Vientos huracanados se avecinan en la política peruana. Nadie dijo que sería sencillo aceptar un gobierno de izquierdas en el vecino país, luego de que, a instancias de la OEA, el llamado Grupo de Lima había reunido a las fuerzas conservadoras de la región para delinear la geopolítica continental. Esas mismas fuerzas hoy se convocan para complicarle la vida al régimen de Pedro Castillo. Reunido el llamado Congreso de Perú Libre, celebrado el pasado 24 de julio se realizó un encuentro en el que no hubo nada nuevo bajo el sol, sino afirmaciones de lo ya concebido. En lo fundamental, coherencia entre la doctrina y realizaciones fue el signo que envolvió a un certamen que contó con la presencia de Castillo. La conformación de la Mesa Directiva del Congreso, muestra el diseño de la línea de trabajo a la que habrá de ceñirse el Poder Legislativo. La Cámara procurará tomar distancia del Gobierno y, bajo el pretexto de su “independencia”, no se comprometerá con los proyectos del nuevo Mandatario. Más bien diseñará una estrategia opositora de baja intensidad que irá en ascenso según los cálculos de la reacción.
Un elemento que encendió las alarmas en Perú fue el discurso presidencial del 28 de julio, considerado un análisis del proceso social y una mirada inquisitiva a la dramática realidad peruana, bajo una promesa de cambio que habrá de proyectarse sólo con un activo respaldo ciudadano. En el meollo de la propuesta está la iniciativa referida a la nueva Constitución del Estado proyectada por el gobierno de Castillo para reemplazar al írrito legado de la dictadura de Fujimori al que hoy las fuerzas políticas derechistas se aferran con dientes y uñas.
Hurgando entre los resquicios constitucionales de la ley vigente, el proyecto oficialista peruano se propone cambiar el modelo neoliberal impuesto a inicios de la década de los ochenta en el pasado siglo. Un cambio constituyente que busca dotar a la nueva Carta Magna de un real sentido de participación ciudadana que afirme su función democrática, contrariamente a lo que señala la gran prensa opositora de que se trata de un intento por “quebrar la democracia”.
Un signo de los nuevos tiempos que corren en Perú es la conformación del flamante gabinete de Castillo, esperado con el sable en ristre por la oposición con una recepción caracterizada por un feroz ataque político. Por lo demás aquello estaba previsto, puesto que cualquier propuesta de Castillo en la conformación de su equipo de gobierno contaría con la más furibunda oposición. Esas son las reglas del juego que pretende imponer la reacción. No es que la oposición -fragmentada y dividida- busque abiertamente la confrontación. Lo que pretende es desacreditar y descalificar al gobierno, minar su base social, denigrar su imagen en el seno de las masas. Entre sus oscuros propósitos aspira a promover la vacancia del Mandatario apenas pueda lograr los votos necesarios para ese efecto. En otras palabras, un golpe legal. No está descartado alentar otras alternativas. Por un lado, la derecha promoverá un clima de ingobernabilidad, alimentando el descontento de las masas por la crisis. Por otro, pretenderá dividir al gobierno, enfrentando a unos contra otros. En ese contexto concreto, buscara aislar a Perú libre enfrentándolo a sus aliados, comenzando por Nuevo Perú. Y el Golpe de Estado -como solución a sus angustias- no está descartado.
En opinión de analistas, el sector más conservador de la política -el fujimorismo e incluso una cierta derecha religiosa que le es afín-, así como algunos líderes de opinión cercanos a esa postura, han señalado que el régimen gobierna fruto de un complot urdido por liberales, socialdemócratas y socialistas, es decir, el sector “progresista” y la izquierda. Para algunos de esos “críticos”, son en realidad comunistas, presuntamente coludidos con el “chavismo”, e incluso con el “terrorismo”. Se trata de una teoría conspirativa más -de elaboración común en aquellos círculos-, carente de cualquier justificación sólida. Resulta extraño que se pueda tomar en serio tal ejercicio de simplificación intelectual y de rudeza política. En tiempos de la “posverdad”, tampoco debería causar un desconcierto exagerado la proliferación de esta clase de discursos.
Lo único que garantizaría la estabilidad en el vecino país del sur es confiar en la fuerza del pueblo y su instinto clasista que respalda la firmeza mostrada por Castillo y en el vigoroso empuje de un proceso social caudaloso pero heterogéneo, que puede reconocer diversas expresiones, con un común denominador: la lucha por revertir la crisis, con la bandera popular entre sus manos.
De hecho, une al pueblo peruano la necesidad de fortalecer y hacer viable ese proyecto, sin ambiciones de interés personal o partidista, en el desempeño de una función social que siempre habrá de ser colectiva en el intento y democrática en su desempeño.
El vendaval sopla en los vientos del sur, del pueblo peruano depende sortearlo con unidad, firmeza y convicción.