Los libros son portadores de muchos sentidos, dejó escrito Jorge Velasco Mackenzie. Y entre los diversos sentidos de su propia obra surge el olvido de seres marginales y marginados por el esplendor hipócrita de un modelo impostado “exitoso”, victimario del Guayaquil arrabalero.
Difícil espacio para sus obras, inexorable destino el de sus personajes perdedores al margen de la vida con vida propia que muere en Matavilela, que según el autor deriva de “matar la vida”. Esa parte maldita de la realidad social que los moralistas tratan de escamotear bajo las apariencias de un falso modelo de esplendor.
Vida literaria
Jorge Velasco Mackenzie falleció la mañana de este viernes 24 de septiembre a la edad de 73 años, en un hospital de Guayaquil, aquejado por las secuelas agravadas que le dejó un previo accidente cerebro vascular. Se apaga una vida literaria que comenzó en 1974 con la publicación de su primer cuento Aeropuerto, en la revista La Bufanda del Sol. Pocos meses después aparece la colección de cuentos De Vuelta al Paraíso, publicada por la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Luego, en 1976, Velasco Mackenzie integra con Raúl Vallejo y Fernando Nieto Cadena el grupo literario Sicoseo, que a confesión de partes intentó “desacralizar la literatura por medio de la adopción de dialectos e intereses populares”. En el año de 1979 publica El rincón de los justos, su obra emblemática que da vida a Matavilela, el barrio marginal porteño. En los años noventa dicta talleres y escribe Tambores para una canción perdida (1986). Una década más tarde, en 1996, obtiene el primer lugar en la IV Bienal de la Novela Ecuatoriana con la novela En nombre del amor imaginario. Entrado el nuevo milenio, Velasco Mackenzie publica Río de Sombras, obra en la que cobran vida asaltos, vicios y estafas de una urbe asolada, que remata su marginalidad en Tatuaje de náufragos (2009). Cierra el ciclo literario La casa fabulante (2014) en la que el autor narra su propia experiencia en un centro de desintoxicación alcohólica.
Escritor de la marginalidad
Escritos en el idioma de la jerga que para los lectores exigirá un diccionario adyacente al texto que facilite su comprensión, Velasco Mackenzie, como un traductor de la muerte en la vida, narra el destino fatal de la ciudad de Guayaquil. Sin rebuscados esquemas narrativos ‘popularizados’, encuentra al lector, se deja leer, porque, como él mismo declaró, ‘hay que acercarse al tema por sus posibilidades expresivas, más que por sus simples implicaciones de contenido”.
En lenguaje lumpenesco y callejero que nos separa de las buenas costumbres, el autor lo vuelve un idioma universal de sentires compartidos y saberes sórdidos, reencontrados en las esquinas del suburbio porteño. Emerge poderosa su voz en la narrativa social ecuatoriana, que el eco de su obra hoy parece revivir en cada andanza del sicariato en acción, del que delinque y mata por el placer mórbido de hacerlo camuflando la urgencia social de cometer un crimen por la «necesidad de sobrevivir». El Guayaquil antes, durante y después de la pandemia, contaminado, culpable del pecado social de la miseria. El guayaquil olvidado en el triunfo de un modelo ostentoso en su miseria y marginalidad social.
Como ha reconocido el propio autor: “ahí están los conflictos de adolescencia, el descubrimiento del sexo. La inclusión de una vida definida por el socialismo. El rechazo al sistema imperante». Raimundo es todo el mundo, todo ese mundo olvidado. Entre puestos de ladrones cachineros y putas deambulantes. El rincón de los justos, el matapenas donde ahogar los pesares en alcohol del barato. El suburbio de amoríos que dejan lugar al odio del resentimiento suburbano, “la grifa que se percibe al llegar a las esquinas donde se mezcla el vaho de orines y cerveza”. Como en un juego de ficción, Velasco Mackenzie, realiza el ejercicio lúdico y reflexivo de repensar esa realidad que siempre creemos ajena e irreal. Porque la marginalidad desde lejos se ve como el destino que solo acontece a otros. En esa vorágine el autor deja en libertad al lector para “que haga lo que quiera”. Una libertad gélida, más solos en el mundo, sin la palabra del creador literario.
De todas las palabras conque buscamos reencontrar el sentido de su vida y obra, la de Raúl Vallejo, adviene oportuna: “Estás en el rincón de los justos; no sé si de vuelta al paraíso, no sé si como gato en tempestad; solo sé que llevaremos un tatuaje de náufragos por ti. Vives en la palabra del maromero y en la memoria de quienes te queremos”.
Fotografía Pavel Égüez