Quien no ha trazado un dibujo en la arena no sabe de recuerdos lamidos por mares de olvido. Este día junto a un corazón dibujado en la blanca arena de reminiscencias, deposito una rosa roja en homenaje a la mujer.
No me resigno a compartir con Neruda aquello de que es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. Largo suele ser el recuerdo, tanto como el amor que trasciende en el tiempo. Las mujeres en mi vida perduran todas en una, en la simultaneidad que fecunda múltiples afectos. Perviven, según el proverbio de Kundera, en la memoria poética que nos deja recordar solo aquello que hemos amado; memoria que registrará lo que nos ha conmovido, encantado, que ha hecho crecer nuestra vida.
María Elena mi madre, bordadora de sueños, vanidosa de tener un hijo del profesor comunista que escribía libros para niños. De pronto la tela se poblaba de filigranas y las figuras bordadas eran el argumento de sus sueños. Mujer que profesó la fe divina como actitud de entrega a los desvalidos e hizo de la vida un acto de cotidiana solidaridad con sus semejantes.
La prima Carmen, regocijo de juegos en el caserón de la calle Maruri. Blindó mi infancia de duendes guardianes que habitan los cuentos infantiles. Su hija Mónica, tocó puerto familiar como barcaza de alegrías renovadas. Vino en primavera anticipándose a las germinaciones de septiembre.
La vecina Rita, prematuros estremecimientos del amor, siempre sonreída en la ventana hogareña cuando el barrio pintaban de carmesíes los crepúsculos de Maruri. La prima Lucía, temprana conmoción en cuerpo adolescente, caricia a ras de piel en señal de rotundas ternuras. Mirta, compañera chilena de batallas clandestinas, me enseñó que el amor era un refugio infranqueable bajo la dictadura del tirano.
Elena, madre de mis hijas, puro temple de compañera en las jornadas cotidianas. Mi hija Gabriela, regalo de la vida en el día de alegría mayor. Mi hija Paula, regalo pleno de la vida. Mis nietas Romina y Valentina, maravillosos retoños de amor imperecedero.
Fátima, lección de amor de insospechadas dimensiones. Aun en su muerte dolorosa, razón de vivir la vida.
Aquella que hundió huellas indelebles en la piel y en el alma.
A todas ellas en una múltiple y única mujer.
Una rosa roja al borde del corazón.