Se dice que la pandemia no discrimina, no obstante, ha demostrado en la realidad ser como tantas otras, la enfermedad de la pobreza. Bajo ese estado social no hay posibilidades de condiciones sanitarias propicias desde la salud pública. Bajo la carencia de recursos económicos, la higiene ambiental es precaria, la cultura ciudadana y las normas cívicas son necesidades incumplidas y la hacen improbable. El virus prolifera, mata y sobrevive, preferentemente, donde existen condiciones de miseria.
Los planes de vacunación reflejan las contradicciones sociales en su aplicación selectiva discriminatoria, en una sociedad de privilegios de unos y pobreza de otros. En Ecuador comenzó siendo la prerrogativa prioritaria de adláteres del poder, con un ministro de Salud indolente y sin vergüenza en la cara que vacunó primero a su madre y amigos, y luego huyó del país con total impunidad ante un delito antihumanitario.
El régimen de Guillermo Lasso recibió un «caos operativo» en lugar de planes de vacunación, que un gobernante desvergonzado reconoció que solo estaban en la cabeza de sus subalternos. Lasso encontró en esa ocasión la oportunidad inmejorable de hacer de la vacunación un sonado plan de marketing político, ofreciendo vacunar en cien días a nueve millones de habitantes en el país. Un plan populista promocionado con ingentes recursos del Estado, a través un discurso que vincula la inoculación masiva a la reactivación social y económica como otro signo de asistencialismo estatal. Según cifras oficiales, la meta de vacunación se “estaría cumpliendo en los plazos establecidos”, sin que podamos desagregar las cifras por regiones, cantones y parroquias. Se informa de cantidades millonarias de vacunas que llegan al país, semanalmente, y de vacunados estratificados por niveles socioeconómicos y etarios, con prioridad a los de mayores recursos, luego las clases medias y finalmente aquellos habitantes de regiones más apartadas de la Amazonía, Costa y Sierra ecuatorianas. Primero ancianos, luego los habitantes de mediana edad y al último adolescentes y niños. ¿Qué priorización es esa, a qué criterios técnicos responde?
Si como hemos confirmado, la pandemia es la enfermedad de la pobreza, la vacunación en su tendencia de aplicación ha demostrado ser la inmunización prioritaria de ricos. Este fenómeno local reproduce la tendencia mundial existente entre naciones. Los países desarrollados acapararon, inicialmente, los stocks existentes de vacunas, luego lo que fue quedando de existencia para los países subdesarrollados y, al final, hubo donaciones “humanitarias” para países empobrecidos de África y América Latina, que convierten a la vacunación en otro acto de caridad capitalista. Ejemplo de ello son Israel y los EE. UU, países en los cuales es notorio el carácter de la inoculación como expresión de privilegios territoriales de vacunación masiva.
En términos prácticos, la vacunación ha demostrado a nivel internacional las contradicciones sociales como parte de la geopolítica mundial. Además, existe la contradicción entre niveles de vacunación y niveles de contagio. Según información de observatorios, “con 770 mil nuevos casos en una semana, Estados Unidos vuelve a ser el país de mayor contagio de covid19 en el mundo, luego de haber experimentado una importante baja durante varios meses”. Esta tendencia no refleja necesariamente el número de muertes, “aunque sí han aumentado en aquellos estados en los que ha habido menos vacunación”, señala un informe. Israel ha confirmado ser un territorio de alta vacunación y alto riesgo de contagio con un significativo rebrote del virus de covid19, de preferencia en grupos de no vacunados.
Socialmente hablando, la vacunación avanza hacia la clase media, “la distribución de la vacunación muestra que más de la mitad de dosis se están dirigiendo ahora hacia sectores de ingreso medio, seguida del grupo de ingresos altos que prácticamente está totalmente inmunizado”, señalan los informes. Sin embargo, esas mismas informaciones confirman que “los sectores de ingreso medio-bajo, poblacionalmente más significativos que los demás no acceden a la vacunación en la misma proporción. Peor aún es la situación de las personas de bajo ingreso que prácticamente no han accedido a la vacuna a nivel mundial”.
Los países que estamos a medio camino de la vacunación debemos tener muy en cuenta estas tendencias, reiteradas en otros países como Reino Unido y Estados Unidos. El contagio tiene un comportamiento incremental “caprichoso”, casi impredecible, que debe ser tenido en cuenta en las políticas de salud. No se trata solamente de vacunar.
Aparentemente los niveles de contagio disminuyen en Ecuador, pero es una afirmación condicional, pues “la información oficial es muy pobre y tremendamente irregular”. Cada semana los informes proveían de datos analizados respecto de la evolución de la pandemia, desagregados por provincias y cantones con porcentaje de pruebas aplicadas en el último mes y la positividad de las mismas, igualmente por provincia. Ahora eso ya no es así, “solamente existe información gruesa nacional presentada de manera irregular”.
El gobierno ha hecho del plan 9-100 un exhibicionismo social, como si no fuera obligación elemental del Estado velar por la salud de los habitantes. No es cosa de que no se cumpla la cifra estipulada, pero las estadísticas deben ser manejadas con mayor sobriedad y realismo.
No sea que estadísticas amañadas pretendan camuflar contradicciones sociales y técnicas de un plan de vacunación clasista, que debe ser para todos por igual.