Una de las grandes lecciones de lo sucedido en Afganistán con el advenimiento al poder del movimieto Talibán es que “lo sucedido es una rotunda derrota del proyecto de creación de nación, el último ejemplo de la locura del sueño de los neoconservadores y de los liberales que proponían transformar, con el uso de armas, a países para crear estados modernos, transparentes, seculares y, sobre todo, capitalistas. También subraya, otra vez, los límites del poder imperial ante una guerra civil”, segun enfatizan analistas locales.
De esta enseñanza se derivan otras lecciones: las guerras derivadas de invasiones de potencias extranjeras no terminan sino en derrota del invasor. Estados Unidos partió de Afganistán después de 20 años de presencia directa, gastando dos billones de dólares y con miles de muertos. Sin lograr sus objetivos mayores. Recordando episodios de Vietnam, donde ocurrió la derrota militar más contundente en la historia de EU, helicópteros tuvieron que evacuar a personal estadounidense desde su embajada para llevarlos raudamente al Aeropuerto Internacional “Hamid Karzai” de Kabul.
El retiro de tropas norteamericanas ocurre en un tácito reconocimiento del revés militar sufrido por EE. UU en Afganistán, la historia se repite luego de que la URRS no logró doblegar al pueblo afgano y sus organizaciones militares guerrilleras en ese territorio. Esta realidad enseña que una guerra que se convierte en levantamiento por la defensa de soberanías o autonomías, tarde o temprano, termina con pueblos originarios liberándose del invasor.
Ahora procede la instalación de un Emirato Islámico en Afganistán, dominado por el movimiento talibán, el islamismo fanático y ultraconservador, fuerzas religiosas, con un componente militar represivo a gran escala. Cualquiera sea el componente de las fuerzas locales que retoman el poder, éstas representan la resistencia de un pueblo contra toda injerencia extranjera.
En medio de esta realidad, muchas veces incomprensible para el mundo occidental, destaca un hecho señalado por analistas en el tema: “Una de las características más importantes de los afganos es su indomable amor por la independencia. Los afganos aceptarán pacientemente su mala fortuna o su pobreza, pero no se les puede hacer reconciliarse con una potencia extranjera, por muy ilustrada y progresista que sea”, escribió un académico afgano en cuanto a la historia de ocupaciones en Afganistán y los intentos de potencias de establecer ahí un tipo de régimen.
La historia de ocupaciones en Afganistán data de algunos años. La nación de 38 millones de habitantes y que entre el siglo XIX y el siglo XX, fue ocupada por el Reino Unido, la ex Unión Soviética y Estados Unidos, en un principal objetivo de control con fines estratégicos en esa zona asiática y para combatir a fuerzas internas, religiosas y políticas, que se enfrentaron a esas potencias.
Analistas destacan que en esa línea no fraguó la invasión soviética en el siglo pasado, destinada a respaldar y mantener el régimen sostenido por comunistas afganos, convertido en República Democrática de Afganistán, y que dio origen al movimiento de los talibanes, fundamentalistas islámicos, apoyados por Estados Unidos y sus agencias de Inteligencia, que se oponían al proyecto desarrollado por los comunistas y sectores progresistas. Posteriormente se produce en el país una ironía histórica, vino la penetración militar y política de los estadounidenses, junto a la Organización del Atlántico Norte (OTAN), en 2001, a raíz de los ataques de Al Qaeda a territorio estadounidense y donde, paradójicamente, el objetivo era derrotar a los viejos aliados, los talibanes.
Este hecho enseña otra gran lección. Existe dudas respecto a esas prioridades estratégicas y priorización de invasión y control del país asiático, en la derrota de ingleses, soviéticos y estadounidenses, graficadas en los sucesos de este mes de agosto.
Una vez más el discurso interesado de los EE. UU deja al descubierto en la promesa de la potencia intervencionista, que su objetivo de restaurar la democracia, “las libertades”, los derechos humanos y la institucionalidad en el territorio afgano, no fue más que una falacia impulsada con las armas con el fin geoestratégico de control territorial en la región.
La lección final, luego de que los norteamericanos huyen en estampida de Afganistán dejando a su suerte a sus aliados, es que se asiste a una derrota diplomática, militar y política de los lineamientos del Pentágono, el Departamento de Estado y la Casa Blanca, a la derrota del Ejército afgano, del Gobierno de esa nación -cuyo presidente, Ashraf Ghani, huyó del país- y a la derrota, una vez más, de la política exterior e injerencista de potencias extranjeras. Queda demostrado detrás de estas derrotas que los talibanes no estaban vencidos, sino que contaban con la fuerza militar, la organización e incluso el apoyo de la población.
En diversidad de análisis, la situación de Afganistán enseña que hubo una derrota de la estrategia estadounidense y de su concepción de “ordenamiento” y “gobernanza” en países como Afganistán, y su incapacidad e imposibilidad de “reconstruir” un país a partir de la ocupación y el control extranjero lo que confirma la enseñanza mayor: el intervencionismo extranjero está destinado al fracaso frente al instinto soberano de los pueblos.