El anuncio de una parte del nuevo gabinete – ocho ministros, cinco mujeres y tres hombres -, no extraña ni sorprende. Fueron presentados con una puesta en escena propia del sentido estratégico que surgió en la campaña de Guillermo Lasso en segunda vuelta: manejar la comunicación política con sofisticado pragmatismo, recursos modernos y buscando resultados certeros y vertiginosos. ¿Cuál es esa vía? Una comunicación que enfatiza en aspectos obvios, no obstante, con elementos desconocidos o poco usados a la vista de todos.
En la actual era audiovisual que privilegia la imagen por sobre el texto, la comunicación del gobierno entrante comienza a usar recursos comunicacionales que ponen énfasis en la forma por sobre el contenido, para expresar a través de una predeterminada forma el contenido del mensaje, que viene a ser igual. Es decir, la forma es el contenido, una reminiscencia de Marshall Mc Luhan que enfatizaba: “el medio es el mensaje”. Equivale a decir que lo significativo del mensaje es la forma que lo establece y posiciona en la mente del público que termina aceptando lo aparente como esencial.
Lasso, y su equipo de comunicación, sabe que en este momento el objetivo prioritario es construir gobernabilidad, para lo cual requiere consenso en torno a mínimos acuerdos con los otros, tanto en el Parlamento como en diversos sectores de la sociedad civil, que es lo más importante. El concepto del “encuentro” es la estrategia que viene a romper barreras, aproxima e identifica a unos con otros en un intercambio de gestos más que de palabras, y eso es lo que busca concretar el gobierno entrante. La puesta en escena sería en adelante lo más significativo de la comunicación oficial.
En base a estos lineamientos, Lasso conforma el equipo de “gabinete social”, – además habrá un gabinete “económico” y otro de la “política”, con toda seguridad -, que no es, precisamente, el sector estratégico del gobierno, porque lo social es subsidiario, no conlleva a cumplir los objetivos de fondo del futuro régimen: consolidar negocios de grupos económicos, alinearse con la geopolítica del FMI, al amparo de un modelo empresarial neoliberal y hacer del suyo un gobierno de reactivación económica elitista, con privilegio de los grupos económicos mejor dotados. Ese rol lo cumpliría el equipo económico en coordinación con el equipo político que manejará la parte estratégica de la política pública del régimen. ¿Por qué presenta, entonces, primero al equipo social? Porque esa táctica posiciona al gobierno como un régimen de “apariencia popular”, que va al encuentro con el país y el pueblo, que para la derecha no son una misma cosa. Dicho equipo es la parte aparente del régimen, su rostro bondadoso si se quiere, equivale a los zapatitos rojos que en campaña ocultó la verdadera personalidad del banquero vetusto y protagonista de feriado bancario.
Para construir la imagen de un régimen moderno, inclusivo y próximo, bajo el paraguas conceptual del gobierno del “encuentro”, el equipo de asesores presidenciales sabe lo diverso y contradictorio que es el país, y que además debe conquistar todavía una mitad de la población (47%) que no dio el voto a Guillermo Lasso, y de ese modo asegurar un mínimo de gobernabilidad para conseguir imponer en consenso -aunque transitorio-, sus políticas de largo plazo en la Asamblea Nacional y fuera de ella.
De esa manera se conforma el «frente social” del gabinete con “equidad” de género, “equilibrio” etario y “diversidad” ciudadana, al cual en el momento de presentar a sus miembros, coloquialmente, tuteó como una forma de proyectar confianza; hombres y mujeres revestidos todos, incluido el Presidente, de una apariencia común, próxima, inclusiva, a través de una imagen que alguien calificó de «humilde», sencilla, distante de la arrogancia banquera, la prepotencia gamonal o de la soberbia política. La credibilidad del producto final es otra cosa, ésta se verá en realidad durante el ejercicio del gabinete en el poder.
El Presidente electo presentó el componente «social» del gabinete, integrado por un equipo de cinco mujeres y tres hombres de quienes poco importa los nombres, para el caso son más importante los roles. Hombres y mujeres estratégicamente elegidos, algunos empresarios, parlamentarias, otros académicos, todos con una impronta común: profesar principios conservadores, según se colige de su pasado. Mae Montaño, en el Ministerio de Inclusión Económica y Social; Ximena Garzón, en el Ministerio de Salud; María Brown, en el Ministerio de Educación; María Elena Machuca, en el Ministerio de Cultura y Patrimonio; Bernarda Ordóñez, en la Secretaría de DDHH; y los hombres Sebastián Palacios, en la Secretaría de Deportes; Alejandro Ribadeneira, en la Senescyt, y Darío Herrera, en el Ministerio de Vivienda.
Cantidad por sobre la calidad. Cinco mujeres no significa, automáticamente, que diseñarán políticas de género, una de ellas (M. Brown) incluso fue Subsecretaria de Educación en el gobierno de Rafael Correa, lo cual tampoco significa qua aplicará una política educativa “correista”, más bien corresponde a una señal enviada al ex mandatario en respuesta a sus expectativas frente al nuevo gobierno. Tres hombres, cada cual con antecedentes identificados con sectores empresariales, de mediana edad y título universitario como las compañeras de gabinete, con excepción del Presidente.
Los hombres y mujeres del presidente no difieren de lo que será, siempre ha sido, el Mandatario. La novedad está en la forma de entrar en el círculo político oficial del próximo gobierno con una puesta en escena pensada en sus mínimos detalles, sin dejar nada al azar, como corresponde a una superproducción en la que todos participamos, unos como chullitas y otros de villanos, cuyo final es una incógnita. Como debe ser.