Me falta el aire, es una frase literalmente lapidaria, digna de poner en el mármol o en los ladrillos que sirven de tapia en la tumba de los que mueren por Covid-19, asfixiados por la insuficiencia respiratoria de pulmones pulverizados por el virus. En algunos hospitales del sistema de salud pública escasea el oxígeno, producto de la asfixiante situación a la que fue sometido el sector de la salud por el anterior gobierno discapacitado, indolente y corrupto. La asfixia continúa en este gobierno que también renguea a la hora de superar la nefasta herencia que le dejó su antecesor.
Al país le falta el aire, nuevos aires de cambio de una situación económica, social y de inseguridad asfixiante, con una delincuencia organizada en las calles, en las cárceles, en los hospitales y en la contraloría, con un largo etcétera que da miedo. Literalmente aterroriza, porque ya no se puede caminar confiado por las vías de ciudades y pueblos sin el peligro de que un sicario te confunda y te acribille por error, como ha sucedido; o un “sacapinta” te arranche el dinero a la salida de un banco o un vulgar ladrón nos quite el celular y la vida. Vivimos asfixiados por la inseguridad ciudadana, mientras la policía pide nuevos recursos y leyes para aplicar “el uso progresivo de la fuerza” contra la protesta social, y jueces que dejan en libertad a delincuentes atrapados cuando la acción policial resulta efectiva, siguen ejerciendo sin ser observados.
La falta de aire es la falta de oxígeno de una economía a la que no se le insufla dinamismo laboral, inversión pública y privada, políticas sociales contra la pobreza y asfixia económica de millones de ecuatorianos. En Ecuador ya casi no podemos respirar, pero en cambio inflamos el pecho de orgullo por sentirnos vivir en un país surrealista, divididos por una línea imaginaria y por la imaginación de quienes nos condenan a la incertidumbre. En Quito la capital, propios y extraños vivimos doblemente asfixiados en el epicentro de la pandemia y con un alcalde que convirtió a la ciudad en el epicentro del abandono, aferrado al cargo como asfixiado por la ambición y terquedad política. Doblemente asfixiados, quiteños y chagras, habitantes de la llamada “ciudad para vivir”, metafórico eslogan de alcaldes ineficientes e incautos habitantes que se creen todo lo que se les dice de su ciudad. Sin espíritu de rebeldía para destituir a quien no merece ocupar el cargo de representar a Quito, que tampoco merece un alcalde incapaz que abandonó a la capital en medio del caos urbano y cotidiano. La falta de aire se evidencia en las aglomeraciones en troles y buses municipales, sin controles de bioseguridad, en las fiestas clandestinas saturadas de gente en lugares cerrados, que el COE nacional y cantonal se han dedicado a contar por televisión. La falta de aire se parece a la falta de paciencia, se pierde hasta extremos peligrosos y más de uno termina hecho cadáver.
Los ecuatorianos vivimos con poco aire, no solo por la falta de oxígeno en las ciudades de altura, sino por la baja respuesta de los gobiernos a las necesidades del pueblo. Nunca tuvo tanto significado morir asfixiado, con la extrema exclamación en los labios: me falta el aire, como el elemento vital para seguir en este mundo.
En tanto, propios y extraños, contenemos la respiración hasta ver cuál será el destino final del alcalde destituido y aferrado al puesto, del contralor preso por aupar, presuntamente, la red institucionalizada en la Contraloría y diseminada en algunas delegaciones provinciales de esa institución, que ha facilitado la desaparición de glosas, el encubrimiento de la corrupción en algunos sectores públicos y privados y en ciertas esferas de poder. Y como si fuera poco surrealismo, también deja sin aliento la historia del autocalificado “empresario”, Miguel Ángel Nazareno Castillo, “don Naza”, cara visible de una plataforma llamada Big Money que ofrece, a quien le confíe su dinero, pagarle el 90 % de interés al cabo de ocho días. Mientras el avezado financista era buscado desde el 2014 por deudas pendientes, por un préstamo de $ 2.550 dólares, hecho a una cooperativa de ahorro y crédito de la ciudad de Quevedo.
La lista de surrealidades criollas es interminable, pero debo concluir esta nota periodística…me falta el aire.