A poco más de una semana de que el movimiento Talibán y su contingente bélico de 75 mil hombres se hiciera con el poder en Afganistán, luego de que al cabo de veinte años de guerra infringiera una derrota militar al ejército regular de ese país conformado por 300 mil efectivos, además de tropas estadounidenses de intervención, diversas lecturas dan cuenta de los acontecimientos en el país asiático.
Para observadores occidentales y analistas en los propios Estados Unidos, el triunfo militar y político de los talibanes representa la más sonada derrota de las potencias que, en su momento, intervinieron al país asiático argumentando diversos motivos geoestratégicos. Primero fue el imperio británico, luego la Unión Soviética y en las últimas décadas, Estados Unidos y fuerzas bélicas transnacionales de la OTAN que con sus ejércitos libraron una guerra para muchos incomprensible, con resultados imprevisibles y una ingente inversión y pérdida de vidas humanas y recursos materiales. La derrota militar de una de las potencias militares más poderosas del mundo, los Estados Unidos, a la cabeza de una alianza militar internacional recuerda las nefastas experiencias de los años sesenta en el sudeste asiático y convierte para muchos a Afganistán en el nuevo Vietnam.
¿Qué hizo tan poderosos y efectivos a los Talibanes?
La motivación ideológica religiosa del Coram y la cultura islámica, así como la vocación soberana de un pueblo invadido explican cómo, de manera sostenida, el movimiento talibán resistió y sostuvo una guerra durante dos décadas con resultados favorables a sus intereses. Incluso hay que añadir el golpe propinado a los Estados Unidos durante el ataque a las torres gemelas y al Pentágono, acontecimiento que vulneró con relativa facilidad el supuesto infranqueable sistema de defensa norteamericano y cambió la percepción del imperio capitalista en el mundo.
Lecturas sesgadas y superficiales de los hechos, alentadas por la propaganda de las agencias de inteligencia e informativas occidentales pretenden posicionar el triunfo talibán como una “tragedia humanitaria”, con afectación a los derechos humanos de género en medio de la perdida de la “democracia y la libertad” en Afganistán. Nada más reduccionista como visión geopolítica de los hechos, puesto que quienes así piensan olvidan que se trata de un enfrentamiento entre dos culturas con sus respectivas formas de concebir la vida -civilización islámica y civilización cristiano occidental- cada cual con sus dogmas, creencias y fundamentalismos. Conflicto que, para algunos, tiene carácter “civilizatorio”, argumento mediante el cual las potencias occidentales justifican su intervención militar en diversos países asiáticos. No obstante, cierto es que a la luz de la ideología, historia y tradición, tanto de oriente como de occidente, los fundamentos son diversos y, por lo mismo, contradictorios. Lo cual explica, mas no justifica, los enfoques unilaterales de las partes del conflicto.
Uno de los argumentos ya manidos es que los islámicos son la «negación de la vida, la libertad y la democracia», con expresiones de misoginia de género extrema y un instinto hacia las acciones violentas sin límites. Sin embargo, estos atributos no explican por sí mismos el triunfo talibán sobre occidente y sus fuerzas militares, las más sofisticadas del mundo.
Para un análisis más objetivo, las potencias occidentales no están exentas de responsabilidad ante su debacle militar en Afganistán, debido al abandono de la lucha con retiro de sus tropas y graves errores de apreciación política que convirtió al país asiático en “cementerio de imperios”. Cierto es que en sus incursiones bélicas dichas potencias imperiales –Inglaterra, Rusia, EE. UU- se fueron debilitando y perdiendo recursos económicos y militares en guerras de intervención, sin motivación propia. Ese debilitamiento pasó factura en términos de credibilidad política y solvencia moral que justifique su agresión invasiva a territorio afgano.
Los talibanes aprendieron más de la guerra que sus enemigos. Nunca se apartaron del apoyo popular, motivándolo con fundamentos religiosos, soberanía territorial y defensa cultural. Conscientes los líderes talibanes de que una cosa es la guerra de guerrilla y otra muy distinta constituir un Estado y un sistema de gobierno, hoy se muestran tolerantes, proclives al diálogo, “incluyentes”, dispuestos a “convivir” con los valores occidentales. Saben perfectamente que la tarea de construir un emirato islámico implica recursos económicos, los mismos que están dispuestos a conseguir mediante negociaciones con las potencias occidentales. A manera de ejemplo, Afganistán es un país que recauda 1.600 millones de dólares anuales en el comercio de opio.
Amerita, a su vez, visibilizar los intereses de las potencias extranjeras en Afganistán. No hay que ser muy optimista en pensar que se trata de una defensa de “los derechos humanos, la libertad y la democracia”, contrariamente el presidente Biden lo dejó claro: Los Estados Unidos estaban en Afganistán para cobrar las cuentas a Al Qaeda y a Bin Laden por los desbarajustes norteamericanos del 11 de septiembre. Y la historia lo confirma. Los Estados Unidos salen de Afganistán al cabo de dos décadas de guerra, derrotados, y sin haber conseguido instaurar “la democracia y la libertad”. Y lo que es peor, sin haber logrado una visión objetiva de la realidad de ese país. Biden, hace poco más de un mes dijo a la prensa ante el avance talibán con la ofensiva militar que se veía venir, que el triunfo del movimiento islámico es poco menos que imposible debido a que existe “una fuerza militar regular de 300 mil hombres pertrechados y motivados con suficientes recursos” que se les opone. Hoy, ante el fiasco militar de esa fuerza militar, no tiene más que reconocer la derrota y justificar la salida de las tropas estadounidenses que no deben “participar en una guerra que ni los propios afganos están dispuestos a enfrentar”. Al final del día, EE. UU demuestra no tener mayor interés en Afganistán.
Informe internacional
Un reciente informe del Ministerio de Exteriores de China señala que durante la intervención de los Estados Unidos “en Afganistán hubo 100 mil civiles muertos, 10 millones de desplazados y la cantidad de organizaciones terroristas creció de un solo dígito a más de veinte”. El comunicado ministerial chino recordó que el objetivo de los estadounidenses al intervenir en Afganistán era combatir el terrorismo, pero el resultado fue negativo y eso no se logró, como se puede ver en estos días en el país asiático. Contrariamente, el documento señala que “una inmensa mayoría de muertos y heridos civiles se produjo bajo el fuego de las tropas estadounidenses y sus aliados”, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). El informe chino establece que “dondequiera que Estados Unidos ponga su pie, sea Irak, Siria o Afganistán, vemos turbulencia, división, familias rotas, muertes y otras cicatrices en el desorden que ha dejado. El poder y el papel de EU son más bien destructivos que constructivos”. Al mismo tiempo, exhorta a que los Estados Unidos deje de “usar la democracia y los derechos humanos como una excusa” para intervenir en los asuntos internos de otros Estados “y socavar la paz y la estabilidad en otros países y regiones”. China ve con optimismo la posibilidad, y espera que así suceda, que las nuevas autoridades de Afganistán “romperán con todas las organizaciones terroristas”, incluido el Partido Islámico del Turquestán, una organización extremista de yihadistas uigures del oeste de China, considerada por Naciones Unidas como grupo terrorista.
La potencia asiática busca tener lazos positivos con los talibanes. Una delegación talibana de alto nivel se reunió con Wang Yi, ministro de Relaciones Exteriores de China, y prometió que Afganistán no sería utilizado como base para militares chinos. El jefe de la diplomacia china instó al nuevo régimen afgano a “hacer una ruptura limpia con las fuerzas internacionales” y “evitar que Afganistán se convierta nuevamente en un lugar de reunión para terroristas y extremistas”, señalan informes de prensa.
Con pragmática visión diplomática, China espera que los talibanes establezcan un “marco político abierto e inclusivo y apliquen una política exterior pacífica y amistosa, en particular desarrollando relaciones cordiales con los países vecinos, con el fin de lograr la reconstrucción y el desarrollo de Afganistán”. El nuevo régimen afgano -según la mirada china- debería contener y tomar medidas contra los grupos terroristas, incluyendo el Movimiento Islámico del Turkestán Oriental, evitando que Afganistán se convierta nuevamente en un lugar de reunión para las fuerzas terroristas y extremistas.
La historia lo dirá.