Desde el inicio de nuestra plática quiso que su historia sonara trascendente, o al menos superara los límites de alguna pregunta trivial. Como buena actriz Rossana Iturralde escucha sus propias palabras y las interpreta como representando el guion ya conocido de su vida. Una vida por la que siente pasión de vivir. Cuando se graduó del colegio no sabía qué hacer con su vida, fue alumna de la especialidad de física-matemática por la inclinación que mostraba por las representaciones numéricas y las representaciones corporales en gimnasia olímpica en rutinas tan lógicas y repetitivas como las matemáticas, y que, reconoce haber pensado, detenidamente, ahora en cuarentena como todo lo que no había pensado de su vida en treinta o cuarenta años. Cuarentena en la cual ha tenido todo el tiempo del mundo “para angustiarse, para sufrir, para estar dichosa”, en la soledad del confinamiento.
Su afición por expresarse la lleva a estudiar arquitectura durante cuatro años en la Universidad Católica de Guayaquil, ingresa a un coro universitario y durante una presentación del Monólogo del Juglar, de Darío Fo, que asistió a ver al aula magna universitaria, descubre su inclinación por el trabajo corporal de la actuación. Antes de ese evento teatral, Rossana participó en una presentación con el grupo musical Miel de Abeja, allí la descubre el director argentino Ernesto Suárez, fundador del grupo Teatro del Juglar y le propone ingresar a un taller organizado por el colectivo, al cual se integra como asistente de dirección de Arte de la obra Guayaquil Superstar. Se va arraigando al grupo, asiste a los ensayos, atiende la taquilla, participa en la producción, pero no sube al escenario por miedo a la nueva experiencia. Era la época en que la creación colectiva cobraba fuerza en Latinoamérica y María Escudero había fundado en Córdova, Argentina, el grupo Libre Teatro Libre, cuyos integrantes salen al exilio empujados por las dictaduras militares de ese país, algunos de ellos –Arístides Vargas y Ernesto Suárez-, vienen a Ecuador. Suárez funda el Teatro El Juglar, en Guayaquil, y Vargas crea el grupo Malayerba, en 1980 en Quito, junto a Susana Pautasso, Charo Francés y Carlos Michelena.
-Yo no encontré al teatro, el teatro fue como un imán para mí, empecé a hacer teatro cuando estaba terminando el primer semestre de cuarto año en Arquitectura. Dejé la carrera porque el teatro me abrió un mundo y una visión del mismo totalmente diferente y desde entonces no me ha soltado un solo minuto durante toda mi vida.
Con añoranza y locuacidad la actriz recuerda sus primeros trabajos, como el papel de una prostituta y su primera obra La Marquesa de Lakspur Lotion, sin duda fue una actuación pésima, dice, que con el tiempo se convertiría sobre las tablas en la expresión de una actriz de aquilatados talentos.
Durante el tiempo de cuarentena, Rossana Iturralde ha permanecido confinada sin desarrollar su trabajo teatral, excepto una adaptación para radioteatro, en Bogotá, de su obra La Edad de la Ciruela. Sobrevivió de algunos ahorros y un préstamo, sin trabajo permanente.
–Este tiempo me sirvió para entender que mi vida no podía seguir adelante, si yo seguía con el ritmo enloquecido que exige la producción en el mundo del teatro y del arte en general, y que debía tener tiempo para pensar y reflexionar, para saber qué es lo que yo quería hacer en teatro con ese ritmo en el que no sabes si la obra va a salir, cuánto dinero podrás reunir para hacer la producción, etc. Aproveché la vida confinada para ver películas, leer y para plantearme algunos proyectos. La otra cosa que aprendí en cuarentena es que quiero seguir viviendo.
En medio de la cuarentena se propuso salir del “círculo de tristeza en el que estaba” por la muerte de seres queridos y cercanos, bajo una depresión profunda que logra superar con acompañamiento médico. Fue un tiempo de reflexión sobre qué era la vida y qué es lo que se proponía hacer de ella, y en el teatro “con tiempo para madurar las obras, el manejo de los elementos, para crear, para improvisar, para saber lo que necesito contar en proyectos futuros”. Durante ese tiempo también aprendió a cocinar, con ayuda de recetas de internet, “tratando de que quede todo con buen sabor”.
Rossana dio forma a un proyecto teatral que venía cocinando tiempo atrás, postergado por otros proyectos escénicos en barrios populares de Guayaquil, Monte Sinaí, La Prosperina, Mapasingue, El Guasmo, y otros, de realizar talleres, hacer montajes de obras con los pobladores y difundir su propio trabajo histriónico en la periferia de la ciudad. Con la necesidad creciente de hacer nuevas cosas, Rossana Iturralde concibe un proyecto teatral basado en la obra de ficción filosófica, Vita Brevis, de Jostein Gaarder, que narra aspectos de la vida de San Agustín de Hipona, padre de la iglesia católica, que en año 354 D.C. tuvo una concubina, una mujer a la que quiso mucho y con la que tuvo un hijo, Adeodato. La obra consiste en una colección de cartas sobre su madre, revelando sus desacuerdos y descontento por haber sido abandonada por San Agustín, debido al ascetismo del filósofo y sus nuevas creencias cristianas, en las que critica su visión más centrada en la vida después de la muerte que para la vida presente es breve, como indica el título. San Agustín escribe la obra, Confesiones. Gaarder, el autor noruego, inventa una trama ficticia acerca de la amante de San Agustín, y según la historia de la mujer a laque llama Floria Emilia, ella estudia asuntos religiosos, lee la obra Confesiones y rebate los argumentos escritos, “porque no comprende cómo el autor cambió la sensualidad entre dos seres humanos, por el amor divino”.
-A mí me conmovió mucho cuando leí la obra, mientras la leía no podía ni respirar de la angustia que me daba esta mujer que habla del hijo que perdió porque San Agustín se lo quita. Fue muy fuerte para mí y el libro lo tenía guardado y yo decía, un día voy hacer esa obra.
Rossana decide hacer la obra “en el momento más difícil de mi vida porque no tengo trabajo y todo está muy lento”. Para cristalizar la obra se propuso comenzar con una “recaudación para poder trabajar en el proyecto, sin necesidad de preocuparme de qué voy a comer”. En su casa dispuso espacios donde ensayar junto a los actores que se vayan sumando al proyecto y para eso necesita recursos para mantener gastos mínimos. En esa necesidad surgió la idea de usar una plataforma de crowdfunding, en internet, llamada airfunding para recaudar fondos y montar la obra dentro de un año a un costo mínimo de 10 mil dólares. La campaña de financiamiento de la obra no requiere de grandes aportes individuales, sino de contribuciones posibles de hacer mediante patrocinio desde tres dólares en adelante, según la voluntad del donante.
La obra de reflexión filosófica necesita ser adaptada a un guion, trabajo de actores en el desarrollo de los personajes secundarios, puesto que será planteada como técnica unipersonal de la actriz principal, una dramaturgia del cuerpo en relación con el espacio escénico de la luz y de la puesta en escena sobre el escenario. La obra, planteada esencialmente desde una dramaturgia corporal, no descartaría una expresión de danza que pudiera entrar en una relación con el contenido del guion. El montaje tampoco descarta propuestas con uso de elementos simbólicos o minimalistas, encontrados en una investigación teatral previa de elementos teatrales contemporáneos, hasta plasmar la idea concreta de un teatro alternativo al teatro comercial clásico. Se trataría de un teatro donde hay una metáfora, no solo de la palabra sino de la imagen, basada en una investigación, según manifiesta como interés Iturralde. El interés de la actriz en esta obra se explica por el afán de “conocer más la naturaleza del ser humano, en particular de las mujeres que viven en una sociedad absolutamente patriarcal”. Interesada en la estructura de poder patriarcal imperante, Rossana está sensibilizada por la condición de “mujeres que por más que luchamos y salimos adelante, nos topamos con los propios artistas que mantienen esa estructura terrible en la cabeza, a lo largo de mi vida me he topado con artistas que tienen la cabeza contaminada con todo este rollo en el que terminan acusando a una mujer de cualquier cosa, cuando está sola y tiene que salir adelante. Yo he vivido una lucha que, hasta ahora, son batallas que no se terminan”.
-En el teatro yo cuento lo que creo de la vida, porque cuando tú lees y lees, conoces más y más la naturaleza del ser humano y las contradicciones enormes, es decir, la condición humana. Y eso es lo que a mí me interesa indagar. En este caso, en el ámbito del amor y la sensualidad.
En esa línea, se plantea una ruptura con el patriarcado que denuncia la obra en un país que amerita una profunda reflexión acerca del tema, posible de recrear en el teatro la condición humana también desde el arte escénico.
Foto principal archivo El Telégrafo