Entre lo particular y lo general siempre hay una relación de dependencia, según señalan los filósofos. Lo uno depende e influye en lo otro. En esa interdependencia lo que ocurre en un país latinoamericano infiere en el destino geopolítico de toda la región y aquellas tendencias regionales suelen marcar también el derrotero de cada nación en particular.
Las elecciones presidenciales en Latinoamérica dejaron hace rato de ser fenómenos aislados para convertirse en la brega común donde se expresan fuerzas políticas que disputan la hegemonía en la región. A tal punto suele ser así, que los llamados expertos en marketing político intercambian fórmulas y repiten recetas de país en país. Es el caso del asesor de Macri en Argentina que luego lo fue de Lasso en Ecuador, y ahora el país de la mitad del mundo exporta sus consejos al Perú, nación donde tiene lugar una dura campaña electoral por la Presidencia entre el progresismo y el neoliberalismo, representados por el profesor Pedro Castillo y Keiko Fujimori, hija del ex presidente peruano juzgado por corrupción, respectivamente.
La fórmula exportada por la derecha ecuatoriana en auxilio de sus coidearios vecinos es la misma: la sociedad se encuentra amenazada por el comunismo -o el “socialismo del siglo XXI”- al que hay que derrotar y es posible hacerlo con la conjunción de varios factores: unidad política de la derecha, apoyo de los gobiernos conservadores de la región, “observación” de la OEA, colaboración de los medios tradicionales en la campaña, y una manita de gato de los encuestadores que en lugar de sondear la opinión, la construyen, creando un clima de incertezas bajo supuestos “empates técnicos” que se definen a última hora con voluntad y decisión de los indecisos que cambian el resultado previsto.
Ambos países sudamericanos compartimos una realidad regional caracterizada por una crisis estructural endémica, agravada por la pandemia que nos sitúa en el mundo como la región más contaminada por coronavirus y por la corrupción, más inequitativa y dependiente de la crisis de las grandes economías capitalistas occidentales en pugna con las potencias del este por el control geopolítico del mundo.
En este contexto, claro está, mantenemos nuestras singularidades que nos diferencia, según el mayor o menor grado de vínculo con los problemas regionales comunes, realidad que expresa la formación económica social concreta de cada país.
Crisis de representatividad
En el caso peruano, a diferencia de Ecuador, el lider electoral progresista emerge de las protestas populares del 2020, es un político formado en la barricada callejera que no es fruto de un acuerdo partidista de escritorio. Pedro Castillo, el maestro de Perú Libre, no es solo la “sorpresa de las elecciones peruanas”, es también un emergente de los sectores populares que desde el retorno a la democracia en los años 2000 ha tenido intentos fallidos de resurrección. La realidad peruana lo ha marcado como el político que no agota su representación en los sectores de izquierda: su parteaguas más significativo es el de la expresión popular y regional.
La crisis de representación que vive Perú, agudizada con la pandemia, no logró volver a dormirse luego del despertar de las movilizaciones de 2020. La indignación popular era contra la corrupción, contra la clase política y condensó la bronca frente a un Congreso a quien veía como el principal enemigo. Castillo es un auténtico representante de la valentía de esas protestas, saliendo del anonimato como dirigente de las huelgas docentes. Lo radical de su propuesta no es solo su proyecto político inclusivo sino la forma en que ha construido su candidatura: Por fuera de toda maquinaria electoral apuesta a los discursos en público, a las bases y a la movilización ciudadana.
En tanto, en las elecciones de este año las expresiones del fujimorismo fueron divididas en tres, lo que le permitieron a Keiko Fujimori mostrar un perfil más moderado y alejarla de su accionar asesino de las instituciones democráticas. Los candidatos Hernando De Soto y Rafael López Aliaga constituyeron la corriente economicista y de ultra derecha respectivamente, permitiendo a Fujimori situarse en el centro con un perfil más moderado. De cara al balotaje, su candidatura logró una unidad inusitada, al punto que el propio Mario Vargas Llosa -hasta el 2021 acérrimo antifujimorista- avaló su candidatura.
En la otra banda, todos tienen en común haber intentado representar regionalmente una alianza de los sectores periféricos y de intentar construir un modelo de desarrollo alternativo. Castillo es la esperanza de resurrección de la utopía andina o Inkarri, la unión de las partes desmembradas de Tupac Amaru I y la señal de un nuevo tiempo con la cancha inclinada en contra, sin financiación, sin mayoría parlamentaria y a fuerza de pura épica. En su lucha deberá vencer a quienes por 30 años han sido uno de los principales cómplices del fujimorismo: los medios de comunicación. La prensa no solo fue clave para garantizar el consenso mediante operaciones psicosociales, mientras hoy bombardea sistemáticamente con información, opinión e infoentretenimiento para erosionar la candidatura del cambio. La última encuesta del Instituto de Estudios Peruano lo constata: el 59% de los entrevistados considera que la prensa peruana favorece a la candidatura de la hija del ex dictador Fujimori, quien por un lado busca victimizarse en su condición de mujer y por otro promete eliminar la educación sexual en las escuelas a la que descalifica como “ideología de género”. A pesar de las constantes y múltiples embestidas de la prensa en contra de Castillo, hasta el momento ninguna encuesta ha logrado arrebatarle “al profe progresista” el primer lugar de cara a la segunda vuelta.
La emergencia de Castillo, representante del nuevo movimiento nacional, popular, campesino, mestizo y subalterno, expresa una rebeldía revitalizada. Perú Libre ha roto todos los manuales de campaña modernos, no ha tenido una fuerte presencia en redes sociales y se negó a participar en debates organizados en los grandes estudios de televisión limeños para devolverlos a las plazas públicas. Mañana domingo en Perú se enfrentarán dos coaliciones: los de arriba y los de abajo. De momento, las dudas sobre el recién llegado no lograron superar las certezas sobre el carácter autoritario del fujimorismo y la campaña del miedo no logró doblegar a la rebeldía. Nada de lo que suceda este domingo en Perú puede resultarnos extraño, conocemos el guión y los desenlaces de una trama de origen común en defensa de los interés geopolíticos en la región: impedir el ascenso al poder de los sectores populares, en este caso representado electoralmente por el progresismo.
La política local dejó de ser un hecho particular para convertirse en un fenómeno de la geopolítica general de la región. Bajo esa óptica compartimos los mismos adormecimientos y despertares, con similares sueños y pesadillas. Solo cuando identifiquemos nuestra realidad particular como un hecho singularizado, podremos concurrir al contexto latinoamericano e influir en su devenir histórico. Caso contrario la historia seguirá repitiéndose una vez como tragedia y otra vez como farsa.