Los acontecimientos que tienen lugar en Cuba, Venezuela y Haití en los últimos días muestran como las políticas locales en estos países se relacionan y responden a la geopolítica regional. El común denominador de desestabilización radica en una situación de crisis agudizada por la debacle económica que develó la pandemia, contexto que sirve de laboratorio experimental para los propósitos geopolíticos en la región. Estos tres países son hoy escenarios de manifestaciones de violencia callejera protagonizada por grupos organizados de opositores a sus gobiernos, bandas delincuenciales y grupos armados foráneos, manifestaciones que se las hace aparecer en un entorno de protesta y disconformidad ciudadana espontánea.
En Cuba este domingo tienen lugar en La Habana y en diversas ciudades y pueblos del país las más agudas “manifestaciones contra el gobierno desde el llamado ´maleconazo´ de 1994 durante el Periodo Especial». Esta vez el detonante fue “la grave escasez de alimentos y medicinas resultado de los efectos de la pandemia”. Gritos de “libertad, abajo la dictadura” se escucharon en La Habana amplificados por las redes sociales. El presidente del gobierno cubano, Miguel Díaz-Canel B., en cadena de televisión advirtió que “si hay personas con insatisfacciones legítimas por la situación que están viviendo, y también revolucionarios confundidos”, al mismo tiempo “hay oportunistas, contrarrevolucionarios y mercenarios pagados por el gobierno de los EE.UU., para armar este tipo de manifestaciones”. Dijo que no “se permitirán provocaciones (…) La calle es de los revolucionarios. Aquí ningún gusano ni contrarrevolucionario va a tomar las calles”. Al mismo tiempo, explicó que empezaron a surtir efecto “una serie de medidas restrictivas, de recrudecimiento del bloqueo, de persecución financiera en contra del sector energético con el objetivo de asfixiar nuestra economía, y que eso provocara el anhelado estallido social masivo que siembre las posibilidades para, con toda la campaña ideológica que se ha hecho, poder llamar a la intervención humanitaria que termina en intervenciones militares y en injerencias”. Durante sus declaraciones, el Jefe de Estado denunció la participación de la administración estadounidense en las acciones de desestabilización política históricas que tienen lugar contra Cuba, y que se han intensificado, particularmente, durante la pandemia.
Estos hechos tienen lugar en Cuba a pocos días de la crisis política desencadenada en Haití, país donde un comando militar extranjero asesinó el domingo anterior al presidente haitiano, Jovenel Moïse. El grupo armado de procedencia colombiana y estadounidense fue liderado por Christian Emmanuel Sanon, un médico residente en Miami, detenido como presunto autor intelectual del crimen. Sanon conspira para “convertirse en presidente de Haití”, y de acuerdo a la reconstrucción policial, Sanon llegó a Haití hace un mes en avión privado desde la Florida acompañado de un grupo de seis colombianos contratados originalmente para hacer de escoltas, “pero luego recibieron una nueva orden: arrestar al presidente”, según dijo el jefe de la policía. Ahí comenzó una nueva operación, a la que se sumaron después otras 22 personas. Sanon a su llegada a Haití se puso en contacto “con una empresa de seguridad privada, venezolana llamada CTU, radicada en los EE.UU., para reclutar a quienes cometieron el asesinato”.
En Venezuela, la anterior semana, recrudecieron acciones de grupos delincuenciales armados que asolaron las calles de Caracas y que el gobierno vincula con un presunto complot “para desestabilizar al presidente Nicolás Maduro”. Un funcionario policial de El Paraíso, cuerpo castrense a cargo del orden público, manifestó que “se nos han escapado de las manos”, en referencia a las bandas delictivas “con armas modernas” que generaron el caos en las calles. Los grupos en mención actúan con armas de alto calibre, granadas y drones para vigilar visualmente las zonas que controlan.
El común denominador de estos hechos radica en que suceden en países que viven permanentes tensiones sociales con injerencia extranjera, por decir lo menos, habitual. El clima de inestabilidad es una constante y el estado de alerta permanente, de manera que los hechos que se vayan sumando crean una situación “natural”, propia de una crisis interna que se la quiere ver endémica.
Otro rasgo común en aquellos países es una realidad socioeconómica deplorable agudizada por la falta de recursos en materia de medicina, alimentos y otros insumos necesarios para vivir, cuya escasez es agravada por el bloqueo comercial a que están sometidos por las decisiones políticas emanadas desde los EE.UU. Recientemente en la ONU 184 países votaron por la suspensión del bloqueo norteamericano de 60 años a Cuba, con votos contrarios de Israel y los EE.UU, con abstención de Colombia, Brasil y Ucrania. El bloqueo en la región es extensivo a Venezuela donde las acciones de apremio y desestabilización estadounidense contra ese país son denunciadas diariamente. El caso de Haití tiene otros matices en un país en el cual la constante crisis socioeconómica da lugar a frecuentes coyunturas políticas caracterizadas por intervenciones foráneas, violencia interna y crisis agravadas por desastres naturales.
Los acontecimientos de estos últimos días en las tres naciones caribeñas son, de algún modo, de rasgos coincidentes; se inician en fines de semana cuando los organismos del Estado y la población “están desmovilizados” y su respuesta resulta menos ágil. Ocurren en un contexto extremo de recrudecimiento de las necesidades materiales que colman la paciencia de sus pueblos. Todo aquello contribuye a dar apariencia de protesta ciudadana espontánea contra los gobiernos en un clima de disconformidad desesperada por la escasez de alimentos medicinas y otros insumos. Esto es factible en Cuba y Venezuela, países donde se busca escalar en la protesta popular para llegar a situaciones extremas de violencia antigubernamental, mientras que Haití es un territorio donde dicha violencia se la ejecuta directamente con crímenes políticos magnicidas.
Se trata de acciones que, en su común expresión, buscan medir la reacción de los Estados, de la población interna y de la comunidad internacional. Llama la atención el silencio de organismos como la ONU que al no pronunciarse rechazando los intentos desestabilizadores en esos países, contribuyen con el silencio a “legitimar” en la opinión pública los actos que los provocan. La OEA, a través de su Secretario General, condenó el llamado del gobierno cubano a defender al régimen, a lo que se sumaron cubanos en Miami exigiendo la caída del sistema político de Cuba.
Estos denominadores comunes hacen pensar en un guión único, concebido y aplicado en los tres países en cuestión, en los que se crea condiciones que buscan escalar a expresiones de mayor intensidad.
Es preciso valorar la situación con objetividad, los problemas económico sociales en estos países existen, no se trata de tapar el sol con un dedo, pero amerita verlos en su real dimensión causal. La historia genera sus propias contradicciones en singulares coyunturas sociales. Su ritmo y sentido marcarán el desenlace de esos procesos en la región, consolidando el cambio o retardando el devenir de la historia.
Los pueblos de Cuba, Venezuela y Haití son los protagonistas de su propio destino en unidad, movilización y respuesta contra toda intervención foránea de bloquear sus economías, desestabilizar sus procesos políticos y agudizar sus dramas sociales con el fin de cumplir con los designios geopolíticos emanados desde las altas esferas hegemónicas del poder en el continente americano.