La falta de principios que conduce a la defección y desemboca en la felonía suele ser un fenómeno de una sola vía: la política camisetera. O cambio de indumentaria partidista por prebendas, dinero o promesas de gobernabilidad.
A menos de un mes de instalados el nuevo régimen de Guillermo Lasso y la Asamblea Nacional, esta práctica se ha posicionado como un hecho cotidiano. La dinámica del toma y daca se ha instaurado como forma de transacción política para obtener la llamada “gobernabilidad”. Antes fueron los hospitales la moneda de cambio, ahora quién sabe si es en efectivo, transferencia o giro bancario la modalidad de vender la conciencia y, lo que es más grave, la convicción y confianza de los electores.
No se cumple el primer mes de funcionamiento y la Asamblea Nacional ya registra ocho camisetazos de asambleístas que abandonaron su tienda política que los llevó al legislativo y se pasaron a las filas del oficialismo o al bloque “independiente”. Los desertores están identificados como César Rohón (Guayas); María del Carmen Aquino (Santa Elena); Elías Jachero (Pastaza); y, Gruber Zambrano (Santo Domingo) del Partido Social Cristiano (PSC); Eitel Zambrano (nacional) y Amanda Ortiz (Santo Domingo) de la Izquierda Democrática (ID); Omar Cevallos Peña, de Pachakutik (Guayas) y Francisco León Flores de UNES (Guayas).
Los parlamentarios que cambiaron de camiseta son asambleístas provinciales lo cual los hace más vulnerables a las ofertas oficiales de recibir recursos y “quedar bien” con sus provincias de origen. Ahora existe una bancada de Desertores compuesta por Elías Jachero, María del Carmen Aquino que suscribieron el acta constitutiva de la Bancada Acuerdo Nacional (BAN), que presentó el movimiento CREO. También lo hicieron Eitel Zambrano y Omar Cevallos Peña. Se mantienen sin afiliación César Rohón, Gruber Zambrano y Francisco León, disponibles para mayorías móviles. Un hecho reconocido por Ana Belén Cordero (CREO), que es parte de BAN, quién sostiene que “la idea es seguir creciendo como bloque oficialista”, único beneficiario de los camisetazos.
No bastará con la expulsión de los desertores de sus tiendas políticas originales para sancionar su inconsecuencia, el sistema político debe contemplar la forma de impedir la práctica del camisetazo con la pérdida de los derechos de representación como asambleísta, por elemental respeto con los representados. La mal llamada gobernabilidad se ha convertido en el lenocinio de la política, donde todo es posible según el mejor postor. Nadie abandona algo por nada. La corrupción ha posicionado diversas formas de transgredir las prácticas políticas decentes, una de ella es la compra de conciencia y esa transacción inaceptable debe suponer un severo castigo correctivo para el infractor.
La política tiene un rostro impresentable que es la felonía, cuya doble faz refleja también al oportunismo. Ambos son el fruto de la falta de principios, ausencia de ética, ambición desmedida o, simplemente, miseria humana; desvalores propios de la política camisetera. El ciudadano común no sale ni saldrá de sus asombros. Esta nueva-manida forma de hacer política recién comienza a un mes de instalado el nuevo gobierno, con el silencio cómplice de la prensa obsecuente, con la venia de un sistema político corrupto desde sus estructuras y con la paciencia de un pueblo distraído en sus propios males.