La ley y la política son dos instancias distintas, si una de las dos se deslegitima o ambas no muestran coherencia entre sí, el poder pierde sustentación y se viene al suelo como un tinglado de naipes. Eso ocurrió con Jorge Yunda. El movimiento que lo auspició había perdido la batalla política en el escenario capitalino hacía un buen rato. Y las causas son múltiples desde la gestión del correísmo, por eso el alcalde y sus abogados se aferraban a resquicios legales con diente y uña, interponiendo recursos, aplazando audiencias, poniendo a las instancias dirimentes unas contra otras.
Los bemoles de la caída del alcalde capitalino son múltiples y desembocaron el día de ayer en una contradicción entre la ley y la política que, no obstante, al final del día coincidieron en dejar sin sustento la permanencia de Jorge Yunda en la Alcaldía de Quito. El ex alcalde abandonó el complejo judicial anunciando que se sentía en indefensión; al caer la tarde, la jueza Grimanesa Erazo dio el dictamen en el que aceptó la solicitud de revocatoria de las medidas cautelares a favor del burgomaestre, poniendo fin a una situación telenovelesca que desafiaba la paciencia de los quiteños. Una hora después de que la jueza Erazo revocó las medidas cautelares que impedían la remoción de Yunda, al filo de la noche en el Concejo Metropolitano, Santiago Guarderas firmó la resolución con la que dejó de ser vicealcalde y asumió la Alcaldía de Quito.
Historia de cabildeos
El cabildo es la cabeza visible del poder popular. El término cabildo proviene del latín capitulum «a la cabeza». Como tal, los cabildos fueron instituciones civiles y municipales creadas en América y las Filipinas por el imperio español para la administración de ciudades y villas. Además de ser instancias para la elección de regidores y alcaldes que administrarían y reglamentaban sus comunidades, ejercían un control del régimen económico y cuidado y defensa de la ciudad. Los cabildos también llamados ayuntamientos fueron corporaciones civiles que constituyeron un eficaz mecanismo de representación de las elites locales frente a la burocracia real, además de administrar, controlar y defender el régimen económico en las ciudades. Aunque en los años de la conquista abundaron los cabildos abiertos, esta manifestación de soberanía popular se hizo cada vez menos frecuente, en la medida de que pasaron a ser controladas de manera monopólica por la aristocracia criolla. En la antigua Roma, un municipium era una ciudad libre que se gobernaba por sus propias leyes, aunque sus habitantes disfrutaban de muy distintas situaciones jurídicas y obtenían derechos por la posesión de la ciudadanía romana.
El municipio hoy está regido por un órgano colegiado denominado ayuntamiento, municipalidad, alcaldía o concejo, encabezado por el alcalde. En los Estados modernos, un municipio es la división administrativa más que posee sus propios dirigentes representativos elegidos democráticamente. El municipio es el poder más cercano al pueblo que accede la ciudadanía y se roza con él cotidianamente porque, se supone, palpita con similar problemática local inmediata, a través de obras municipales de uso diario.
Crónica de una caída anunciada
La caída de Jorge Yunda de la Alcaldía Metropolitana de Quito es la secuencia, cuadro a cuadro, del deterioro político del correísmo y la tendencia en el cantón, reflejo por lo demás de un cambio en la correlación de fuerzas en la provincia que alberga a la capital y, por tanto, al poder central que por sus dinámicas sufre un mayor deterioro como el escenario de un enfrentamiento mayor.
Uno de los factores que socavaron en la voluntad popular la imagen del alcalde Yunda fue el abandono a una urbe que, por su condición de capital, exige y exhibe mejores servicios urbanos que, en el caso de no ser atendidos con prontitud y eficiencia, provoca un mayor impacto ciudadano en el prestigio de las autoridades. Un proyecto millonario, el principal de la ciudad, el Metro, sin un modelo de gestión definido, una obra inconclusa y retrasada en su conclusión, una gestión bajo sospecha popular, marcó el sentido del rechazo ciudadano a la administración municipal de Yunda y otros alcaldes que lo precedieron y no dieron respuesta a la principal aspiración de los quiteños. A esto habría que sumar el descuido citadino en varios rubros de primera necesidad como calles destruidas y sin bacheo, servicio de agua potable insuficiente en barrios populares, congestión vehicular sin visos de solución, viviendas que se desploman al borde de quebradas, arterias mal iluminadas, barrios completos abandonados a su suerte y un clima de inseguridad ciudadana, sin precedentes en la capital, a merced de la delincuencia.
El municipio dejó de atender necesidades de la vida diaria de los quiteños para subsumirse en sus propias contradicciones, al punto que se transformó en un aparato burocrático dedicado a resolver problemas emergidos en la lucha por el poder interno, aun pendiente, al calor de aspectos administrativos y económicos de dudosa procedencia. Sin contar con presuntas irregularidades cometidas en la contratación de insumos médicos para enfrentar la pandemia, también pendientes de dilucidar por la justicia ordinaria y con una total falta de liderazgo para conducir la emergencia sanitaria por una vía de superación.
Con el fin de Yunda y su caída como alcalde no llegan a su fin los problemas de la ciudad. Tampoco se resuelve la lucha por el poder en la provincia. Se cierra un capítulo del deterioro de una propensión política y se abre el episodio de desgaste de otra en marcha. Todo dependerá de cómo la tendencia neoliberal que campea en la ciudad camina sobre sus adoquines silbando una melodía de triunfo momentáneo, mirando el devenir de los hechos bajo un cielo despejado. Porque en algo concordamos propios y extraños, no hay cielo como el de Quito.