Freud decía que los sueños pueden ser declarados realizaciones ocultas de los deseos reprimidos, no obstante, según el mismo autor, el sueño posee una maravillosa poesía, una exacta facultad alegórica, un humorismo incomparable y una deliciosa ironía.
De pronto, soñar con música o con una canción recurrente, suele ser una forma de conocernos a sí mismos. Pero si la melodía evoca emociones que nos sacuden los cimentos del espíritu, es la mejor confirmación de que nunca estamos tan indefensos contra el sufrimiento que cuando amamos. Sin embargo, nada más hospitalario al espíritu atribulado que una canción, anfitriona de sentimientos diversos nos cobija en la emoción de ocultos y angustiosos anhelos, diría Freud.
No he podido enterrar en el olvido, no una, sino diversas canciones recurrentes interpretadas por una de las voces que más admiro del siglo XX, la del griego nacido en Alejandría, Demis Roussos. No hay en estos días una fecha conmemorativa del artista, no existe otro motivo de escribir sobre su trayectoria que un tributo a la evocación de un tenor excepcional poseedor de una voz fuera de lo común.
Entrados los años setenta nos dejamos seducir por la cadencia de su talento musical. Habíamos transitado los acordes sesenteros con los clásicos intérpretes del rock, y este nuevo exponente del rock progresivo irrumpía en la música pop con reminiscencias wagnerianas. Majestuoso ingresaba al escenario y lo recibía una orquesta omnipresente que envolvía su voz de resonancias apoteósicas. Con aspecto de profeta de la canción anunciaba y enunciaba sensaciones nuevas alusivas a la vida, el amor y la muerte, vestido de túnicas helénicas, botas de tacones cubanos, y colgando del pecho collares hipies, su poblada melena y barbas proféticas lo hacían parecer un mesías contemporáneo.
Artemio Ventouris Roussos, hijo de padres griegos migrados a Egipto, nació en Alejandría en junio de 1946 y creció en Atenas, murió el 22 de enero del 2015 aquejado por un cáncer al páncreas del que nunca se enteró de su diagnóstico silenciado por su familia. Casó cuatro veces, con dos de sus esposas tuvo a su Hija Emily y su hijo Cyril.
Con un dejo de nostalgia en cada interpretación, Roussos imponía melodiosa su voz en una contextura de gigante. Su canto es épico, cada canción es un himno congregacional en peregrinación de sentimientos colectivos y personales, un anticipo a la eternidad. Su canto encontró raíces en la música griega con aires de sitarki de textura monódica con acompañamiento heterofónico. Su cadencia vocal conserva la extraña seducción de los cantos religiosos. Se inició musicalmente en la banda de rock Aphrodite’s Child, formada en Francia por el músico Vangelis. Se especializó en tres instrumentos, su propia voz, el bajo y la trompeta. En 1972 se separa del grupo e inicia una vertiginosa carrera como solista. En los primeros tres años, ofrece 380 conciertos en 28 países, graba 40 canciones y participa en 120 programas de televisión. Durante su trayectoria vendió 60 millones de discos entre los que destacan los célebres éxitos Morir al lado de mi amor, Rain and tears, Himno al amor, entre otras.
Con gesto majestuoso, Roussos paseó el refinamiento y belleza de su arte musical por los escenarios del mundo. Su Himno al amor es un canto de solidaridad humana: Por tu propia fuerza, no sientas miedo del amanecer/ No le des la espalda al valor de la verdad/ Haz de ti un refugio para quien perdió su hogar y torció su rumbo en la oscuridad…
Cuando canta al hecho de morir junto al ser amado, evidencia una de las situaciones más extremas de la vida asumidas por el amor, contra la muerte: cruzar el umbral, mirando a los ojos cobijado en los brazos de la amante. Un arrullo mortal tan significativo como el cobijo maternal al hijo recién nacido…
Soñé que era un hombre niño, el sueño nos devuelve la realidad convertida en evocación subconsciente. En ese sueño estuvieron representados los anhelos incumplidos que habla Freud. En los años sesenta imaginamos cambiar el mundo. Desde los setenta, cuando irrumpe Roussos como solista, nos dejamos impulsar por la fuerza de su repertorio en una nueva utopía: celebrar la vida, con un himno de amor contra de la muerte. Hoy mantenemos vigente ese impulso vital. No basta eliminar mis temores freudianos sin entrar en acuerdos con ellos. Mi mayor temor hoy día es perder la urgencia de conservar las utopías. De volver amar los sueños que anticipan la realidad.