Es probable que muchas personas hayan visto el reality show estadounidense Fear Factor -Factor Miedo- que obliga a los participantes a superar el pánico a conducir un carro que vuela varios metros sobre una rampla, permanecer encerrado en un sarcófago lleno de alacranes o beber un batido de gusanos y cucarachas trituradas en una licuadora. El programa de televisión muestra a los concursantes enfrentados a situaciones límites, relacionadas con la proximidad de animales venenosos, extravíos en la oscuridad, inmersiones acuáticas, acrobacias en alturas, encierros claustrofóbicos y otros temores a lo peligroso, perjudicial o repugnante. Factor Miedo es una suerte de metáfora de las aprensiones vitales.
El factor miedo es una condición personal que hay que superar en tiempos de pandemia. Sobrevivir a las amenazas biológicas y sociales, morbilidades producidas por un virus que, si no mata, deja diversas secuelas físicas y sicológicas como daños renales irreversibles, afecciones pulmonares crónicas, enfermedades gastrointestinales, insuficiencias cardiorrespiratorias, problemas auditivos y visuales, depresión y ansiedad, entre otros factores de crisis sanitaria.
La publicidad reproduce esta situación en mensajes diarios y, apelando a las motivaciones del consumidor, satura la pantalla con la oferta de productos que nos recuerdan nuestra vulnerabilidad física y mental. Casi la totalidad de espacios publicitarios televisivos promueven a toda hora, sin discriminación, productos para aliviar enfermedades crónicas, malformaciones físicas, dolencias articulares, fetideces corporales, imperfecciones cutáneas, pérdida del cabello, bacterias de la caspa, hongos en los pies, sudores excesivos, caries dentales, cicatrices rebeldes, entre aclarantes y engrosadores del pelo, bebidas hidratantes y un largo etcétera. Contra la descomposición física por enfermedad o vejez se ofrecen ungüentos, pastillas, cremas, para sobrellevar nuestras limitantes físicas y debilidades orgánicas, recordándonos que vivimos condicionados por el factor miedo a la enfermedad y a la muerte y posterior descomposición orgánica y putrefacción del cuerpo.
Ante tanto bombardeo publicitario que nos enrostra la fragilidad de la carne, quisiéramos haber nacido con inmanencia etérea, no producto de la fecundación de un óvulo por un espermio. Ser esencia con posibilidades de trascendencia, incorpóreos, que nos exima del miedo al ocaso de la vida producto de un paro cardiaco, pérdida de funciones metabólicas, fallas respiratorias, rupturas óseas o alteraciones neurológicas. El verbo no debió hacerse carne para habitar de manera tan lábil entre nosotros, seres precarios que somos. Haber nacido de un espíritu absoluto y no reencarnarnos en entidad física alguna. Metafísicos y atemporales por definición, no sujetos a la transformación de la materia en el tiempo y en el espacio. Hegel decía que en cada tiempo prevalece el espíritu absoluto de esa época y que hombres superiores representan el absoluto espiritual de su tiempo. Que el hombre trascienda por sus ideales y sentires, superando la limitación finita de la carne. Trascendencia que nos permitiría, acaso, superar el factor miedo a la inmediatez lindante de la muerte. ¿Aquello nos haría libres?
¿No es la libertad la conciencia de la necesidad, como dejó escrito Marx?
Liberarme no quiera decir mejorar nuestra condición humana imperfecta. Libre es quien está consciente de lo que necesitamos en esa imperfección. Ser limitado sin saberlo oprime, condiciona la libertad, esa facultad y derecho a elegir de manera responsable nuestra forma de ser en sociedad.
Libertad y necesidad están opuestas en la concepción metafísica, se excluyen. Que la voluntad es absolutamente libre y no está condicionada por nada o creer que no hay libre albedrío y solo existe necesidad absoluta, son dos extremos falsos. La libertad no consiste en una independencia imaginaria respecto de las leyes naturales, sino más bien en el conocimiento de dichas leyes o causas que provocan los sucesos de la vida en la posibilidad de saber utilizarlas en acciones prácticas. La transformación de la materia y la descomposición orgánica que conduce a la muerte, responde a motivos naturales. Conocerlos es nuestra opción humana.
Mientras desconozcamos las causas de un fenomeno, éste al manifestarse al margen de nuestra razón nos convierte en esclavos de la ciega necesidad. El factor miedo se expresa en el desconocimiento de la naturaleza, de sus limitaciones y cambios orgánicos en procesos de lo nuevo a lo viejo, de lo saludable a lo mórbido, de la vida a la muerte. ¿Qué nos espera despues de la muerte, separación de una esencia espiritual que asciende a un más allá improbable, mientras la materia corpórea se pudre? El factor miedo es necesidad pura, sin conciencia, y equivale a un factor sorpresa, no haber sabido lo que viene, sin tiempo a reaccionar por desconocimiento de nuestras necesidades. En definitiva, es el miedo a la muerte, a perder la competencia de estar vivos.
La conciencia de la necesidad nos hará libres.