Que ya no existen derechas ni izquierdas, lo dicen solamente los teóricos de la derecha. Con sentimiento vergonzante de clase se niega a sí misma, no se reconoce en sus privilegios si bien los conserva sin verbalizarlos. Cuando la izquierda omite sus acciones la derecha capitaliza la omisión, nunca al revés. Ese es su privilegio de clase.
La derecha dice ser quien produce la riqueza merced al trabajo e inversión de sus empresarios. No repara en capitalistas ambiciosos y utilitarios, que todo lo codician sin importar la hambruna proletaria de una sociedad hecha a imagen y semejanza de los poderosos.
Desde sus rancios orígenes la derecha y sus delfines heredaron este mundo, no existe otro en sus linderos privados. Su misión histórica consiste en negarlo y negarse. La exclusión es su negocio. A las ganancias de su clase llama «prosperidad» de todos, ese es uno de sus eufemismos. La derecha habla de progreso social cuando acumula riqueza privada, se refiere a la patria como hacienda de peones subordinados, la confunde con un banco privado al que valora por sobre el país. El Banco del Estado y su «autonomía» son su propiedad territorial.
Los empresarios de la derecha se refieren al trabajo como creación propia, convencidos de que la plusvalía que genera es su derecho de clase. El trabajo concebido como mercancía, explotación del ser humano, mientras más flexible más lucrativo, a menor restricción mayores ganancias, que subvierta el justo fundamento de cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad. Sin reconocer en justicia la capacidad laboral del asalariado solo cuenta la ambición del empresario. Mientras el proletariado exista como ejército de reserva el capitalista amenaza con prescindir de su fuerza de trabajo, para eso existen otros esperando ocupar su lugar.
La derecha acostumbra un lenguaje figurado, eufemismos que desdicen las cosas por su nombre. La libre empresa es la “libertad” y la “democracia” una formal representación de su estirpe, claro, con exclusión del populacho. Elegidos sus políticos por el pueblo cada cuatro años, dicen concederle prerrogativas de un poder simulado y “el poder vuelve al pueblo cada elección a través de voto”. Y la historia se repite y la derecha al reciclaje llama votar por el cambio. Confunde el futuro con el pasado, para la derecha la historia no existe, así como no existe la ideología, ya lo dicen sus intelectuales orgánicos.
Perenne en el sistema sin la derecha nada existe, la economía se derrumba, el futuro no es posible y el pasado lo reemplaza. Por eso el banquero ya no pronuncia su nombre y llama a votar “por nosotros”. La derecha es una clase eufemística que apela a las palabras figuradas que sustituyan otras lenitivas. Habla de “emprendedores” porque hablar de banqueros en tiempo de elecciones no resulta buen negocio.
La acumulación de riqueza es su nueva religión, con rituales y mitos incluidos. No prescinde de veleidades ni deidades, el dios suyo es el dinero que rota en el capitalismo omnipotente, a través de negocios particulares, omnipresente en paraísos fiscales. Que todo lo compra y vende. Que no puede comprar la felicidad, así piensan quienes no han disfrutado la exultación del poder. No hay más dios que el dinero, inmanente todo lo transa, bienes y males y a quienes le rinden culto. Políticos serviles, funcionarios corruptos, periodistas obsecuentes, encuestadores mentirosos, sicarios asesinos, cada cual según la necesidad del momento. En febril cambalache todos tienen su precio y su cuarto de hora prominente.
Cuando el milagro económico no ocurre y por la crisis endémica tambalea el sistema, la derecha pierde la fe en la democracia y sus instituciones. El populismo es la respuesta a la miopía de una derecha ambiciosa y represiva. Cuando el pueblo se atreve a disputar el poder con posibilidades de obtenerlo, lo único que resta es la acción de la fuerza en armas. La democracia burguesa se desenmascara en un simulacro, las elecciones en el ejercicio de ilusos. Que callen los eufemismos, que se pronuncie el golpismo. La derecha siempre será una clase que se niega a sí misma por sobrevivir.