Cuando aparece la primera edición de la novela Manuela, del escritor Luis Zúñiga y obtiene el premio Joaquín Gallegos Lara en 1991, era acaso peregrino imaginar la enorme acogida que le brindaría el público lector, según propias sospechas del autor. Al cabo de dieciséis ediciones, dos en Cuba, dos en Colombia, tres en Venezuela y una en Perú que suman 210 mil ejemplares publicados, Manuela cumple treinta años como una obra clásica en su género.
Lógicamente, no ha pasado desapercibida para una crítica especializada que acogió sus destellos literarios como una obra importante en el contexto latinoamericano: “Parece que esta novela está maravillosamente iluminada desde las necesidades del presente, sobre todo, de la lucha universal de las mujeres de hoy en día”, dijo Anthony Vetrano, del Departamento de Lenguas y Literatura Extranjeras de Le Moyne College, Syracuse, New York, Estados Unidos.
Las mujeres desde una visión de género no escatimaron elogios: “Magistralmente, Luis Zúñiga logra abordar a la valiente heroína, en un plano humano que va más allá de la mera narración de hechos históricos. Muestra al lector la entereza del carácter y la firmeza del genio de Manuelita Sáenz, una de las más importantes figuras del feminismo hispanoamericano”, diría Teresita J. Parra, profesora de literatura hispanoamericana en la Universidad de Wilmington, Estados Unidos.
En Cuba, Jorge Fornet, director del Premio Casa de la Américas, aventuró un comentario auspicioso de la obra del autor ecuatoriano: “Como los narradores de calibre, Zúñiga optó por la vía más difícil: hablar de lo que ya nos han enseñado los libros de textos históricos y, a la vez, introducirse en la mente de una mujer deslumbrante”. Pero, como profeta en su tierra, Luis Zúñiga recibió el elogio de uno de los narradores más calificados, el ecuatoriano Raúl Vallejo: “Manuela es una novela inolvidable por la construcción amorosa que Zúñiga hace de la intimidad de un personaje histórico de nuestra América”.
Hemos querido que sea el propio autor, desde su experiencia creativa, quien nos narre el periplo emprendido por la novela histórica, Manuela, una novela como pocas, con mucha historia.
¿Qué te motivó escribir la novela?
Tuve la idea de escribir una novela sobre un personaje histórico femenino en el año 1986, tenía la alternativa entre Manuela Sáenz y Mariana de Jesús, dos personajes femeninos diametralmente opuestos, obviamente decidí por Manuela por su carácter y personalidad. Además, la época de la Independencia es muy importante porque en ella se definen varias cosas, el tema político, los hechos históricos, la dependencia con España, pero también asuntos de carácter cultural muy específicos de esta región. Había ciertos elementos culturales de identidad que persisten en nuestra sociedad de Ecuador.
¿Cuál fue el plan de trabajo creativo para desarrollar la novela, cómo fue hecha la investigación histórica?
Yo no quería construir la historia como narrador omnisciente, no es una biografía novelada, en todo caso se trata de una memoria apócrifa, porque es ella quien cuenta su vida en primera persona. Tenía que armar una estructura, una cronología de su vida, para partir de una narración contada por ella misma. Tocó estudiar, leer algunos libros de historia de la Independencia sobre todos los procesos de los países para introducirme en lo que fue la Independencia de Ecuador. De hecho, tenía que seguir pautas históricas reales, pero también tenía que recrear la vida de ella. Una cosa donde encontré mucho apoyo fueron las cartas de Manuela Sáenz, no las de amor escritas a Bolívar sino las cartas a políticos ecuatorianos y a familiares de Ecuador. Ahí se le reconoce al personaje, cuando lees esas cartas se entiende el porqué del personaje, su personalidad e inteligencia. Manuela es una mujer muy despierta con una chispa impresionante, eso se descubre en esas cartas que fueron publicadas como epistolario en una publicación que hizo el Banco Central a inicio de los ochenta.
¿Qué dificultades te presentó la investigación histórica? Manuela Sáenz es un personaje que ha sido tergiversado por la historia oficial, desnaturalizado, hay mitos en torno suyo que te habrán obligado a reconstruir la verdad de los hechos.
Claro, porque desde el punto de la historiografía nuestra en Ecuador, Manuela Sáenz siempre apareció como un personaje de esa época de la colonia en una sociedad ultra conservadora quiteña hipócrita. Manuela Sáenz, como era una mujer rebelde, no era católica -ella de entrada se declaró atea- y por eso era marginada, la veían mal. Su temperamento y rebeldía fue desfigurado y la sociedad de esa época la clasificó como una mujer libertina. Ella se convierte con el tiempo como en la amante de Bolívar, y eso era un escándalo en la sociedad quiteña. Y es interesante porque al final ella no fue amante de Bolívar. Él fue el amante de Manuela porque ella estaba casada con el doctor James Thorne. Bolívar fue el amante de Manuela.
¿Qué significó para ti escribir la novela de un personaje femenino en primera persona, desde el desdoblamiento de la masculinidad?
Claro, justamente, con la lectura de las cartas escritas por ella, me gustó la forma como se expresaba, le sentí y me fui metiendo en su psicología, sus emociones. Imaginando mucho el mundo colonial de la sociedad quiteña, la hacienda Cataguango, el no reconocimiento de su padre. Creo que la primera voz del personaje es una voz fuerte, porque Manuela es una mujer de personalidad fuerte, eso lo descubrí leyendo sus cartas a familiares y amigos, inclusive fui apropiándome hasta del estilo suyo de contar las cosas. Fue un proceso largo, y cuando ya me sentí seguro fue una especie como de sesión de espiritismo, de ser como un médium, usaba mi voz y mi cuerpo para expresarse.
Para el público que no ha leído tu novela, dale una referencia de qué trata la historia.
La mitad de la novela está contada por Manuela antes de conocer a Simón Bolívar. Generalmente Manuela Sáenz ha estado como unida a Bolívar por la fuerza de su historiografía, como que Manuela comienza a vivir a partir de Bolívar. Eso no es así. Manuela tuvo ya su pasado como luchadora por la Independencia en el Perú y por eso fue condecorada Caballeresa de la Orden del Sol, por José de San Martín antes de conocer a Bolívar. Ella conoce a Bolívar en 1922, el 16 de junio después de la Batalla del Pichincha, cuando Bolívar llega a Quito, ahí recién se conocen en la recepción que hicieron por su llegada a la ciudad. Manuela ya tenía su trayectoria, era patriota antes de conocer a Bolívar y eso es lo que se desconoce porque se ha borrado de la historia. En Perú es reconocida como patriota peruana y su retrato está en el Municipio de Paita, ciudad donde se quedó hasta morir.
¿Cómo se perfila Manuela Sáenz en tu libro, cómo la reconstruyes, cuál es la impronta que rescatas de ella?
Mira yo me quise meter en sus emociones, sus reflexiones íntimas y cómo vivía la historia en los diferentes episodios en momentos de la Independencia. La actitud de los militares de la época que eran generales que rodeaban a Bolívar y que a ella la rechazaban por ser mujer, la veían como una metiche que no tenía que estar en sus reuniones opinando de política ni de asuntos militares. Ella se sentía marginada y peleaba su espacio que fue reconocido por el mismo Mariscal Sucre, que fue quien recomendó que la reconocieran como Coronela del Ejercito Libertador, esa fue la propuesta de Sucre a Bolívar por su carácter y valor. Bolívar le asignó el manejo de sus cartas y archivos que antes llevaba otro militar. A mí me interesó mucho la personalidad de Manuela teniendo delante a los militares en campañas, las relaciones en la sociedad limeña, con el mundo que se vivía en esos momentos. Las relaciones políticas y las campañas que se daban en el campo que ella vivió, eso fue lo más admirable de su personalidad.
¿Por qué en esta sociedad posmoderna hay que leer tu novela Manuela?
Yo creo que por los comentarios que han hecho personajes feministas, es importante, porque toda esa lucha que Manuela realizó por los derechos, el derecho a ser un país independiente y liberarnos del yugo de España y crear una sociedad distinta a la colonial. Con la República no es que cambió mucho, pero fue un gran avance. El rescate de ella como personalidad, es el rol de la mujer en un momento determinante de la historia. Creo que es fundamental entenderlo así, fue una mujer con una personalidad fuerte. En el momento actual pensar en la figura de la mujer y en el tema de la lucha por sus derechos, la defensa por la igualdad de derechos frente a los hombres, Manuela simboliza eso. Una mujer que entregó su vida, peleó y finalmente terminó abandonada en Paita hasta los 59 años, cuando falleció. Manuela es un símbolo, no solo como una mujer que luchó en la Independencia, sino que además reivindicó las relaciones de mujeres porque ella tenía sus compañeras. Siempre estaba rodeada de mujeres que la seguían y la apoyaban con pensamiento liberal. El aporte en el momento actual es ese, el derecho de la mujer de estar en todos los espacios de participación en la vida civil y política del Ecuador y de América Latina.
¿Crees que tiene vigencia en nuestro país la novela histórica?
Creo que sí. Tiene plena vigencia ahora porque en América Latina y en Ecuador el tema de la identidad es importante. El gran conflicto, después de la Independencia, es haber creado un nombre que nunca existió, -Ecuador- que debió llamarse República de Quito, originada del nombre de Real Audiencia de Quito. Creo que la novela histórica es súper importante para comenzar a pensar en nosotros desde los orígenes, todos los procesos políticos, sociales, culturales, económicos que se han dado en el país, y a través de la novela ir entendiendo los procesos, no como un texto académico, porque la novela histórica te acerca mucho más a la gente y es asimilada de mejor manera. La novela histórica tiene una fuerza impresionante para formar identidad, a través de hechos reales y también de hechos ficticios, crea la esencia de la identidad, reconoce cómo sucedieron las cosas.
¿Cómo ha rescatado la literatura nuestra historia, lo ha hecho bien, con fidelidad?
La novela histórica no tiene que contar la historia tal cual fue, eso corresponde a los historiadores comprobar cosas, rescatar hechos en archivos, documentos, batallas, tratados, y además interpretar. La literatura interpreta la historia a su manera y crea ficciones para complementar. Una novela tiene que atraparte, tiene que describir y hacerte ver e imaginar cosas. Formar atmósferas donde hay gente viva, personajes con sus pasiones y debilidades. La novela te da esa posibilidad de crear personajes de carne y hueso a diferencia de la historia que es especializada. La novela histórica nos hace comprender por qué somos así, nuestras taras, de dónde vienen nuestros comportamientos y conductas sociales.
¿Cómo escritor y frente a la nueva realidad de la CCE crees que es posible que la novela histórica se potencie desde esta institución?
Mira yo no he estado muy cercano a la CCE, desconozco un poco la dinámica, soy critico de todo lo que se ha hecho y se ha dejado de hacer. Me parece un área importante en la cultura el tema de identidad. Creo que se debe trabajar temas de identidad. Y ese puede ser un espacio importante para promover novelas históricas en el país.
¿Desde la perspectiva de las instituciones del sistema nacional de cultura es posible fomentar la novela histórica como fuente de identidad?
Yo sí creo. En el tema de la lectura y la escritura las instituciones son -o deberían ser- la primera entidad en promover campañas grandes del libro y la lectura, de aprendizaje, de capacitación de maestros. Los centros educativos es donde los chicos se van formando, debemos crear lectores y escritores en la comunidad educativa. El Ministerio y la Casa de la Cultura deben meterse de lleno en el tema del libro y la lectura y promocionarlos. Hay que empatar el Ministerio y la CCE con entidades educativas para formar gente y ampliar la visión de las artes, formar maestros. Caso contrario, la Casa de la Cultura publica libros para tenerlos en el almacén de libros que tienen en todos los núcleos y que nadie lee porque no se difunden o porque no son cosas que tienen impacto. Creo que la tarea de las instituciones de la cultura y del sistema educativo es formar un solo núcleo para impulsar todo eso.