La asunción al poder del profesor de escuela, Pedro Castillo, como Presidente del Perú marca en sus signos una nueva etapa en la vida política del vecino país y un giro hacia un pragmatismo en las relaciones multilaterales de la región. Luego de una campaña electoral caracterizada por el enfrentamiento entre las fuerzas políticas de izquierda representadas por Castillo y la derecha peruana agrupada tras la candidatura del fujimorismo, el ahora primer mandatario en su intervención inicial marcó la cancha política del país.
En su discurso inaugural Castillo disipó dudas a quienes lo habían estigmatizado de “comunista”, e incluso, de terrorista. Luciendo su tradicional sombrero chotano de paja y ala ancha y un terno con motivos indígenas, saludo en un discurso reformista, marcadamente independiente, a los descendientes de los pueblos originarios del Perú prehispánico, “a los hermanos quechuas, aimaras, a los afro peruanos y a las distintas comunidades descendientes de migrantes; así como a todas las minorías desposeídas del campo y la ciudad”.
El primer signo de su gobierno está marcado por un reivindicacionismo histórico a culturas que habitaban estas tierras cinco mil años antes y habían construido sociedades propias y desarrollo social, derribadas por la división de los pobladores. Aludió a los pueblos indígenas, y a las fuerzas que luego construyeron una sociedad multicultural y multiétnica. Se refirió a las mujeres, al trabajo, a la historia y a la ciencia, como un modo de resaltar lo que es el Perú de hoy. Evocó así los orígenes y el continuismo colonial de nuestra historia, subrayando la crueldad de los invasores.
Y lo hizo ante la presencia de mandatarios invitados, representantes de gobierno distantes de los postulados que profesa Castillo, incluido el impávido rostro del Rey de España. La presencia del monarca español Felipe VI, junto a presidentes de Argentina, Bolivia, Colombia, Chile y Ecuador y vicepresidentes de Brasil y Uruguay, un enviado del presidente estadounidense, Joe Biden, el secretario de Educación, Miguel Cardona, y el exmandatario boliviano Evo Morales, marca el pragmatismo diverso de las tendencias políticas en la región. Situación que, precisamente, se expresa en Perú, país que la política neoliberal aspiraba convertir en bastión de la tendencia al calor de la conformación del Grupo de Lima, hoy inoperante en sus propósitos.
Castillo, ante las delegaciones invitadas abordó temas de fondo relacionados con la coyuntura peruana. Habló de la crisis económica fustigando al “modelo” que “acumuló riquezas y privilegios en pocas manos, y hambre y miseria en la mayoría de los hogares del Perú”. Lo hizo frente a políticos que comulgan en sus países con dicho modelo de desarrollo y su alocución estuvo cargada de propuestas destinadas a revertir la crisis promoviendo el empleo, la participación activa del Estado para asegurar inversiones y el manejo de recursos esenciales. Propuso un cambio radical en el sistema de salud para convertirlo en un derecho y no en el privilegio que rige hasta hoy. Anunció la declaratoria de emergencia del sector de la educación y ofreció cambios en el sistema educativo. Manifestó su defensa y protección del medio ambiente y la biodiversidad frente a proyectos extractivistas mineros bajo las políticas del Estado. Como tema estructural propuso la necesidad de una nueva Constitución peruana, a través de la instalación de una Asamblea Nacional Constituyente con participación ciudadana. Como una manera de reiterar el sentido emancipador y anti colonial de su política, informó al país que no usaría más el Palacio de Pizarro -la Casa de Gobierno-, que será cedida finalmente al Ministerio de las Culturas -como se le denominará a partir de la fecha- para que funcione en calidad de Museo Nacional.
Bajo esas intenciones Castillo dejó entrever algunos rasgos específicos de su política de Estado. En su intervención, el mandatario descartó que vaya a ejecutar la estatización de alguna actividad productiva y, en su lugar, anunció la defensa del concepto de “rentabilidad social” en las inversiones privadas y la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología: “No pretendemos, ni remotamente, estatizar ninguna economía, ni hacer una política de control de cambios”, señaló el mandatario.
Castillo aseguró convencido que es posible realizar “los cambios que espera la población” y prometió hacerlos “con responsabilidad, respetando la propiedad privada y poniendo adelante los intereses de la nación”. El maestro y ex líder sindical ofreció ollas populares integradas a políticas nacionales y transferencias de apoyo financiero de 175 dólares a cada familia vulnerable. El mandatario católico, contrario al aborto y a la unión entre personas del mismo sexo, manifestó que la juventud que no trabaja ni estudia debe acudir al servicio militar obligatorio. Las últimas encuestas señalan que Castillo es visto por los peruanos con una mezcla de esperanza (34 %), incertidumbre (29 %), confianza (16 %) y miedo (15 %).
La historia dirá si las intenciones reformistas de Pedro Castillo no se conviertan mañana en acciones de cambio social profundo y la tolerancia de sus invitados se mantenga en la misma forma pragmática expresada hoy.