Cuatro voces en la historia de la literatura latinoamericana
Por César Chávez
Toda acción humana tiene distintas historias. Se ha vuelto un tópico, también, repetir la frase de George Orwell: «La historia la escriben los vencedores». Esto lo pienso cuando reviso varias de las historias de la literatura latinoamericana donde figuran, por supuesto, los grandes nombres a los hemos leído por algunas décadas ya. Centrándome en la narrativa, pienso en los autores del boom, los súper ventas como García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, entre otros, o sus ilustres antecesores Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo o Alejo Carpentier. Y aúnen los más actuales, aquellos que cerraron el siglo como César Aira y el tardíamente exitoso Roberto Bolaño.
Estos han ido marcando la ruta de una historia literaria, pero lo sorprendente es que hay otras múltiples voces, con iguales o superiores méritos literarios, que no figuran en los estudios, las tesis, los artículos, o lo hacen de manera sesgada, y algunas solo como notas al pie. Lo más sorprendente es que hay un grupo casi totalmente excluido: las mujeres. Un par de nombres femeninos en una marea de masculinos. Afortunadamente, poco a poco, en este siglo XXI, dichas exclusiones van siendo reparadas, pero aún falta mucho. Esta nueva historia llevaría, por supuesto, mucho más tiempo y espacio que el de este artículo, por ello, en este momento solo quiero anotar cuatro nombres de escritoras de la primera mitad del siglo a las que no solo debemos leer o releer, sino también estudiar ¿y pensar; de ese pensamiento surgirá también una reflexión propia sobre nuestras lecturas pasadas, presentes y futuras.
Con el inicio del siglo XX iban a surgir varias narradoras que abordan temas que rompen la línea positivista en la que muchos narradores estaban involucrados, una de un realismo crudo, casi científico del que las escritoras huyen, intentando buscar vías diversas de expresión. Una de las primeras es Teresa de la Parra (1889-1936), escritora venezolana que va a producir dos novelas fundacionales: Ifigenia y Memorias de Mama Blanc(1929). De distinta textura escritural, estas novelas son dos vías que abren camino paralas nuevas generaciones de escritoras del continente; por un lado, con Ifigenia se abre, aun limitadamente, el pensar sobre la condición de la mujer en una sociedad como la latinoamericana de inicios del siglo XX; y la ternura, la mirada sobre los detalles sensibles, los recuerdos de infancia, los pequeños descubrimientos sentimentales en Memorias de Mama Blanca. Una autora que requiere una atención mayor.
Pocos años después los temas de la condición femenina se reflejarán literariamente en el sur del continente con escritoras como las argentinas Silvina Ocampo (1903-1993), Norah Lange (1905-1972), y la chilena María Luisa Bombal (1910-1980). Todas ellas estaban de una manera u otra vinculada a los grupos literarios y artísticos de la ciudad de Buenos Aires, y en especial a la revista Sur, dirigida y financiada por Victoria Ocampo, publicación que acogerá algunas de las obras de estas mujeres. Silvina Ocampo, una mujer silenciosa y apartada del bullicio del mundo literario, estuvo siempre condicionada por dos presencias que de cierta manera ocultaron su obra: su propia hermana Victoria, cuya personalidad opacaba cualquier otra que estuviera cerca, y su esposo, el escritor Adolfo Bioy Casares, uno de los más reconocidos en su país. A pesar de esto, a mediados de los años treinta empezó a publicar sus cuentos y novelas, en los que se funden realidad y sueños, donde encontramos, además ,recuerdos de infancia mezclados por agudas reflexiones llenas de madurez. En Ocampo encontraremos personajes obsesionados por la muerte, el dolor, la crueldad. Un elemento que resalta es el manejo de los sucesos sobrenaturales o fantásticos con una asombrosa dosis de verosimilitud, lo que se irá convirtiendo en una marca de su estilo. Es célebre la antología de la literatura fantástica que llevó conjuntamente con su esposo y Jorge Luis Borges.
Norah Lange era una de esas presencias que no pueden pasar desapercibidas en ningún lugar, y más en el mundillo literario de un país latinoamericano de inicios de siglo, en donde resaltó desde su cabellera roja heredada de su madre irlandesa hasta su talento juvenil en la representación de obras de teatro y en la escritura. Publicó cuentos, novelas y poesía. La obra de Norah Lange a menudo corre la injusta suerte de verse relegada por el peso del dato anecdótico, por la forma en que los varones de su generación gravitaron alrededor de ella. Suele añadirse rápidamente a su nombre algún epíteto, como «esposa de Oliverio Girondo», «musa del ultraísmo», o tenerla como el largamente ansiado y postergado objeto de deseo de Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal, quien la transformaría en Solveig Amundsen, el desdichado amor de Adán Buenosayres. Mas, su escritura va siendo recuperada, liberándola de ese peso. Hay en sus obras una marcada capacidad de dotar de cierta dignidad metafísica a los objetos cotidianos. Asimismo, en su narrativa se destacan textos de una enorme porosidad, repletos de ambigüedades, tensiones y humor que sirven para corroer la imagen de escritora supeditada a los deseos de los hombres que la rodearon. Para ello, qué mejor que leer su novela 40 días y 30 marineros, sobre el viaje de una mujer sola que cruza el Atlántico. Hay además en ella una enorme libertad y ganas de forzar los límites de la escritura y, con ello, expandir el universo de lo representable tanto en la literatura argentina en general como para las escritoras mujeres en particular.
María Luisa Bombal pertenecía a una de las familias más aristocráticas de Chile. Ante la muerte temprana de su padre, viaja a París, donde terminará su colegio y pasará luego a la Sorbona. Descubre el arte a través de la activa vida teatral, teniendo de compañero de tablas, entre otros, a Antonin Artaud. Aquí se produce un hecho que será repetitivo en su vida, el sometimiento de su conducta a los dictámenes sociales: en alguna de sus representaciones será vista por un tío, lo que desencadena su inmediato retorno a Santiago. Pronto se sentirá ahogada en la vida santiaguina, y luego de un confuso incidente violento saldrá hacia Buenos Aires, donde Pablo Neruda la acogerá y vinculará al grupo de la revista Sur. En esa ciudad y en esa revista publicará su breve obra, en donde sobresalen las novelas cortas La última niebla y La amortajada, y un puñado de excelentes cuentos, destacándose «El árbol». Tendrá un matrimonio que durará poco con el artista Jorge Larco, y luego retornará a Santiago, donde la sombra del incidente retornará más duro y difícil, lo que la obliga a salir hacia los Estados Unidos; allí se radicará, abandonado definitivamente la escritura. Por mucho tiempo sus obras pasaron desapercibidas y han empezado a ser recuperadas en estas últimas décadas. La obra de Bombal en general tiene que ver con el conflicto de la naturaleza femenina siendo aplacada por la visión masculina: a través de alegorías y una sutil descripción emocional, nos va dejando ver el peso de la vida femenina sometida, coartada en su libertad, siendo el símbolo la muerte una forma de salida, una búsqueda hacia esa libertad.
Quedan muchas más escritoras de las que hay que hablar; que este pequeño artículo sea una invitación para investigar, leer y admirar.
Tomado de revista Rocinante 149, marzo 2021