Un principio elemental de la comunicación publicitaria indica que si hay un mal producto, por bueno que sea el publicista no vende, no funciona. Y este principio publicitario aplicado a la comunicación política puede provocar desastres electorales. Esto está sucediendo con Guillermo Lasso, un mal candidato fracasado en diversas lides electorales y que contrata a quien tiene un halo de un buen asesor político, el señor Jaime Durán Barba que exhibe triunfos electorales con malos candidatos. Son los casos del ex alcalde Rodas y el ex presidente argentino Macri. Las estrategias de Durán Barba funcionaron contra pronósticos, encuestas, vaticinios, y sobre el principio de la comunicación que indica que el producto de un mal candidato en manos de un buen publicista, no gana las elecciones.
Lasso demuestra ser un mal producto como candidato derrotado dos veces en anteriores elecciones presidenciales, un adulto mayor cansado que apoya su falta de vitalidad en un bastón de mano, sin energía física y espiritual para liderar un país como Ecuador. El resultado es evidente: el mal candidato pierde en primera vuelta electoral en su tercer intento por alcanzar la presidencia del país. Un candidato que, percibiendo sus limitaciones, cambia su impronta por una personalidad diferente a sí mismo, se disfraza de tiktoker con ropas coloridas y ensaya ante las cámaras ademanes supuestamente juveniles. Ahí comienza el desastre. El candidato original sin calidad política, pierde autenticidad comunicacional, se vuelve un esperpento mediático.
El mal candidato despide a su equipo de asesores publicitarios ante el fracaso en primera vuelta electoral, circunstancia que reedita desastres anteriores, cuando formó parte del equipo económico de Yamil Mahuad que fue derrocado por el feriado bancario, cuando estuvo con Lucio Gutiérrez que también salió huyendo del pais luego del repudio popular, ahora se asocia, o mejor, “compra” a Lenin Moreno, el presidente más repudiado de la historia con un 2,5% de aceptación ciudadana, según encuestas. Luego del despido de sus publicistas contrata tiktokers que le aconsejan aparecer en videos disfrazado de personaje histriónico. El resultado es un desastre de imagen física para un adulto mayor que pretende parecer lozano de juventud perdida.
El mal candidato decide contratar a un nuevo asesor que sí ha tenido triunfos electorales, el ecuatoriano Jaime Durán Barba experto en comunicación política que hizo milagro electorales con Rodas y Macri, con un denominador común de ser malos candidatos. El nuevo asesor recomienda a Lasso asistir al debate presidencial vestido informal, abierta la camisa, sin corbata para un look de mejor sex appeal, que tutee al contrincante para ganar su moral, que cuando éste le recuerde su pasado banquero responsable del feriado bancario y depositar su fortuna en bancos de cálidos paraísos fiscales, le diga que miente, que se lo diga rimando: “Andrés, no mientas otra vez”. El asesor recomienda al mal candidato que cuando enfrente a su oponente en el debate sonría, en señal de ironía y desprecio. El mal candidato sonríe y la sonrisa es el gesto patético en un rostro palidecido por el estrés del momento. Sonrisa hierática, de solemnidad que acompaña al trato gamonal que tutea y trata de tú a su inferior, como suelen hacer los aniñados con los pobres en este país, como sus cónyuges tratan a la muchacha del servicio doméstico, como si el dinero del patrón les diera autoridad para minimizar al ser humano. Tutear en Ecuador es sinónimo de confianza mutua o de prepotencia. En Lasso es esto último.
Un ademan hierático que se pinta conmovedor sobre un semblante desencajado cuando percibe que su contrincante desnuda algunas verdades de su real impronta de banquero sin títulos de educación superior, desconocedor de tratados internacionales y otras virtudes humanas. En su apremio, el mal candidato ataca a su oponente asociándolo con lo que él supone ser lo peor del país, el progresismo que representa su “padre político”, sin que nadie le advierta para su conocimiento que la tendencia está vigente y consigue un triunfo en primera vuelta que “por algo ha de ser”. El mal candidato comete así un nuevo groso error: subestima una expresión política natural del país que reclama justicia, que cuando se pronuncia por cambiar el presente lo hace con esperanza en el futuro y no en el pasado del país de la desigualdad gobernado por políticos financiados con dinero de banqueros neoliberales.
La sucesión de fracasos del mal candidato tiene una explicación de fondo: Lasso representa, profesa y defiende una causa injusta en un país agobiado que clama justicia social. Será acaso por esa razón que se convierte en mal candidato “salado” que nunca gana. El banquero que navega y se hunde en un mar de riqueza contra la corriente de la historia.
El debate del domingo anterior es un nuevo fracaso con un mal formato televisivo que no le permitió “lucirse”, pese a una conducción permisiva y a un coctel de preguntas leídas en un libreto hecho a su medida. En el debate ocurrió lo que todo un país pudo ver en vivo y en directo y que enciende las alertas en el frente político del mal candidato.
En seguida del debate presidencial una retahíla de corifeos sale en auxilio del mal candidato y, a los pocos minutos, un periodismo obsecuente le brinda espacios mediáticos intentado lavar su imagen de perdedor y debatiente vapuleado. El periodista Andrés Carrión organiza un “conversatorio” en Teleamazonas con tres invitados entre los que destacan los colegas Jorge Ortiz y Fernando Casado. Ortiz no puede explicar lo inexplicable y reconoce que “Arauz ganó en la primera parte del debate y luego el televidente cambio de canal”. Esta confesión de partes saca de quicio al entrevistador que, montado en colera, lanza la caballería a Casado y lo agrede, insólitamente, gritando a voz en cuello que “aquí el que manda soy yo, y no me vas a decir lo que tengo que hacer”.
Al día siguiente del debate, Lasso cuenta con nuevos espacios mediáticos para lavar su imagen perdedora y es entrevistado en Ecuavisa, en el informativo matinal, por una presentadora que hace hasta lo imposible por redimir de pecados al mal candidato. Durante todo el día desfilan analistas, opinadores, agoreros que buscan explicar sin entender lo que ocurrió con el mal candidato en el debate y tratan de convencernos de que estamos equivocados, y ese equívoco comparte la gran mayoría del país.
No somos perfectos, lejos de ello, el país está convencido de que el mal candidato no lo es por ser mala persona, deteriorado por los implacables años, por falta de personalidad y liderazgo político, incluso, por ser un pobre banquero rico, sin títulos de ninguna clase académica en este país que le importa menos que su banco y los negocios financieros. No. El mal candidato es malo porque representa, profesa y defiende una causa injusta, la causa de la desigualdad social y económica en un país castigado y agobiado por tanta injusticia.
Por esa misma malaya suerte, el banquero Guillermo Lasso jamás será el presidente del Ecuador.