El triunfo histórico de Richard Carapaz en los Juegos Olímpicos Japón 2020 en la modalidad de ciclismo de ruta, despertó diversas reacciones desde la incredulidad hasta la emoción de las lágrimas. Una de las reacciones más sentidas fue la de sus padres y de manera especial la de doña Ana Montenegro, madre de Richard que destacó rasgos de la personalidad de su hijo de quien dijo que la humildad siempre fue su característica humana, aprendida en el seno de una familia de escasos recursos en uno de los pueblos de la provincia más olvidada y burlada del Ecuador. Cuando se habla del Carchi se hace referencia como al último rincón del país, de su gente y su dialecto, motivo de bromas con injusto sentido de humor regionalista y racista, sea por la ingenuidad o por la supuesta torpeza de su gente ante la vida. Quién no ha repetido los llamados “chistes pastusos”, término usado para designar al grupo etnocultural que habita el nudo de los Pastos, una región montañosa situada al suroccidente de Colombia y al norte de Ecuador, expresión asimilada para designar también a los ecuatorianos nacidos en los pueblos de la provincia norteña del país.
En esa región nació el campeón olímpico ecuatoriano. Hijo de una familia humilde, Richard Antonio Carapaz Montenegro es oriundo de El Carmelo, una pequeña parroquia ubicada en una zona rural que pertenece al Cantón Tulcán, en la Provincia del Carchi. Hijo de Don Antonio y Doña Ana, Richard creció en el campo y empezó a soñar desde pequeño gracias a un enorme cargamento de chatarra que su padre trajo a casa. Mientras Richard estaba trabajando en el campo, su papá llegó al hogar con un cargamento de chatarra que traía de la ciudad de Lago Agrio, provincia de Sucumbíos. En ese momento junto con sus hermanas, Marcela y Cristina, Richard buscó entre la chatarra para ver qué encontraba. Por sorpresa, encontró una bicicleta BMX, en muy mal estado: oxidada, sin asiento y con las llantas desinfladas. Ese día Richard comenzó a reconstruirla y a construir su sueño de ciclista, y con ella cada madrugada se entrenaba trepando los montes de su tierra natal sobre los 3.200 metros de altura. El frio y las duras pendientes forjaron el cuerpo y el alma del campeón. Lo que ocurrió luego es una notable historia de sacrificio en la carrera de un deportista profesional, no exenta de duros entrenamientos, derrotas y triunfos hasta la consagración mundial, sin más apoyo que su voluntad y disciplina deportiva.
Richard Carapaz, luego de su histórico triunfo olímpico en Japón, destacó ante la prensa: “Para mi es especial, esto lo disfruto yo. He sido un deportista que ha salido sin el apoyo del país, nunca han creído en mí, y este oro me pertenece a mí y a todos los que me apoyaron en su momento. Yo se que todo el mundo querrá festejar esta medalla pero es para los que realmente me apoyaron. Al final nunca han creído en mí, solo ciertas personas y ahora estoy disfrutando de un sueño que he cumplido. Hay que seguir dándoles oportunidades a los deportistas que realmente lo merecen”.
Sueño que contrasta con la realidad de un deportista que compite internacionalmente sin apoyo del Estado, ni siquiera para un masajista en su competencia en unas olimpiadas “Hemos venido aquí con Jonathan Narváez, nos hemos tenido que buscar un masajista, hemos venido solos. Hemos pedido ayuda a la gente de Ineos y ellos son los que realmente nos han dado la mano”. Luego de su reconocimiento Carapaz, dedico su triunfo al pueblo ecuatoriano.
Razón tiene un amigo periodista en destacar que los deportistas más humildes son los que nos han dado las mejores satisfacciones. Pero ese logro fue obtenido siempre sin apoyo del Estado, gobiernos y regentadores como Moreno para el que los complejos deportivos de alto rendimiento eran un gasto innecesario como los hospitales y escuelas del milenio. Lasso, en la misma tradición, aprovechó el triunfo olímpico de Carapaz para figurar demagógicamente, llamó telefónicamente al deportista para expresarle “su orgullo”, pero nunca apoyó ni le agradeció el triunfo por el país.
Carapaz es sincero al manifestar que su triunfo representa, bien o mal, a un país que no creyó en él. Un Estado que le negó su apoyo como a tantos deportistas y gestores culturales -el deporte es expresión de la cultura de un pueblo- porque las expresiones culturales son la última preocupación de ese Estado regentado por comerciantes, banqueros, contrabandistas, y fundamentalistas religiosos. Estado lastimero que confunde las políticas públicas con mendicidad practicada con recursos ajenos, sin siquiera sacarlos de las arcas fiscales, apelando a la voluntad de empresarios en clara evidencia con la complicidad que los une en el ofensivo paternalismo hacia los más necesitados. Detrás del triunfo de Carapaz hay la gran derrota del Estado excluyente e indolente, que se jacta de su arrogancia en sus medios de comunicación de lanzar dardos al rostro de la dignidad humana. El logro mundial de Richard Carapaz sincera las cosas en un país que ha vivido de la hipocresía, cuando no de la demagogia, de sus políticos que han hecho del deporte un trampolín de dudosas y corruptas carreras hacia el poder.
El oro de Carapaz pertenece al deportista, su familia y la gente humilde que ve en él un ejemplo de sacrificio, superación y logros, sin más apoyo que su fortaleza física y espiritual con la que los hombres y mujeres pueden desafiar hasta los dioses del Olimpo.