizar la «verdad social» para desmitificarla.
Es decir, a un lenguaje ci- catero, endomingado y con corbata de lazo, había que in- yectarle la adrenalina de la memoria colectiva, del rumor de la calle, de esa voz multitu- dinaria e invisible del pueblo, y tú, mi inolvidable Jorge, mi carroloco, lo hacías de una manera magistral. Tiene razón nuestro amigo Modesto Ponce, quien alrededor de Río de som bras escribió cosas como esta:
Da la sensación que esas páginas se defienden de una realidad no aceptada y casi no nombrada, que combaten solas, que luchan, no solo con su permanente construcción y desarrollo, sino inclusive contra los propios personajes-sombras y el entorno de una urbe casi inexistente, de- liberadamente oculta. Así, por un lado, está la presencia de una ciudad rechazada, que nos lleva, a través de símbolos o significados —y a través de lo no dicho también— a una dimensión, a un universo, esa misma ciudad que, sin ser mostrada ni contada, rodea a la obra y es sin duda sentida y percibida. Allí se mueven, como fantasmas, los personajes, empujados por el mismo sino de escondite y fuga, con sus propios mundos, sus exclusivos referentes y laberintos, para levantar las historias de sus existencias fragmenta- das, inestables, marcadas por lo inexorable. No obstante, sobre esa relación tormen- tosa, ambigua, irremediable entre ciudad y personajes, se levanta la estructura y el desarrollo de un lenguaje que casi parece no importarle lo que cuenta, de un texto que se basta a sí mismo y que comienza y concluye para volver a recomenzar.
Allí están entonces, redivivas siempre, tus formas expresivas singulares y como solidarias, tus sencillos juegos de lenguaje, tu mirada abarcadora de peligrosos y sorprendentes puntos de vista narrativos, tu singular fotogra fía expresiva de una ciudad tan entrañable y secreta, Matavilela multiplicada donde corres el riesgo de encontrar- te manos a boca con tu propia metáfora existencial o con un hombre muerto a puntapiés, ciudad, como dices en el epílogo de El Rincón de los Justos, donde «Quien la respira se ahoga, quien la camina la huye, quien la busca la encuentra, quien la escucha la oye, quien la mira la ve y ya no podrá olvidarla nunca, porque quien la vive la ama como a una mujer perdida en la calle».
Recuerdo alguna vez haber escuchado que decías: «Siento que la literatura es la única actividad en la que no puedo ser reemplazado». Así es, mi parcero, mi pana, mi yunta, tú no podrás ser reemplazado nunca. Ni tu palabra.
*Escritor, ex ministro de Cultura. Inició su carrera con el libro de cuentos Da llevando, (1970). Fue redactor de la revista literaria La bufanda del sol. Publicó los libros Manual para mover las fichas (1973), Micaela y otros cuentos (1976) y Musiquero joven, musiquero viejo (1977, Premio Nacional José de la Cuadra). Ex director de la revista Letras del Ecuador, de la CCE. Premio Casa de las Américas 1980 por su libro de cuentos En la noche y en la niebla. Autor de la novela Teoría del desencanto (1985). Su cuento Sólo cenizas hallarás (1995) ganó los premios Juan Rulfo y Julio Cortázar.
Tomado de Revista Rocinante (octubre)