Un sabio adagio popular dice que a los hombres por sus obras se los conocerá, dicho en otros términos, el hombre no es lo que dice ser sino lo que realmente es y hace en su vida. El discurso inaugural del Presidente entrante estuvo salpicado de frases que buscan el reposicionamiento de la imagen de Guillermo Lasso, una versión corregida y ampliada de un político que se sitúa “más cerca de lo cerca y popular, que de lo distante”. Mas allá de sus palabras queda por ver si sus expresiones que, a no dudar, trasuntan buenas intenciones, no se contradicen con los hechos en una suerte de disonancia cognitiva entre el ser y el pensar.
Lasso tiene un pasado como banquero, actividad muchas veces estigmatizada de usurera, mercantilista, de quienes no entienden la vida sino como un negocio del que hay que sacar ventajas y obtener ganancias en un mercado siempre competitivo y en guerra declarada. Esa es la persona que eligió el pueblo y que ahora nos muestra un rostro diferente, conciliador, que va al encuentro con el mundo, con la gente llana del pueblo dispuesto a servir. En su discurso inaugural, Lasso reiteró promesas, confirmó acciones e intentó despegar dudas sobre su personalidad. Se valió de ideas ajenas y frases encontradas en un diccionario filosófico para decirnos que anhela encontrarse con el país y con el mundo. Citó al ex presidente Jaime Roldós cuando, precisamente, el 24 de mayo se cumplieron 40 años de haber muerto en un accidente aéreo que para muchos ecuatorianos fue un crimen planificado. Lasso dijo: “Mi poder en la Constitución y mi corazón en el pueblo”, parodiando a Roldós. ¿Cómo es que un político tildado de neoliberal asume un discurso populista?
Lasso necesita, si no remozar, al menos popularizar su imagen ante el país y lo hace proyectando lo que promete será su gobierno, un régimen de estilo liberal clásico dispuesto a poner en marcha una economía social de mercado y una política social demócrata para ir al encuentro con la gente. Ubicado entre contradicciones extremas se sitúa al centro y para ello apela a insinuaciones que denotan su postura: ”Soy el presidente democrático de un Estado democrático, gobernaremos para todos no para un sector privilegiado, tampoco en contra de nadie”, señaló. Y en busca de un entente social declara, “nuestra intención no es minimizar al Estado, sino maximizarlo para que sirva a los más pobres”. Con animó salomónico concluye: “Gobernar para todos es apelar al Estado y al sector privado para salvar la vida de los ciudadanos”. He ahí la utopía del liberalismo clásico, un mundo en el cual la “conciencia social” del Estado liberal es compatible y complementaria con la iniciativa privada. ¿Será posible?
Lasso afirmó estar en un disyuntiva entre “lo conveniente y lo correcto”, y se inclinó por una apología a las instituciones de ese Estado liberal, aun cuando en esa dicotomía median los intereses del pueblo. Se trata de un claro intento de suavizar, conciliar la lucha de clases. Ubicado por sobre las contradicciones clasistas de la sociedad proclamó que el pueblo ecuatoriano “es el mejor pueblo al que un Presidente puede aspirar”. Lo dijo en tono emotivo, coloquial, y agradeció a Dios y a su familia la oportunidad de ser ese presidente.
En la lectura que hacen diversos analistas, las palabras de Lasso muestran un Presidente “coherente con lo que es, consecuente con lo ofrecido en campaña y con lo que hará en su gobierno, socialmente sensible y ejecutivo”. Dativa y vertiginosa conclusión, sin duda, que posiciona a un político que “se sitúa desde el pueblo y para el pueblo”, que no amenaza con la fuerza y, contrariamente, hace un llamado a la unidad nacional. Un mandatario que pretende hacer un gobierno políticamente inteligente de centro derecha. Démosle ese derecho a la duda y esperemos los primeros 100 días del nuevo mandato.
No obstante, las medidas inmediatas anunciadas caminan por distinto andarivel. Luego de posicionar a su gabinete, Lasso se reunió con miembros del frente de seguridad nacional para alinear a sus integrantes con las políticas anunciadas. Dijo tener en carpeta un nueva “ley orgánica por la libertad de expresión”, que deroga la actual Ley de Comunicación reguladora del rol de los medios informativos y da pautas sobre la comunicación como un “servicio público”. Puso en el tapete una reforma laboral que incluya cambios en las formas de contratación “sin perder derechos laborales”, según dijo. Ofreció una Ley de Educación Superior para que “la libre elección” de estudios de los aspirantes a una universidad no esté coartada por la Senescyt. Prometió la creación de una Secretaria Nacional de Planificación que ponga en marcha sus políticas desarrollistas. Y en el lado oscuro de la luna se mostró la promesa de concesionar carreteras, privatizar CNT, refinerías petroleras, y la venta del Banco del Pacífico, negocios poco rentables o muy onerosos para la inversión del Estado.
El pueblo termina de elegir a un Presidente que, sin duda, cree en el sistema capitalista y sus instituciones, que dice respetarlas en la medida que el sistema mismo las ha instaurado. La derecha actúa con instinto certero, proclama el respeto a la Constitución hecha a su medida en un país con exceso de constitucionalismo en el que cada gobierno aspira su propia “carta magna” y cumple la ley en la medida que pone a la cabeza del poder judicial a quienes la administran. Cuando el pueblo ha insinuado cambios estructurales de la sociedad contemplados en una nueva Constitución, invocan a la “libertad y la democracia” amenazadas.
La utopía de armonizar las contradicciones de clase es una vieja aspiración liberal y para ese propósito están las instituciones vigentes. Dicha armonía siempre es el deber ser de un país en el cual no todos partimos de una misma realidad y con similares oportunidades. Nos distingue y separa el pasado y el futuro. Lasso lanza un volador de luces y cree que es posible, “quien diría que un ex banquero y una lideresa indígena” dirigirían en un mismo momento histórico a los dos principales poderes del Estado. En la componenda parlamentaria todo ha sido posible, está por ver en la realidad histórica si los concurrentes antagónicos abandonan en nombre del encuentro social sus intereses clasistas o, contrariamente, seguirán en violento enfrentamiento de clases, violencia que ha demostrado ser el motor de la historia. Y en ello Lasso tiene ventaja, en tanto exista un sector portátil dispuesto a pactar en bamboleos políticos propios de la socialdemocracia, ahora actuando aliada al indigenismo ecologista. Discurso “sobrio, estructurado”, señalan los analistas, que pretende encuentros dentro de lo que algunos llaman gobernabilidad posible, y que trabajará los consensos dentro de las estructuras de la democracia formal.
En otro sabio adagio popular, el pueblo dice que el camino al inferno está plagado de buenas intenciones. El nuevo gobierno debe tomar como referencia al pueblo y sus necesidades y no a un sistema de privilegios y confirma en la práctica que es lo que dice ser. Conferido el derecho a la duda, auguramos suerte al Presidente Lasso que dice echar su suerte con la suerte del pueblo. En ello deberá buscar una democracia funcional y no solo formal. Si hace que las cosas sucedan en politica, que las haga en buena lid. No comprando conciencias ni repartiendo hospitales, espacios de poder mezquino o vacunando a familiares y amigos. Que la política recupere una mínima presentación con la habilidad del liberalismo clásico y no desde el neoliberalismo que se juega la carta del capitalismo salvaje y voraz.
El pueblo tiene la última palabra para exigir derechos y espacios de expresión dentro de la democracia capitalista. Si Guillermo Lasso desde el poder invoca la frase populista de Roldós: “Mi poder en la Constitución y mi corazón en el pueblo”, el pueblo tiene una respuesta: Mis derechos en el corazón, y mi poder en la lucha por conseguirlos.