El periodismo criollo ha experimentado cambios adaptativos en su necesidad de narrar la realidad. Cambios en la capacidad de desmenuzar los hechos en búsqueda de una apología de lo establecido. Se detecta en las entrevistas que los participantes “desnudan” diversas aristas sin llegar al fondo de los temas tratados, sus causas y repercusiones estructurales. Es una dinámica comunicacional que vino de la mano de la “restauración conservadora con el neoliberalismo cultural” que inauguró renovadas formas de exclusión mediática. Es un periodismo que no contrasta fuentes, solo matiza opiniones alineadas a una misma tendencia. Es un periodismo tecnocrático que aparenta diversidad informativa y un pluralismo aparente. Es notorio su silenciamiento e intolerancia que muestra a las tendencias contrahegemónicas, en una indisimulada postura. Un periodismo descriptivo, apologético y funcional a los intereses elitistas de grupos de poder político y económico de la sociedad criolla.
En la otra orilla, el periodismo analítico y crítico de opinión, debe encontrar una forma técnica de neutralizar dinámicamente esta nueva tendencia de periodismo contemplativo. Debe ser ágil, lúcido, plural a la hora de cumplir las exigencias de ser profundo, diverso y representativo en el análisis de la realidad.
Información opinada u opinión informada. ¿Es esa la disyuntiva actual del periodismo moderno?
Recientes formatos periodísticos confiesan que el periodismo adopta siempre una posición, echando por tierra la “imparcialidad y neutralidad” proclamadas por las antiguas escuelas de periodismo tradicional. Una realidad siempre existente, pero nunca antes reconocida en un formato que proclama “su manera” de hacer periodismo. Como aquel reconocimiento hecho por Andrés Carrión al decir que los periodistas “dictábamos sentencia desde los micrófonos, desde las cámaras de tv (…) resolvíamos qué era lo bueno y qué era lo malo, nosotros interveníamos en política y, al mismo tiempo, éramos periodistas”, cometíamos “el error de asumir un rol político y de jueces”.
En una práctica con rasgos de antropofagia profesional, revista digital Lapalabrabierta fue recientemente silenciada y excluida de un grupo mediático denominado Comunicadores Latinos al que habíamos sido invitados por su administrador Rene Iñiguez. Los motivos argumentados fueron considerarla una publicación “progresista”, “correista”, bajo amenaza hecha a Iñiguez por los integrantes de retirarse del grupo integrado por comunicadores identificados. Iñiguez lamentó la actitud de “no saber respetar ideales diferentes”, no obstante, procedió a eliminarnos bajo presión del grupo.
De cara a una nueva Ley de Comunicación los comunicadores debemos reflexionar sobre estos temas. La necesidad de un libre flujo informativo. Una clara identificación de la opinión separada de la información y diversificada en formatos distintos. Manejo responsable de fuentes contrastadas y protegidas. Objetividad, en el entendido que la realidad existe fuera de nuestra opinión y lo que hacemos es construir una versión de los hechos. La imparcialidad como independencia frente a intereses sectoriales. Neutralidad que no es independiente de nuestra propia conciencia. Reconocimiento de compromiso con la verdad. Toma de posición que debe asumir valores de justicia, solidaridad, humanismo, pacifismo, ente otros. No hacer una defensa, a priori, de una libertad y una democracia formales, preestablecidas por élites hegemónicas de la sociedad.
Resignificar estos conceptos bajo el reconocimiento de su carácter clasista en una sociedad contradictoria. Contradicciones sociales que no se resuelven por decreto o por voluntad de los individuos. Injusticias que no se disimulan por la existencia de leyes, así como democracias y libertades que no se consagran por bendición de ciertos medios tradicionales. Realidades que corresponden a un proceso histórico social, valores que se los construye en consenso por el ejercicio colectivo de los miembros de una sociedad.
Lo establecido no es estático, su dinámica radica en el cambio social que una comunicación también cambiante debe saber registrar a tiempo. La comunicación y el periodismo son una realidad, deben serlo por sobre el deber ser; una praxis histórica, por lo mismo, contaminada y depurada en ese proceso donde importa tanto el derecho del comunicador a la libre expresión, como el de los públicos a la buena comunicación. Una mala prensa es mortal para la democracia.