Circula por redes sociales como mensaje “reenviado” una narrativa que, en una suerte de onírica política, describe la destrucción de una ciudad de rasgos coloniales. Las escenas que despliega tienen similares detalles apocalípticos de los filmes hollywoodenses que suelen producir los gringos dentro de la tendencia del cine catastrofista que alude a guerras galácticas, desastres naturales e invasiones extraterrestres. Con frecuencia las producciones del aparato ideológico norteamericano en la meca del cine en Hollywood, imagina o pronostica acabos de mundo, exterminio de enemigos imaginarios, imperios que contraatacan, todo bajo guiones inspirados en valores medioevales con una concepción de un mundo belicista, en loca carrera armamentista de alta tecnología.
Son las obsesiones geopolíticas de los hombres del Pentágono que expresan la justificación de la guerra como única forma violenta de resolver conflictos de la humanidad -que no resuelve la ONU en su burocracia diplomática dorada- y que convierten al planeta en un escenario dividido entre héroes y villanos, donde siempre termina victorioso el contingente bélico capitalista representado por los Marines estadounidenses, o por fuerzas militares de alcance planetario a órdenes de la Casa Blanca. Se trata de sueños húmedos, por lo placentero y sanguinario que resultan para la onírica política del imperio, que terminan en pesadilla para los propios habitantes de su país, como sucedió con películas catastrofistas que anticiparon las escenas del desastre en las Torres Gemelas.
La invasión caribeña
Esta vez el fin de mundo ocurre en un país latino de rasgos coloniales. Un mundo que se acaba junto a su sistema político que llega a su fin bajo el asedio militar de una potencia que no se identifica claramente, pero que deja en su escaramuza militar una huella de destrucción inimaginable de sangre, dolor y muerte.
Lo novedoso del escenario en el que tienen lugar las escenas bélicas narradas por el mensaje de texto, es que se trata de una capital latinoamericana de innegable ambiente caribeño y tropical con características arquitectónicas que no inducen a equívoco que se trata de La Habana. Las escenas se suceden unas a otras y muestran lugares típicos e iconográficos de la capital cubana como el Malecón, la Plaza de la Revolución, el museo del Castillo de la Fuerza Real, el edificio del Capitolio Nacional, la Catedral barroca de San Cristóbal, entre otros monumentos arquitectónicos que otorgan esa impronta singular a la capital revolucionaria de los cubanos.
En el desarrollo de las acciones bélicas no se distinguen rostros en la onírica bélica narrada, son invasores anónimos -o inexistentes-, solo se impone una maquinaria militar de sofisticada tecnología que entra en acción, como metáfora del mensaje imperial sugerido. Los rostros de combatientes populares que defienden la isla tampoco son identificables, es solo una masa anónima cuyos componentes no deben ser reconocidos.
Es una narrativa que recuerda otra invasión imperial -aquella vez europea- descrita en la novela La Tempestad, (The Tempest), de William Shakespeare, en el que Calibán, hijo del invasor imperial británico y aborigen isleña en el territorio de lo que hoy es Cuba. Calibán es un esclavo salvaje y deformado, su nombre podría provenir de «Carib(be)an» (Caribe), con el posible significado implícito de «caníbal». Ambas implicaciones sugieren que representa a los nativos del Nuevo Mundo. Ya hacia el reinado de Isabel I, tumultuosas embarcaciones emprendían su viaje rumbo a América. A su llegada, los colonos ingleses se encontraban con un pueblo primitivo enclaustrado en una poderosa sociedad de costumbres «bárbaras», que siempre se interponían a sus pretensiones imperialistas. La obra shakespeariana estrenada en 1611, es la primera y única mirada crítica del escritor inglés describiendo la política imperial de su país natal en nuestra región.
Estos días en la actualidad, que las agencias informativas gringas han hecho un despliegue sensacionalista de los acontecimientos que tienen lugar en Cuba con las manifestaciones de protestas callejeras, no es de extrañar que una narrativa anónima despliegue, con una fantasía desprovista de imaginación, un aspiracional que en su onírica belicosa, refleja los sueños geopolíticos del Pentágono.
Pero la realidad de Cuba es distinta. Si bien no se desconoce la crisis económica desencadenada por un bloqueo imperialista de 60 años que ha condenado a la isla a una pérdida de ingentes recursos, y que hoy se ve dramáticamente agudizada por la pandemia, no es menos cierto que el impacto de las medidas de agresión transnacional estadounidense contra Cuba son devastadoras, según lo describe Rafael Dausá embajador cubano en Quito: “El bloqueo tiene un impacto brutal que nosotros pudiéramos medir en miles de millones de dólares y decirte que, históricamente, se acumulan más de 157 mil millones de dólares y que este año solamente son más de siete mil millones. Pero cuando llevas eso a las personas que a lo largo de estos sesenta y tantos años han muerto porque no han tenido una medicina específica para curarse, porque esa medicina es producida por un laboratorio norteamericano, una sola vida humana vale más que todo el dinero que hay en este mundo. Entonces, el bloqueo no solo ha significado enormes pérdidas para la economía cubana, sino ha significado muerte y enfermedades para nuestros niños, para nuestros hombres, ancianos y mujeres. El bloqueo también ha tenido un impacto económico, eso no podemos olvidarlo. El hecho mismo de que no podamos comprar prácticamente nada en Estados Unidos, que es el mercado natural de Cuba, porque nos separan noventa millas y tengamos que buscar el mismo producto que podemos buscar en la Florida, en Nueva York o California, lo tenemos que buscar en Europa y en Asia”.
No en vano es la veintinueve ocasión en que la Asamblea General de la ONU toma una resolución exigiendo el fin del bloqueo, que EE.UU hace caso omiso porque demuestra que no le importa las Naciones Unidas ni el clamor mundial contra la agresión.
La respuesta del pueblo cubano ha sido resistir y lleva resistiendo más de 62 años. El bloqueo es la apuesta que desde los primeros años del triunfo de la Revolución, los gobernantes de Estados Unidos hicieron en la seguridad de que el pueblo cubano no podría resistir: “A los seis meses esta gente se va a rendir y no nos hemos rendido en 62 años y yo estoy convencido de que no nos vamos a rendir en 62 mil años”, concluye Dausá.
El gobierno cubano hizo un llamado a la resistencia en las calles contra de los protestantes, y para dar un respiro a la situación autorizó la importación de medicamentos y alimentos liberados de impuestos, a todas las personas que visiten la isla.
La onírica política norteamericana desconoce que sus sueños hegemónicos en Cuba se pueden convertir en pesadilla como en ocasiones que los Marines invadieron tierras ajenas, o en la propia Cuba en Playa Girón en los años sesenta. El mayor ejemplo es Vietnam, símbolo de la resistencia heroica de un pueblo agredido por la geopolítica norteamericana y que hizo despertar de su onírica guerrerista al Pentágono.
Más allá de las pretensiones geopolíticas norteamericanas en la región, amplificadas por la prensa mercantil en el hemisferio, el pueblo cubano víctima de una agresión criminal reclama hoy la solidaridad mundial que lo hará sobreponerse a los designios imperiales apocalípticos, con voluntad de sobrevivir en soberanía, progreso y paz.