En la historia suelen traslaparse fechas y acontecimientos que, aunque distantes en el tiempo, tienen un sentido común. No obstante, a la luz de los hechos históricos se suele ver la oscuridad.
El 11 de septiembre del 2001 fue posicionado como «el día del terrorismo» por los estadounidenses, no obstante antes, el 11 de septiembre de 1973 los Estados Unidos protagonizaron otro acto terrorista durante el golpe de Estado que derrocó al gobierno de Salvador Allende.
¿Qué relación guarda un hecho con el otro, cuál es su denominador común? Sin duda, el terror y la violencia destinada a provocar cambios políticos mediante la imposición del miedo a través de la muerte. La intención de alterar lo establecido cambiando el rumbo de la historia, tienen en común ambos 11 de septiembre.
Mientras los aviones se estrellaban contra las torres del centro mundial de negocios, símbolo del poder financiero capitalista, en Manhattan, New York; en Santiago de Chile, los aviones descargaban sus misiles contra La Moneda, símbolo del poder popular. El elemento común, violencia con muerte colectiva, intolerancia, manifestación de totalitarismo, exterminio contra quien no comparte las mismas ideas.
El 11 de septiembre conmemoramos el día en que la humanidad actuó carente de inteligencia, cegada por el odio. Una fecha frente a la cual la memoria se rebela contra el olvido, un signo en el calendario que hubiéramos querido saltar en la historia. Un albur del destino hizo que ambas fechas estuvieran marcadas por similar efeméride. Una eventualidad que convierte a los Estados Unidos en victimario y víctima de la intransigencia ideológica. No aceptar al otro, no ser aceptado por el otro, dos caras de la misma moneda en similar desencuentro con la diversidad de la vida.
El 11 de septiembre galvanizado en la memoria del hombre y la mujer libres, trasciende como principio y fin de un mismo acto de odio que nos subyuga a vivir bajo los designios de una convivencia irreconciliable entre los seres humanos.
Con el 11S-2001 el mundo capitalista occidental aspira sentirse magnánimo, en contraste con sus enemigos islámicos, pero sin sentido autocrítico no ve la paja en el ojo propio que quedó en evidencia el 11 de septiembre de 1973, cuando su conducta política no difiere del fundamentalismo islamista. Frente al atentado del 11S en Nueva York, rasgan vestiduras los puristas hipócritas sin aceptar culpabilidades sobre los hechos del 11 de septiembre del 73 en Santiago. Un crimen frente al cual pretenden descargar la conciencia sin contriciones, pero que cargan como culpa ante la humanidad.
Convertido en acto heroico contra el comunismo, el 11 de septiembre del 73 es exhibido como un logro, mientras que el 11S de 2001 es visto como un oprobio contra la democracia occidental. Se pregona que la fecha cambio al mundo. ¿Qué cambio realmente en el mundo, si el odio continua siendo el mismo?
Las teorías compirativas buscan explicar estos contrastes. ¿Fue realmente mentalizado por Osama Bin Laden el ataque a las Torres Gemelas? ¿Y si lo hubiera planeado EE. UU o, al menos, lo hubiera permitido, y todo lo que relata la versión oficial resultara envuelta en realidad en una gran patraña? Es lo que defiende la teoría de la conspiración que durante veinte años no ha dejado de proliferar, basada en supuestas demoliciones controladas de las torres del W.T. Center, abatidas por el ejército norteamericano con misteriosas colaboraciones internacionales, en un supuesto inside job (trabajo interno) estadounidense para justificar futuras guerras en contra de Irak y Afganistán.
El 11 de septiembre, en tanto no sea dicha toda la verdad y quede lugar a misterios inconfesables, permanecerá indisoluble en la memoria de la humanidad como una efeméride del odio intolerante e inexplicable entre los seres humanos.