Los acontecimientos históricos siempre tienen una interpretación. La historia también puede ser escrita con sangre o al menos con sudor y lágrimas, como ofreció Winston Churchill al pueblo inglés convocándolo a enfrentar la guerra contra un enemigo implacable, el nazismo que asolaba Europa y pretendía arrasar al mundo en los años treinta.
La historia también se escribe en los libros, si no con faltas ortográficas, al menos la mayoría de las veces con falta de memoria. Sobre el papel, que todo permite, queda el registro de los vencedores que consignan solo lo que conviene o las razones de hechos que no alcanzan a comprender distorsionándolos con una u otra intención. Por lo general, el ser humano tiende con lenguaje connotativo a revestir de falsas metáforas realidades que no lo son, o que debieron ser leídas en su denotativa dimensión. Así nacen los mitos, embustes y versiones parcializadas de la realidad histórica que trascienden en el engaño hasta convertirse, por reiteración, en dudosas verdades.
Los acontecimientos históricos acaecidos en Ecuador el domingo pasado quedarán en la memoria según la lectura que se haga de ellos, leídos según el cristal con que se los mire. Y esto no significa que la verdad pueda ser dividida entre todos como las rodajas de un pastel y que cada cual tenga su propia verdad. No. La verdad es una sola, como la historia, y frente a ella existen diversas lecturas e interpretaciones de la realidad.
El domingo anterior caía la tarde y el país conocía los resultados electorales, a través de la parafernalia montada en medios informativos. Circulaban diversas “lecturas” que analistas interesados o desinteresados hacían en los canales de televisión que entraron en una guerra de “primicias”, anticipándose a dar la noticia y fijar en la teleaudiencia -lo antes posible- un posicionamiento de los resultados en cifras que despues sería muy difícil desmentir. Formaba parte de la última fase de campaña asumida por la prensa convertida en actriz política sin ningún rubor y con desparpajo, como los entrevistados estratégicamente elegidos para dar “su” versión, su interesada lectura de la historia. Se dijo y se otorgó credibilidad a quienes habían sido antes cuestionados; el CNE todavía con la opacidad que nubla los hechos con falta de transparencia se negó a difundir cifras de un conteo inicial rápido de los votos y permitió que sean empresas contratadas y/o autorizadas quienes aclamaran con entusiasmo las primeras cifras. Y con la agilidad del que sabe que quien golpea primero golpea dos veces, lanzaron al aire los primeros porcentajes. Como era de esperar, éstos sonaron absolutamente contradictorios emitidos por sendas encuestadoras que debieron aparecer consecuentes con los intereses de sus clientes. Clima Social y Cedatos hicieron lo suyo, luego de sendos Exit Poll manejaron sus propias cifras que para unos y otros resultaron ajenas, por decir lo menos. El país comenzaba a leer la historia a través de la lectura de terceros sin poder verificar -nunca podrá- si corresponde a la verdad o es nada más una rodaja del pastel.
Entrada la noche los ecuatorianos tuvimos señales más claras con destellos registrados ante los ojos de la historia en un acto de dignidad. El joven candidato, Andrés Arauz, ante sus partidarios y un puñado de reporteros reconoció los resultados “oficiales” que no le favorecían y dijo que era un “traspié electoral”; que, de ningún modo, constituía una “derrota política o moral”. La dimensión de sus palabras se fue agigantando, constituía el gesto de hidalguía de un joven político que nos enseñaba una nueva forma de hacer la política. Una nueva forma de enfrentar la vida, sabiendo ganar y, lo que es más importante, saber perder. Qué gran diferencia con la reacción de quienes esta vez se vieron favorecidos por la victoria cuando, en 2017, en diferente circunstancia como perdedores, montaron una protesta frente al CNE, y con adláteres contratados organizaron disturbios y voceros identificados, venidos de provincia, amenazaron con quemar la ciudad de Quito. La historia deja lecciones para ser leídas y no perder la memoria.
Algunos desmemoriados quieren repetir la historia. Una “lectura anticipada” de un guión de los hechos del domingo fue hecha por Lenin Moreno – que pudo pasar inadvertida -, cuando al medio día faltando cinco horas para cerrar las urnas los medios informativos grabaron sus palabras luego de que el mandatario salió del recinto electoral ejerciendo su voto. Moreno, dijo ”no vamos a permitir desmanes y vamos a respetar los resultados”. ¿Qué disturbios, cuáles resultados? A qué supuestos acontecimientos se adelantaba el mandatario a dar su versión conocidos de antemano, cómo pudo saber que tales resultados provocarían tales o cuáles desmanes? El desliz presidencial – como tantos otros – queda en la sospecha. No hubo tales desmanes y si Moreno se refería a supuestos resultados que él ya conocía en un guión preestablecido, habló demás. Si se refería a una “derrota” programada de Arauz por un eventual fraude que, por lo demás, ya había sido internacionalmente denunciado, Moreno se equivocó. El candidato del progresismo que fue desfavorecido por “las cifras oficiales” – y sus partidarios – mostró una actitud democrática, hidalga, al reconocer y aceptar los hechos con realismo.
Otra historia se escribe y de la que cual existe otra lectura. En esa línea de conducta, en los siguientes días circulan diversas interpretaciones de los hechos. El escritor Kintto Lucas, ex vicecanciller de la República y ex candidato al parlamento ecuatoriano, escribió en su cuenta de Facebook: “La derrota de Andrés es una derrota de todas las izquierdas de Ecuador, aunque algunos tarden en darse cuenta o su mezquindad no les permita ver más allá de sus ombligos. Excluyo a quienes se dicen de izquierda y son de derecha, votando nulo o por Lasso. La victoria estratégica de Andrés: cuatro millones de votos, proyección del progresismo en todo el país, unidad político social desde la diversidad con un proyecto plurinacional e intercultural y consolidación de un liderazgo joven con posicionamiento político nacional hacia el futuro. El futuro demostrará que la derrota electoral se transformó en victoria estratégica”. La respuesta de lectores de la red social de Lucas no se hizo esperar. Un ciudadano -Germán Escanta- escribió en lúcida síntesis: “Totalmente de acuerdo, creo que si ganaba Arauz en este momento era muy difícil gobernar con prensa, empresarios, policías, militares en contra, no habría en quien confiar, al menos para un puesto clave como el militar”. Otra reacción decia: «la lucha continúa».
Estas lecturas de la historia, realistas en su concepción y dialécticas en su razonamiento, traen a la memoria el ensayo Un paso adelante, dos pasos atrás, escrito en 1904 por el ruso Vladimir Ilich Lenin, conductor de la revolución bolchevique. Dicha obra expone la necesidad que tienen los revolucionarios de dar marcha atrás en algunos casos -excepcionales- porque retroceder, “es algo que sucede en la vida de los individuos, en la historia de las naciones y en el desarrollo de los partidos”. Y esto explica que un proceso revolucionario puede sufrir reveses y fracasos que hay que saber enfrentar con paciencia y astucia. La historia enseña que puede existir involuciones, retrocesos pero que siempre el devenir histórico avanza hacia adelante. Una lección histórica que es necesario leer sin analfabetismos ideológicos, con la entereza y decisión del pueblo cuando dice con sabiduría propia de los dichos populares: para atrás, ni para tomar impulso.