Se dice que en los próximos comicios presidenciales de abril, elegimos el futuro. Jorge Enrique Adoum advirtió que entre nuestra señas particulares los ecuatorianos no tenemos vocación de futuro. Y apuntó bien. El futuro se lo construye, no se lo elige, y aquello amerita vocación de cambio. Eso nos falta, somos un país conservador de viejas tradiciones.
Frente a una falaz elección de futuro hay quienes se desgañitan hablando de un pasado. La derecha no tiene proyecto futuro, vive un presente conservador de privilegios, de hacer negocios, acumular y rotar dinero en una rotación atemporal de lo mismo. Es claro que le da igual cualquier presidente elegido a condición de conservar sus privilegios. No en vano exigieron a Moreno a cambio de una gobernanza neoliberal mantener sus negocios en las aduanas, sostener un régimen económico laboral flexible con el fin de eludir obligaciones patronales, monetizar o privatizar el Estado, eliminar impuestos a sus rentas en fuga hacia paraísos fiscales, retener el control de entidades financieras como el Banco Central, conservar negocios bancarios con dinero electrónico, entre diversas prácticas empresariales privilegiadas. El historiador Héctor Pérez Brignoli -citado por su colega Juan Paz y Miño- se refiere a esta “utopía neoliberal” de la siguiente manera: “El esquema es muy simple: dejemos que nos guíen las fuerzas del mercado, eliminemos controles, aranceles, subsidios, reduzcamos al Estado y sus instituciones a un mínimo, dejemos todo a la iniciativa privada y en poco tiempo el bienestar general estará con nosotros.”
Se habla de conservar y fortalecer instituciones. Para eso se requiere una vocación ideológica que la derecha no tiene porque no se ha educado en fundamentos de ideas, sino en pragmatismos mercantiles de adagio y especulación con dinero ajeno. Solo las ideas crean realidades, la ideología se convierte en institución cuando al concebir un país se lo construye con instituciones que gobiernen y legitimen la gobernanza. Pensar en el país distinto requiere concebir un futuro de nuevo tipo. Las oligarquías conservadoras no tienen vocación de futuro, porque pensar es un verbo que se conjuga con el cerebro, no con órganos viscerales.
Para definir el país diferente se requiere la vocación que reclama Adoum. Sin definiciones ideológicas trasformadoras no hay futuro. Sin definiciones de consenso no hay un futuro común. Un país dividido se reproduce igualmente dividido entre un presente conservador y un devenir sin capacidad de cambio, transformación en torno a la que no existe consenso nacional. El país en manos de élites de poder reaccionarias al cambio, vive anquilosado a políticas neoliberales conservadoras de privilegios privados e injusticias sociales, de espaldas al devenir de la historia. Nos han heredado un país desintegrado y descompuesto. Las elites conservadoras no concluyeron un proceso de integración nacional en torno a un proyecto político y económico de derechos para la mayoría de sus connacionales, vivimos desintegrados entre enemigos de clase y la justicia social sigue siendo una utopía.
Se proclama que votemos por el futuro, cabe preguntarnos por qué vota la gente. La gente vota por un bienestar que pudo haber perdido, por mejorar condiciones materiales y espirituales de vida, vota por aquello que represente un cambio.
Moreno afirma que deja un mejor país del que recibió, ese país solo está en la cabeza del peor presidente de la historia, y en la cabeza del candidato conservador está el mismo país que deja Moreno, desintegrado y descompuesto. Y a eso llaman votar políticamente correcto.
Las encuestas lo dicen, ganará los comicios quien muestra capacidad de capitalizar el desencanto popular, quien dispuesto a construir ese futuro con vocación proponga un proyecto en rebeldía contra el presente conservador de privilegios privados e injusticias sociales.
De cara a los comicios de abril, un país con vocación de futuro decide que lo políticamente correcto, es políticamente insurrecto.