La otra cara de un conflicto que no se termina de entender en occidente, es la situación de las mujeres en Afganistán. Mientras transcurre la toma del poder talibán, la prensa internacional no las visibiliza en su exacta dimensión de ciudadanas de un país en las que el fundamentalismo islámico representa una amenaza innegable.
Una reciente crónica de Gustavo Veiga, del portal Página 12, confirma la existencia de mujeres afganas a las que “ni los yihadistas, ni los talibanes, ni las fuerzas de tareas que envió de a oleadas EE.UU intimidaron a esas mujeres que luchan contra el patriarcado”.
Afganistán es mucho más que fusiles, milicias con turbantes, barbas proféticas o el librito del Corán con designios para millones de mujeres. En estricta concordancia con los hechos los talibanes son “una creación que excede sus fronteras”, un mundo que surge en 1978 cuando los Estados Unidos deciden crear una fuerza militar contra la invasión soviética, reclutando milicianos entre campesinos empobrecidos que viven en el desierto sobre suelo donde subyace una enorme diversidad de riquezas. Recursos privilegiados para unos pocos, los señores de la guerra, los jefes tribales y los miembros de un patriarcado que relegó a la mujer a la esclavitud durante décadas. Entre ellas surgen figuras de lideresas combatientes contra la opresión patriarcal de afganos, norteamericanos y europeos invasores.
En 1977 emerge una mujer, Meena Keshwar Kamal, una combatiente contra la ocupación soviética que sería asesinada diez años más tarde por órdenes de la KGB. Esta mujer murió silenciada por la prensa internacional, aun cuando levantó la voz: “Siempre que existan fundamentalistas como fuerza militar y política en nuestra tierra herida, el problema de Afganistán no se resolverá. Hoy en día, la misión de RAWA por los derechos de las mujeres está lejos de terminar y tenemos que trabajar duro para establecer un Afganistán independiente, libre, democrático y secular. Necesitamos la solidaridad y el apoyo de todas las personas del mundo”. RAWA es la Asociación Revolucionaria de Mujeres.
Otra mujer, Salima Mazari de la comunidad hazara, de origen chiíta, es la gobernadora del distrito Chahar Kent en Balkh que está, presumiblemente, detenida hoy por los talibanes a quienes enfrentó con armas en las manos. “A veces estoy en la oficina en Charkint, y otras veces tengo que tomar un arma y unirme a la batalla”, había declarado en una entrevista para The Guardian a principios de agosto.
También es conocida la activista Zarifa Chafari por su oposición a los talibanes, alcaldesa de Maidan Shahr. La joven empresaria y militante asumió el cargo a sus 26 años de edad y en su primer día de trabajo fue intimidada por un grupo talibán. Chafari siempre luchó por empoderar a las mujeres afganas por sus derechos .“No hay nadie que me ayude a mí ni a mi familia. Solo estoy sentada con ellos y mi esposo. Y vendrán por gente como yo y me matarán. No puedo dejar a mi familia”, declaró.
El 11 de agosto pasado una periodista afgana de 22 años contó su huida hacia un lugar seguro resguardada por el anonimato: “Todas mis compañeras en los medios de comunicación están aterradas. En su mayoría han conseguido huir de la ciudad y están tratando de encontrar una forma de salir de la provincia, pero estamos completamente rodeadas. Todas nos hemos pronunciado en contra de los talibán y nuestro periodismo los ha hecho enfurecer. En este momento hay mucha tensión. Solo puedo seguir huyendo y confiar en que se abra pronto una vía para salir de la provincia. Recen por mí, por favor”, pidió.
Otra mujer, Khalida Popal de 34 años y nacida en Kabul, fue capitana del seleccionado afgano de fútbol, pero a diferencia de la inmensa mayoría de las mujeres de su pueblo está fuera del país. Fue fundadora y directora de la Organización del Poder Femenino que intenta empoderar y vincular entre sí a jóvenes de Europa y Medio Oriente a través del deporte y la educación. La ex futbolista tuvo que abandonar su país por las amenazas de muerte que había recibido. Dejó de jugar en 2011 y se dedicó a trabajar desde la Asociación de Fútbol de Afganistán.
Estas mujeres activistas se han enfrentado a diversas manifestaciones del patriarcado impuesto en Afganistan. Es el caso de Samia Walid, militante de RAWA, que definió hace un par de años el papel de EEUU en su país: “Los Estados Unidos invadieron Afganistán con el pretexto de los ‘derechos de las mujeres’, pero lo único que han traído a nuestras mujeres en los últimos dieciocho años es violencia, asesinatos, violencia sexual, suicidios, autoinmolaciones y otras desgracias. Estados Unidos llevó al poder a los enemigos más feroces de las mujeres afganas, los fundamentalistas islámicos”.
La crónica de Veiga confirma que “quiénes alimentaron al monstruo que se percibe en Occidente fueron los Estados Unidos. El gobierno de Donald Trump negoció condiciones con los talibanes en Doha, Qatar, para la retirada de las tropas norteamericanas. Varios de sus líderes que ahora tomaron el poder en Afganistán estaban refugiados en el emirato. Las mujeres afganas que se les oponen son su principal blanco junto a los funcionarios que Estados Unidos dejó a la intemperie.