Uno lleva sus muertos vida adentro, me dijo Pedro Jorge Vera, alguna vez, mientras admirábamos un retrato de Salvador Allende en la sala de su casa. Y la frase me olió al incienso de la nostalgia, a la evocación de algo perdido en un pretérito inapelable. Claro, el tiempo y la garúa todo cambian, me dije, y rememoré mis muertos que en el mes de septiembre parecen haber coincidido para juntos partir en un peregrinar de grandes seres humanos que ya no están.
Este es el mes de la muerte, de todo aquello que amamos y perdimos, afanes de justicia, invalorables compañeros de lucha. Hechos y personajes que hicieron posible transitar menos solos este mundo. Que, con su ejemplo y palabra cantada, escrita, preclara, iluminaron las opacidades de un mundo contrahecho para transformarlo.
Hermanos grandes que perviven vida adentro. Salvador, que auguró su retorno por las grandes alamedas, junto al hombre libre. Víctor, que murió asesinado, después de cantar no solo por cantar y anunciar la suerte de los cinco mil caídos ese día de septiembre. Pablo, que partió a pocos días de consignar, casi hasta el mismo momento de su muerte, confieso que he vivido. Vicente, mi padre, que una madrugada de septiembre partió en busca de una infancia robada. El mismo Pedro Jorge, que dejó un luto eterno en quienes lo amamos y admiramos por su obra.
Este aciago mes de septiembre se les unen Jorge Velasco Mackenzie, Patricio Manns y Eliecer Cárdenas, enormes voces en la palabra escrita. Patricio, que nos dejó el eco de su voz arriba en la cordillera. Jorge, no se sabe si para significar que este es el tiempo suyo que los reune en el rincón de los justos. Eliecer, para advertirnos que todo se vuelve polvo y ceniza.
No hay porvenir que mitigue el dolor de ayer y la nostalgia presente que deja su partida. Son los muertos que uno lleva vida adentro, como me dijo Pedro Jorge.
Gracias a la vida que, en ellos, me ha dado tanto.