Día de elecciones, día de decisiones. Ecuador enfrenta alternativas. Nunca como hoy este día puede tener dos noches distintas, con la certeza de que al final de la jornada el país puede seguir siendo el mismo o cambiar de rumbo histórico. Hoy la nación puede conjugar el verbo volver con la historia sobre sus pasos.
Al final del día, podemos tener la premonición que la cultura ha muerto, que ha vuelto la ceguera y caminamos sin rumbo claro sobre el país de la injusticia con la funesta idea de que la cultura ya no fue capaz de expresarse como fuente y reserva moral para los hombres y mujeres de la patria. Huérfanos de memoria histórica, condenados a la orfandad ética de un sistema de valores. En ausencia de una conducta nacional representada por la cultura, habrase perdido un orden político de valores absolutos. ¿Es la cultura aquel bagaje que reclama el ser humano de saber hacer y saber pensar, en justicia y bondad?
La cultura, metafóricamente hablando, sí es espejo y fuente de luz; reflejo del hombre en su condición ontológica de ser humano íntegro y justo. No obstante, la cultura como irradiación de esa dimensión humana, presuntamente ha muerto. Esta lapidaria sentencia no es ya la denodada búsqueda de “una solución a la reevaluación de los fundamentos de los valores humanos”, como pretendía Nietzsche. El parangón de dos muertes de la cultura y la justicia, nos hace transitar un callejón existencial sin salida. Si la cultura adviene entonces como la conciencia de la condición humana; creencias, acciones y premoniciones que guían al hombre y la mujer en el sentido de un derrotero. ¿Qué ocurre al fenecer esa conciencia, esa forma de estar alerta frente a la existencia?
Volver con la historia sobre sus pasos. O volver sobre el Ecuador que ya había cambiado de ser el país de Manuelito, de la inequidad y la injusticia social. De la democracia robada, traicionada en sus principios, pisoteada en sus instituciones cooptadas con el poder del dinero que compra todo oportunismo. Volver al país de la partidocracia descompuesta que llevó a una descomposición social a la nación entera con sus fechorías y componendas, del reparto de hospitales, del sobreprecio en las medicinas, de las vacunaciones inmorales y la fuga de ministros, del país de la incapacidad y la desvergüenza.
La otra historia es volver al país constituido con garantía de justicia escrita sobre sus leyes. El territorio de las anchas carreteras por dónde transitaba el hombre y la mujer dignificados en sus derechos. El país de los hospitales con recursos y políticas para sanar los males y dolencias del hombre y la mujer humildes. La nación de paz y seguridad ciudadana para caminar libre por las calles, de vivir en el país más solidario que había vuelto los ojos a su gente postergada. La nación del respeto y reconocimiento del otro. La dignidad del país ante el mundo, sin xenofobias ni odios geopolíticos, la nación que profesó la integración y la soberanía entre todos los pueblos del planeta. Con la nobleza de ser el asilo contra la opresión de toda violencia e injusticia.
El país de las universidades y becas populares para los jóvenes. Que abrió sus aulas a los hijos de las familias sin recursos. El país de la escuela rural que recibió a los niños, niñas y adolescentes del campo para sembrar en ellos y ellas la semilla del conocimiento. La nación, que sin lastimeras políticas, veneraba a sus mayores asegurándoles un retiro digno después de haber entregado sus vidas por un país distinto.
Volver sobre el país que arrebató la felonía con la convicción y la esperanza en futuros mejores. Cómo será la patria cuando vuelva a recuperar la esperanza, y el hombre y la mujer del pueblo pronuncien con Neruda: ay Patria cuándo, cuándo me casaré contigo. Volver a pisar las calles nuevamente de lo que fue la patria traicionada que burlaron políticas renegadas y mezquinas. Volver a tener futuro, recuperarlo para nuestros hijos. Volver a reconocernos dignos y no se trata de volver sobre políticas de infalibles liderazgos, sino de sabernos perfectibles seres humanos, en la posibilidad de cometer errores y con la virtud de superarlos.
Hoy podemos volver a repetir la historia y, parodiando sus enseñanzas, decir con ignorante sabiduría que es el último día de salvaje capitalismo o el primer día de lo mismo.
El pueblo decide hoy sobre el futuro, o volver con la historia sobre sus pasos.