Los millennials son una generación bisagra entre los dos milenios. Y entre los dos mundos: el anterior y el próximo. Actualmente tienen entre 25 y 40 años. Constituyen el 26 por ciento de la población mundial. Son, de alguna manera, el parteaguas. Como la línea equinoccial: el abrazo más ancho del planeta. Están entre nosotros, ¿pero no los vemos?
La revista Time los bautizó como la generación me me me (yo yo yo). Pero el término no pegó, al parecer se amparaba en un rasgo un tanto narcisista, pero no se les puede acusar de insolidarios. Es verdad, no levantan la vista de su celular, pero no son pasto de todo, escogen lo que les interesa o los entretiene. No es que crean que lo merecen todo, porque lo que les conforta ya lo tienen. Mejor no poseer nada que no sea lo que llevan consigo en su mochila y en su coleto: audífonos, gafas de sol en el ojal de la camisa abierta, idiomas, tolerancia, zapatos deportivos, smartphone, individualismo, fotos de su mascota, membresías ecológicas, ketchupchismo político, para qué más, pero no dejan que nadie les quite lo que saben. Y con lo que saben —casi siempre parcial, especializado—, le pueden dejar mal parado a un señor sabelotodo.
Son prákticos y krípticos, ¿para qué esforzarse más de lo necesario para sobrevivir?
Algunos ya están grandes, pero viven con sus padres, no tanto por cariño cuanto por costumbre y comodidad. Apenas pueden, las millennials que trabajan consiguen «una habitación propia», se juntan dos o tres y comparten. Ellos también quieren independizarse, conseguir un buen trabajo y formar una familia, pero no a cambio de esclavizarse… Han visto que las certezas de sus padres o abuelos han dejado de ser tales: un trabajo para toda la vida, un único modelo de familia, una sola carrera y tener un empleo seguro hasta jubilarse… Todo eso ha desaparecido, explica el economista Iñaki Ortega, autor del libro Millennials: inventa tu empleo.
Sus altos índices de desempleo y sus consumos puntuales no eran un aliciente para el mercado, por lo que, hasta hace poco, eran mal vistos. Se les decía que eran incapaces e indiferentes. Pero ahora ha cambiado esa percepción y su importancia se ha extendido al campo político.
En Ecuador, todos nacieron en el período post-dictadura, de democracia electoral. Empezaron a ejercer el sufragio a partir de las elecciones de 2002. Desde entonces han elegido tres presidentes: Lucio Gutiérrez (2002-05), Rafael Correa (2007-17), Lenín Moreno (2017-21).
Constituyen el 22,5% de la población total y el 40% del electorado.
No son indiferentes ni incapaces, como les acusan sus mayores. Son preparados y emprendedores. Tienen maestrías y hablan otros idiomas (todos, inglés; algunos, chino) y otros lenguajes (todos, el digital, con celulares, GIFs, memes, videos, plataformas y redes).
Las sociedades avanzan y los millennials son el reflejo de la evolución. Han tomado conciencia de temas sensibles, como los derechos humanos, el ambientalismo, el extractivismo, el machismo, el racismo, la homofobia, los feminicidios, la desaparición de personas, el acoso, el abuso sexual y policial, la defensa de las minorías y han decidido ser parte de esas causas. Con su adhesión y tolerancia contribuyen a que el mundo sea menos violento, dicen. ¿Cómo son sus comportamientos?
Política
Son apolíticos y condenan la corrupción, el alineamiento, el racismo y la violencia. No creen en la gente mayor, hay una desconfianza generacional.
Son apolíticos con relación a los partidos políticos, pero es falso que no les interese la política. «Lo que no queremos es esta política». Tienen sensibilidad social a su manera: apoyan las formas de resistencia contra los paquetazos económicos, pero desconocen las antiguas militancias revolucionarias. Sin ser marxistas, saben leer la realidad concreta, pero con la diferencia de que ahora la realidad concreta es abstracta.
«Ha cambiado la forma de relacionarse con la política. Antes la gente se implicaba directamente en el activismo contra el sistema, ahora son activistas circunstanciales, por causas puntuales. No nos identificamos con un partido, porque no encontramos ninguno que nos represente, sino con una causa».
Los millennials no solo participan en redes sociales a través de ingeniosas campañas. Utilizan los hashtags para movilizarse y no dudan en salir a la calle para participar en manifestaciones o huelgas. No son el simple clickismo, sino sus alcances kinéticos. «Son conscientes de que están en un mundo conflictivo y que van a tener que luchar para conseguir sus derechos y para lograrlo están dispuestos a participar en movimientos ciudadanos, o a participar en protestas, pero no a afiliarse a partidos políticos, pues están desencantados con la política convencional», matiza el sociólogo Juanjo Torres.
Trabajo y empleo
Cuando trabajan lo hacen con probidad. Generalmente ellos inventan el trabajo para ofrecer sus aptitudes, prefieren la modalidad free lance, no piensan jubilarse porque se sienten becarios y les importa más el buen ambiente que el salario más o el salario menos. No son de jornada larga, sino de trenza larga. Hay que descansar, cada hora hacer calistenia o darse un paseo para tomar aire. Prefieren caminar. Trabajan para ser felices, no para trepar, no se los oye perorar por grandes ideales, pero disfrutan de los pequeños placeres, de sus videos y mascotas.
¿Qué diablos quieren? ¿Acaso lo saben? Disminuir un día de trabajo laboral y reemplazarlo por prácticas comunitarias y/o artísticas, en contacto con la Naturaleza y públicos etarios. Eso desfrunce el ceño de los burócratas, les vuelve más amables y eficientes, manifiestan.
Ya no hay tiempo para el ocio creativo y cada vez menos para el descanso. Se debería compartir las horas con personal contratado a tiempo parcial. Eso genera empleo. Transportarse significa un incremento de tiempo entre el 10 y 20% de la dedicación laboral.
En la Encuesta de Empleo del INEC, de septiembre pasado, se registra que el 29,8% de los desempleados corresponde a personas de entre 25 y 34 años, la categoría más joven.
Seguridad económica
«Creo que nos medimos por la búsqueda de la felicidad. No tenemos esa conciencia de hormiguita de guardar para mañana. Si puedo hacer un viaje en vacaciones, lo hago. No me planteo ahorrar para meterme en una hipoteca», zanja Juan Rodríguez, de 31 años.
Seguridad cotidiana
Quieren un país seguro. Que no les choreen en los buses ni que los guardias les revisen sus mochilas, porque allí llevan todo, su silueta, su compu, su cucayo, su libro y sus cartillas de viajes. No importa que estas sean una ilusión, pero ya no son para migrar y trabajar de lo que sea. Son, quisieran, para conocer, para compartir otras culturas, para estudiar becado en cualquier universidad del mundo, porque para que las cosas existan primero hay que soñarlas.
«Siempre estamos a favor de los migrantes de cualquier parte del mundo y de las minorías».
Hay que bajar la violencia con una cotidianidad más recreativa, con actividades más comunitarias, solidarias y menos monetizadas. Eso baja la crispación. Hay que revisar esos llamados códigos de honor, algunos medioevales como la virginidad, el machismo, el acoso. Muchos feminicidios se producen por eso, por la irrealidad que tienen los estereotipos de comportamiento. Para bajar el índice de violaciones y maltrato: menos tabú, menos individuos reprimidos, más naturalidad y respeto en las relaciones de pareja.
Educación
Se educaron analógicamente, pero crecieron digitalmente y, por eso, todas las expectativas se han puesto en ellos. En los establecimientos educativos se debería disminuir un día de trabajo a los profesores regulares y dejar ese día a los alumnos en manos de ecologistas, artistas y gestores culturales: la enseñanza lúdica y experimental del arte es de suma importancia en la formación de una sociedad no violenta. Desde la escuela hay que visitar galerías, museos y comunas, asistir a eventos culturales. Eso genera empleo para los artistas y gestores. Cada gestor puede asumir cuatro colegios a la semana.
La sexualidad
Están liberados sexualmente. No hace mucho tiempo, el sexo era tabú. Para nuestras abuelas, la menstruación, más que un paso hacia la edad adulta, era una señal de peligro. Cuando se quedaban embarazadas no podían decidir, se ganaban una paliza de sus padres, aunque luego estos chochaban con los nietos como estos ahora lo hacen con sus mascotas. Nacían para casarse o ser madres solteras. La virginidad era sagrada y su cuerpo, un santuario que debían proteger. ¿De qué?
Los métodos anticonceptivos eran mucho más rudimentarios y los preservativos los conseguían de contrabando. Por no hablar de que hasta 1990 la Organización Mundial de la Salud (OMS) consideraba la homosexualidad una enfermedad mental.
Cuando alguna vez se acuestan con alguien es una relación puertas afuera, generalmente indeterminada. Hacen el amor cuando les hacen el amor. ¿Por qué tendría que ser de otro modo?
«Los millennials tenemos menos prejuicios a la hora de hablar el cuerpo. No solo estamos más informados. La moral católica que tenían las generaciones anteriores va perdiendo terreno por la doble moral de congregantes y patriarcas violadores y la de los curas pedófilos. Ahora lo que se busca es no ser reprimido, disfrutar del cuerpo y hablar abiertamente de la sexualidad como parte de los derechos humanos», explica Marta, de 28 años, médica.
Aunque la conversación sexual entre padres e hijos sigue resultando incómoda y las clases de educación sexual en los colegios todavía son una asignatura pendiente porque los profesores no están preparados para ello, los millennials no solo han naturalizado el sexo, también son mucho más abiertos. Han iniciado el camino hacia la nueva normalización de aquellos colectivos que no se identifican con lo «autoritario- normativo». Según el estudio Ipsos Mori publicado en The Telegraph, solo el 71% de los millennials se consideraban «exclusivamente heterosexuales».
La cultura
Han desacralizado la cultura. Los millennials no necesitan prescriptores que les digan qué leer, prefieren compartir criterios con lectores de más experiencia, ver o escuchar opiniones. Internet les ha dado acceso a toda la información —tanta, que conseguir su atención supone un reto—, y gracias a esta libertad han forjado gustos tan heterogéneos que resultan incomprensibles a ojos de los más puristas. «Hemos tenido la oportunidad de beber de muchas fuentes diferentes y por eso nos da un poco igual juntar la telebasura con el cine de autor. No tenemos prejuicios culturales: puedo ver Gran Hermano y una película de Bergman, solo así se modelan los gustos y el criterio propio».
«Ahí está la cuestión: en la alta y baja cultura. Creo que somos la primera generación que no hacemos esa diferencia», explica Pablo, de 29 años, responsable de mercadotecnia en una editorial.
La ecología
Son muy conscientes de las tres erres de la ecología: reducir, reutilizar y reciclar. «Son más austeros, compran menos ropa, no tienen coche, son más conscientes de los alimentos que consumen…», enumera el sociólogo Juanjo Torres.
Pero hay matices. «Creo que en general reciclamos, pensamos más en lo que comemos o en cómo se hace nuestra ropa…pero no somos estrictos. Creo que lo hacemos siempre que nos sea cómodo. Aunque nos preocupe el reciclaje, mejor si el contenedor de plástico está al lado de la puerta de casa», apunta Irene, de 29 años. Las empresas y las marcas lo saben y, empeñados en llamar su atención, no han tardado en sumarse a la «fiebre eco». Sirva de ejemplo para quienes los tachan de perezosos: los millennials son capaces de cambiar el mundo incluso cuando no se implican por completo.
Cuidan las plantas, el plancton y el planeta, no los destruyen, botan los desechos en basureros separados. Son ambientalistas, animalistas, algunos vegetarianos. Tienen mascotas, siembran árboles y observan la moda.
El humor
El humor es sensible a los cambios sociales y, en este caso, sirve como indicador de la brecha generacional. A un millennial no le hace gracia el chiste de Mi marido me pega, peor los lapstick burdos de Mis adorables entenados, ambos relapsos en la violencia familiar y vecinal. La verdad es que la mayoría de la programación televisiva es violenta, sexista, homofóbica, guerrerista, todavía alineada en la guerra fría, racista o nacionalista (incluso los campeonatos entre naciones).
Lo explica el cómico David Suárez, de 26 años, autor del libro Agonía infinita. «Esa hipersensibilidad tiene que ver con una mayor concienciación social, pero también creo que tiene que ver con una búsqueda fallida de la felicidad». El filósofo francés Giles Lipovetski lo sintetizó: Vivimos la era del vacío. ¿Quién llenará ese espacio?.
El nombre no importa. Serán, junto a los migrantes universales, el nuevo fantasma que recorra el mundo, la generación que más resistió al Covid, la generación que cuando termine la pandemia, tendrá en sus manos la responsabilidad del cambio. Estarán en todas partes, en las economías de mercado y en las economías centralizadas, y, sobre todo, en las nuevas economías, las economías urgentes, porque el mundo no puede seguir así. Será la generación supracovid (GSC), no tendrá tiempo ni para desmentirse o desilusionarse.
¿Cómo votarán?
No son ególatras ni egoístas, como les dicen, porque, sobre todo, a nivel mundial, ya se empezó a ver los frutos. Jóvenes periodistas o presentadores que son líderes de opinión, jóvenes directivos de empresas, jóvenes políticos, jóvenes emprendedores, jóvenes profesionales con posgrados en el exterior, jóvenes artistas, escritores e intelectuales. ¿Cómo votarán los y las millenials en las próximas elecciones en Ecuador? ¿Con quién podrían identificarse? Desde el punto de vista etario, un candidato tiene la misma edad de ellos y podría llegar a ser, a nivel mundial, uno de los primeros millennials que alcance el poder por preferencia electoral (creo que el salvadoreño Nayib Bukele igual). Pero también pesa la experiencia bancaria del otro candidato —que no es poca— y los dispendiosos recursos con que cuenta quien, por edad, podría ser el padre.
Es verdad, no todos los jóvenes de entre 25 a 40 años son así, pues todavía hay rangos de clase junto a los generacionales. No todos son, pero quizá todos quisieran serlo. Sea cual sea el resultado de la segunda vuelta, el 40% de votos del ganador corresponderá a las y los millennials, nuevos actores de la política, no solo electoral.
Fuente Revista Rocinante 149, marzo 2021