El presidente electo visita al presidente agónico. El mandatario entrante concurre al encuentro con el mandatario saliente para organizar la transición. Y la pregunta de rigor es: ¿transición hacia qué? Moreno, al ocaso de su gobierno, advierte a Lasso que no queda “la mesa servida”, al banquero mandatario no le importa porque trae su propio menú, sus propios comensales para un festín también propio.
Si bien no queda la mesa servida, sí quedan precocidos los mismos ingredientes que han cocinado juntos durante cuatro años de “cogobierno”. Ingredientes naturales en la riqueza de un país que no es pobre, es un país empobrecido. Un país que no está quebrado, está hipotecado. Un país empobrecido e hipotecado ese es el país que deja Lenin Moreno que ofreció dejar “un país mejor que el que recibió”, sin conseguirlo.
Un país servido en el menú de la desinstitucionalización con organismos cooptados y sin credibilidad – léase poder ejecutivo, legislativo, judicial y mediático –, entregados al propósito de destruir a sus enemigos políticos. Para eso tuvieron que encontrar la fórmula de legitimarse en una Consulta Popular de siete preguntas amañadas, preconcebidas en sus respuestas para instaurar un Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, CPCCS, que haga el “trabajo sucio” de elegir y/o consagrar a los instrumentos útiles a sus propósitos -fiscales, jueces, contralor, autoridades electorales, etc., con Julio César Trujillo a la cabeza- cuya asignación fue clara: descorreizar al país.
Se dio origen, a partir de entonces, a la judicialización de la política para perseguir funcionarios correistas, criminalizar la protesta social, ser cómplice de la corrupción oficial vigente y dejar en la impunidad el caso Nina Papers, reparto y corrupción hospitalaria, delincuencia organizada entre el Estado y empresas privadas, fraude procesal con ocultamiento de información fiscal, desinformación mediática sistemática, y un largo etcétera. Esos son los manjares de la mesa servida que deja el gobierno agónico al gobierno electo. Y para disimular que comerá del mismo plato, Lasso afirma: “No tengo una lista de gente que quisiera ver en la cárcel”. Claro, no le interesa enredarse por el momento en persecuciones, prefiere tranquilidad para los negocios; es un mandatario sin ideas preconcebidas que actúa por pragmatismo, sin principios explícitos, aunque sí con paradigmas aprendidos en la “universidad de la vida” de banquero, lo suyo es el dinero, no el valor. Su negocio político es privatizar lo público, denostar al Estado y vender sus servicios, capitalizar ganancias en las esferas del Estado, aduanas, servicio de impuestos internos, banca pública, organismos de control, entre otras instituciones.
Toda transición es mutante, en el caso ecuatoriano, mutación de un modelo neoliberal a otro modelo neoliberal de nueva cepa empresarial criolla. Como bien lo define Juan Paz y Miño en su análisis: “El Plan de Gobierno de CREO para 2021-2025, así como las ofertas “populistas” de campaña para el año 2021 -que apenas celebrado el triunfo han comenzado a revisarse por el mismo candidato triunfador-, evidentemente no impedirán que el gobierno de Lasso, en correspondencia con su propia visión del mundo, la economía y la sociedad, pero, sobre todo, por responder a las fuerzas que representa, profundice el modelo empresarial-neoliberal, que Lenín Moreno lo restituyó desde 2017. Es un camino bien conocido en América Latina desde fines del siglo XX, por las repercusiones que tiene sobre la institucionalidad estatal, los bienes y servicios públicos (serán privatizados), los derechos laborales (vendrá la flexibilidad laboral extrema), la mayor concentración de la riqueza y el deterioro de la calidad de vida y de trabajo de la población. Estudios como los de la CEPAL han sido contundentes en demostrarlo; y por eso, la entidad aboga por el cambio del “modelo de desarrollo” que ha prevalecido en la región”.
El modelo continuista de privatizaciones, flexibilización del trabajo, reformas de leyes tibutarias, eliminación de subsidios populares, contará con las FF.AA, el periodismo obsecuente y funcionarios serviles. En la Asamblea Nacional el gobierno de Lasso está en minoría, por tanto tendrá que “comprar gobernabilidad” entre parlamentarios dispersos.
Se reabre una época de mercantilización del poder en que los negocios son trasladados a la práctica política cotidiana. Tiempo del toma y daca, de la oferta de cargos a cambio de apoyo parlamentario, de alianzas y negociaciones que den futuro al gobierno de Lasso. Para eso el presidente electo sabe del precio, no del valor de los principios.
Lasso ha dicho que el suyo será el gobierno “del contrapeso”. ¿Con quién y contra qué pretende hacer contrapeso, si él es el instrumento elegido para acabar con el correismo, que no fue electo por sí mismo, que ganó las elecciones por minorías electorales? Sectores heterogéneos que si no les cumple destruyendo aun más al correismo no le van a permitir seguir, como bien apunta Francisco Herrera Arauz en su análisis semanal. Por eso está obligado a comprar gobernabilidad entre sectores parlamentarios minoritarios -ID, PK e independientes- porque entre asambleístas de la Revolución Ciudadana que es la mayoría (49 de 131 parlamentarios), no tiene cómo hacer negocio con la principal fuerza política orgánica, compacta, cuyo poder no tiene precio, aunque sí valor propio.
Ese valor abre opciones al progresismo. “Las bases sociales del progresismo de nueva izquierda han demostrado ser una categórica mayoría nacional, con capacidades de movilización y de resistencia a las embestidas del poder dominante”, señala Alejandro Moreano y reconoce que, “pese a todo, se han creado condiciones para un “gran frente antineoliberal”, que reagrupe a las izquierdas”, un asunto que, sin embargo, lo ve difícil, pero no imposible,
Si Guillermo Lasso en la presidencia no compra gobernabilidad, tendrá entre sus manos un país ingobernable, con una misión encomendada: destruir al progresismo en forma definitiva. Para eso fue elegido, para mutar en odio político como nueva sepa de neoliberalismo. Para eso sabe mucho de dinero pero le falta aprender que el numerario no compra valor político.
El valor de la política lo crea el pueblo con su voluntad, conciencia y organización llamadas a impedir cualquier transición con invitación a la misma mesa servida.