La convocatoria a un encuentro nacional planteada por el presidente electo Guillermo Lasso comienza a hacer sentido práctico en la medida en que las primeras señales del nuevo gobierno aparecen inequívocas. En teoría, un encuentro es un acercamiento posible a condición de quienes concurran a dialogar lo hagan dispuestos a ser menos de lo que son y cedan en creencias o propósitos. En el encuentro nacional el gobierno de Lasso debe ser “menos neoliberal y los oponentes más tolerantes”. Suena como pedirle peras al olmo, pero en política hay que hacer cosas imposibles para hacer que suceda lo posible.
Una de las señales que da el gobierno entrante es la elaboración de la lista de invitados a la transmisión del mando del 24 de mayo. La lista de comensales a la recepción de toma del poder del presidente Lasso refleja con quiénes quiere verse acompañado en tácito reconocimiento e identificación. El parte presidencial es inequívoco cuando se lee entre los invitados a gobiernos y personajes que no dejan duda. Dime con quién andas y te diré quién eres -comentan las abuelas-, en clara alusión a que las buenas y malas juntas dicen mucho de la persona. Lasso se junta con quien muestra coincidencias y pueda trazar una misma línea sobre el tablero de la política.
El equipo protocolar de Lasso confecciona la lista de invitados entre partner y los convoca al brindis inaugural del nuevo gobierno con un vino de claros taninos neoliberales, fermentado en las cunas de la geopolítica imperial. Es el país que quiere Lasso y nunca lo negó durante la campaña. En consecuencia, el día que asuma el poder alzarán copas presidentes y políticos que se embriagan con similares brebajes para brindar por un futuro común para la región.
Entre comensales y libadores invitados consta el nombre de Juan Guaidó, político opositor venezolano. En la lista están además – broma, provocación o cinismo, se preguntan medios de prensa – mandatarios integrantes del Grupo de Puebla, el argentino Alberto Fernández, el mexicano Andrés Manuel López Obrador, Miguel Díaz-Canel y Daniel Ortega, mandatarios de Cuba y Nicaragua, respectivamente. La lista está en confirmación, pero Lasso fue enfático en declarar a CNN que invitará al opositor de Nicolas Maduro, presidente excluido del parte de asunción presidencial. La invitación responde a todas las preguntas acerca de su posicionamiento frente a Venezuela.
EE.UU reconoce a Juan Guaidó como político “opositor a la dictadura venezolana” pero no estuvo invitado a la posesión de Joe Biden; la Unión Europea reunida en Bruselas no reconoció a Guaidó como “presidente interino” ni apoyó la extensión de su mandato como presidente de la Cámara de representantes de su país. En Venezuela nadie lo ha elegido en condición de primer mandatario. Recientemente, el presidente electo ecuatoriano aseguró que promoverá «la regularización más amplia de aquellos venezolanos que están en Ecuador» que, según autoridades, en el país son más de 350 mil.
La señal de Lasso debe ser entendida como expresión de antipatía personal al gobierno venezolano y no, necesariamente, como reconocimiento de amistad a su pueblo. Si trata de rechazo al régimen de Nicolás Maduro, el presidente electo ecuatoriano coincide con aquellos que utilizan el drama migratorio venezolano con fines geopolíticos. Esta postura internacional difiere de su antecesor León Febres Cordero, líder histórico de sus actuales aliados, que no se hizo problemas al estrechar la mano de Fidel Castro. Lasso muestra prematura señal de no creer en la diversidad ni respeto por quienes disienten con él. Si va a manejar la política exterior de su gobierno con el hígado destilando bilis antiprogresista es, desde ya, un mal síntoma.
La política internacional de un país corresponde a una decisión de Estado, no a la del gobierno de turno. Un presidente representa a todo un país, más allá de la mitad que lo elige. En el coctél de la geopolítica resulta saludable brindar con una pócima de convivencia pacífica integracionista, caso contrario la resaca puede provocar más de un dolor de cabeza. A nadie conviene una guerra fría en las palabras que termine calentándose en los hechos. La señal que proyecta Lasso muestra falta de autonomía en las decisiones políticas, una postura ideológica que impide mostrar sentido de soberanía internacional y que puede hacerle olvidar que gobernará a todo un país y no a una secta local del Opus Dei.
El Ecuador del encuentro necesita de todas las aproximaciones posibles, más allá de las diferencias confrontacionales con el disidente, buscando encontrarse con la diversidad de un país múltiple.