Cuando ya parece que la muerte daba tregua, nos dejaba el alma en paz, con un zarpazo regresa por mi amigo Jorge Suárez Moreno, para tomarse la revancha por tanta plenitud de vida.
Para sacar partido y cobrarnos aciaga cuenta por cada jornada de jolgorio y de trabajo, por cada risa y cada llanto que compartimos que a la postre solían ser lo mismo. Porque si algo tenía de irreductible nuestra amistad es el sentimiento de camaradas, de una sola pieza, construida con equivalente complicidad, la misma fuerza y tentativa. Como soplo indivisible por donde dejar escapar el aliento. El mismo músculo con que vencer los desafíos, sin embargo mi amigo y yo eramos distintos.
En el camino de una andadura común fui descubriendo los matices que lo hacían singular. Enorme en su generosidad. Invencible en su alegría de vivir. Inclaudicable en su afecto necesario.
La nuestra fue una amistad que nació como nacen las cosas simples y promisorias, como aliento de vida, como eslabón que nos unió en las buenas y en las malas circunstancias. En las certezas e incertidumbres, porque no siempre dimos pasos en firme. Sin embargo, hasta en los trances que fueron necesarios para sabernos camaradas, salimos vencedores, parapetados en la misma trinchera de nuestra amistad.
Entre las señas particulares de mi amigo Jorge, resonaba el timbre de su voz serena, vigorosa como la mejor herramienta laboral del colega comunicador. Para anunciar los eventos, promover un servicio, leer un verso o dar esa palabra de aliento que nunca faltó en momentos en que todo parecía derrumbarse en sórdido silencio. Jorge era un genuino animador de la vida, en el escenario y fuera de él. En la tarima nunca faltó su enorme sonrisa en su semblante de hombre noble pidiendo un aplauso por nosotros que lo admiramos en su vida profesional. Todavía deambula en mi mente su estampa sonreída diciéndome: “mi pana, mi yunta, mi hermano”, al micrófono de la emisora que compartimos durante algunos episodios de nuestra vida laboral.
Entre Jorge y yo, él fue el guerrero de todas las batallas, quien daba el pecho a las balas con la serena pasión y sabiduría que viene adherida a la médula de los seres íntegros. Entre mi amigo y yo, hoy él parece vencido, pero no. Jorge se yergue como el ser humano de agigantada dimensión a quien le resta un eterno sendero que recorrer en el campo perpetuo de su memoria.
Un rasgo definitivo suyo que lo distingue, es que él batalló sin pausa y su corazón no renunció, victorioso se detuvo para darse una tregua de paz eterna, así cuando “el corazón pasando un túnel, oscuro, oscuro, oscuro, como un naufragio nos morimos, como ahogarnos en el corazón, como irnos cayendo desde la piel del alma”, según dicta la verdad que revela Neruda en su verso con el que reclamo consuelo ante la irreparable pérdida de Jorge Suárez, mi pana, mi amigo, mi hermano del alma.