Nada más duro que aprender la vida a través de la muerte. Las tres heridas de los versos de Miguel Hernández – la de la vida, la de la muerte y la del amor- se resignan en sí mismas cuando el amor restañe a las dos primeras. Luchar por la vida propia es un acto instintivo del ser humano, luchar por la ajena es ya un gesto magnánimo por el humanismo que supone.
Lolita ayer luchó por su vida y venció, luchó por la vida de sus crías mientras paría en un alumbramiento complicado. Lolita es la perrita de mis nietas. Ellas, mis nietas, han aprendido de la vida y de la muerte en su afición de cuidar mascotas desde que eran pequeñas. Romina y Valentina, ahora en su adolescencia, han coleccionado desde la infancia perros, gatos, hámster, tortugas, pescados, como mascotas domésticas y cada cual les ha dejado una huella de enseñanza sobre cómo se vive, se muere y se aprende el amor.
La de ayer fue una dura lección. Lolita en un complicado parto debió ser asistida por cesárea para parir sus crías, lograron sobrevivir tres. Sacando recursos que hoy, más que nunca, cuesta reunir en el país del encuentro con la peor crisis de su historia, hubimos de pagar los servicios de un veterinario para salvar la vida de Lolita y la de sus crías. Fue un gesto con sentimientos encontrados. En principio nos regañamos por complicarnos de esa manera la vida familiar de por sí difícil, teniendo que cuidar animales en estas circunstancias. Pero en seguida, el amor pudo más que la vida y la muerte y reconocimos que las mascotas en la cotidianeidad familiar son parte esencial de su núcleo. Tan importantes – guardando proporciones -, como un miembro más de la familia.
Ellas, las mascotas, en sus avatares vitales han enseñado también a mis hijas – Gabriela y Paula – el sentido de las tres heridas de los versos de Hernández. El amor, la vida y la muerte, esa trilogía esencial a través de la cual hombres y mujeres, nos graduamos de seres humanos humanizándonos un poco más en la escuela del diario vivir.
Ahora en la adolescencia, a mis nietas las mascotas continúan dando lecciones de vida, de amor y muerte. Si ayudar a un ser amado a vivir suele ser un sublime acto de amor, ayudarlo a morir en un trance terminal es un gesto superlativo que nos humaniza. Esa parece ser la lección más severa de la existencia humana.
En su didáctica la vida y la muerte se complementan como dos caras de la misma moneda, – como en la canción de Silvio Rodríguez -, lo más terrible, se aprende en seguida y lo hermoso nos cuesta la vida. La muerte impone su didáctica intempestiva mientras la vida enseña durante un aprendizaje que suele costar toda una existencia.
Ayer Lolita hizo lo suyo, nosotros lo nuestro. Luchó por su vida y la de sus crías y venció. Nosotros solo fuimos en su ayuda, como la caballería que llega al final de la batalla, para definir el triunfo de la vida sobre la muerte en un gesto de amor que redime de todas las heridas.