Durante la campaña en la segunda vuelta, Guillermo Lasso propuso un “encuentro con el país”, propuesta sugerida por sus publicistas y que el candidato revistió de ofertas fáciles con promesas de libre ingreso a la educación superior, defensa de los derechos de género, aumento del sueldo básico a 500 dólares, creación de empleos y vacunación de 9 millones de personas en los primeros cien días de gobierno, etc.
En su condición de presidente electo, Lasso reitera la propuesta de un “encuentro” nacional, pero ahora la frase se traduce en la búsqueda de gobernabilidad. Esa mayor opción que tiene una fuerza politica de cumplir sus ofertas una vez asumido el mandato. Y esa opción se convierte en exigencia de cumplimiento, bajo el compromiso frente a una realidad de agobio nacional provocado por una grave crisis económica, sanitaria y moral.
Lasso representa la última opción de la derecha. Su desafío político consiste en mantener el consenso bajo la forma de un encuentro por sobre las controversias políticas. La pregunta de rigor: ¿Cómo va a cumplir compromisos adquiridos y ofrecer, al mismo tiempo, un “diálogo con todos los sectores”? El presidente electo sabe que su fracaso significa el regreso del progresismo al poder. Existen dos formas de fracaso: si incumple sus promesas o si las cumple contra el pueblo. Ese es el dilema del neoliberalismo hoy.
La respuesta de Lasso está en marcha. Comenzó a diseñar su gobernanza apelando a sus referentes ideológicos: perfilando el país neoliberal. Durante los cuatro años de gobierno de Moreno la derecha diseña la política oficial entre bambalinas, dictando una agenda neoliberal desde la tramoya, ahora lo tiene que hacer dando la cara al país con todo el riesgo de impopularidad que eso implica. Lasso tiene dos opciones: hace un gobierno impopular que no cumple o un gobierno antipopular que respondería al rechazo popular por incumplimiento, con represión. Una tercera opción poco probable, pero no descartable, es hacer un gobierno populista.
Lasso abandonó el tono coloquial, emotivo de campaña, por una inflexión declarativa, mandante. Ahora no pone pasión en sus palabras, para no desatar pasiones al anunciar, fríamente, las medidas que impondrá en la práctica “desde el 24 de mayo”. Decisiones adoptadas con anterioridad y que son parte de la plataforma política de su futuro gobierno: venta de los medios informativos públicos a inversionistas privados (medida impedida por mandato constitucional); proyecto de Ley de Reforma Tributaria (elimina el impuesto a la salida de divisas empresariales, entre otros, supuestamente para estimular la creación de empleo, sin embargo, no existen estudios que confirmen que la derogación de impuestos a las empresas generen aumento de las fuentes de trabajo); eliminación de la Senescyt (privatización de la educación, becas que entrega ese organismo serán reemplazadas por créditos bancarios, y retorno de empresas privadas gestoras de 16 universidades «de garaje”, eliminadas por falta de solvencia académica); apoyo al proyecto de Ley para el Uso Progresivo y Racional de la Fuerza (instrumento para enfrentar la protesta social).
Lasso propone un encuentro nacional al amparo de políticas de corte neoliberal y espera imponerlas a los ecuatorianos por sobre las contradicciones existentes. Frente a las expectativas creadas, los ciudadanos exigirán derechos luego de 4 años de frustración popular por el deterioro de los servicios públicos (salud, educación, vivienda, seguridad social, protección estatal frente a la delincuencia y la corrupción). El gobierno de Guillermo Lasso implementará servicios -que corresponden al Estado- bajo la gestión de la empresa privada, cuyos costos privativos impedirán el acceso del pueblo que reaccionará con malestar.
El progresismo enfrenta el reto de canalizar el nuevo descontento, situado frente la disyuntiva de sumarse al esfuerzo de sacar al país de la crisis y viabilizar, políticamente, que al gobierno le vaya bien o declararse en oposición cuando las cosas le salgan mal. Por lo pronto, en la primera postura se sitúa Rafael Correa, cuando en Twitter augura, “suerte a Guillermo Lasso, su éxito será el de Ecuador”, reservándose y dando tregua para recomponer fuerzas. Andrés Arauz, con mayor ímpetu juvenil, considera que esa recomposición se la consigue en la lucha y llama a mantener la motivación en sus bases: “No estamos sepultados, estaremos firmes. Están locos, no van a poder con nosotros”.
Solo la historia puede decir en el tiempo, cuánto tarda el pretendido encuentro en convertirse en encontronazo con el país.