La sola posibilidad de que el encuentro propuesto por el presidente electo se produzca entre diversos, distantes y distintos agitó el avispero en una derecha ambulatoria e inorgánica que, sin responder a estatutos partidistas actúa, desde las sombras o a plena luz del día, “dando la línea” a la tendencia, a través de opiniones y entregas televisivas de “analistas” a sueldo que se arrogan la función de tal. Es el caso de un activismo recalcitrante cuyo denominador común es el odio, animosidad o simple jactancia de figurar en las pantallas estatales o privadas, gestor de peregrinas ideas, a contravía de los porfiados hechos que ocurren en la realidad nacional.
El acuerdo parlamentario alcanzado por el PSC-CREO-UNES para la elección de la presidencia del órgano legislativo ha desatado en ellos una crisis de nervios y ansiedad histérica que se expresa en toda suerte de animadversiones expresadas en vivo y directo calificándolo de “pacto suicida”.
¿Quién muere en dicho suicidio? No lo dicen. Se trata de calificativos mediáticos de una derecha peregrina, sin responsabilidad funcional ante nada y ante nadie que no sea sus propios intereses mercenarios con el afán de vender ideas y la pretensión de influir en decisiones del pensamiento político nacional. Vocingleros que no sospechan que el criterio ciudadano no requiere de rectores, peor de gárrulos a sueldo que se arrogan espacios para “conducir” a la opinión pública. Su opinión publicada en medios públicos, financiada por el Estado, pretende ser representativa del sentir colectivo, cuando en realidad su agenda predeterminada es expresión recalcitrante de su propio peculio.
La oposición al acuerdo parlamentario PSC-CREO-UNES que supuestamente convierte en ganadores a perdedores de las elecciones, desconoce que se trata de organizaciones políticas que ganaron los comicios -unas, la presidencia, otras, la lid legislativa-, convirtiéndose en la primera fuerza individual de la Asamblea Nacional y que, por tanto, cuentan con suficiente representatividad y legitimidad para dirigir los destinos parlamentarios. Se trata, además, de tendencias que desde su cosmovisión ideológica, proyectan una visión de país con proyectos nacionales que van más allá de causas móviles, ecologismos o ancentralismos locales, cuyos intereses sectoriales, por legítimos que sean, no representan a toda la población en su visión parcial y reduccionista de la realidad nacional, que no llegan a construir un proyecto de país diverso y unitario.
Las fuerzas que alcanzan el acuerdo parlamentario tienen capacidad de generar proyectos estructurados cediendo en lo que es posible ceder, para un encuentro diverso y democrático, no se trata de causas portátiles de índole particular. No responden a una correlación de fuerzas volátiles de caudillismos ocasionales, sino a propuestas de trascendencia nacional.
Todo encuentro supone riesgos, pero es más riesgoso el desencuentro, o encontronazos, en un país como Ecuador que requiere unir voluntades, unidad en la diversidad para una gobernabilidad que permita, a través de esfuerzos mancomunados, salir del pozo de una crisis sin precedentes de decaimiento moral, descalabro económico e insuficiencia sanitaria heredada del gobierno saliente que se traduce en pesimismo colectivo. Obra y gracia de un presidente discapacitado para gobernar.
Los intereses de esa derecha ambulatoria e inorgánica -agazapada en estaciones de televisión, cámaras empresariales y púlpitos de toda índole- son propensos a coincidir con posiciones fascistoides que desdicen la democracia, que solo responden a la ojeriza política. Les interesa que prevalezca la persecución, el manoseo de la justicia en manos de fiscalías a la medida, manualitas a la hora de acusar sin otro elemento de convicción que el odio.
Vocingleros que niegan el derecho a un país a superar la crisis y se arrogan la opción de regentarla desde la palabrería mediática para subsumirnos no más a su manera, estimulando conflictos inexistentes, agitando causas sospechosas, caotizando el ambiente, enrareciéndolo, al final del día son una derecha anárquica que supone, se opone y nada propone.
El activismo encorvado y disfrazado de analista es un peligro para la democracia porque se vale de la crisis nacional para sus oscuros intereses como agoreros de mala fe.