En el mes de la mujer no hay quien no hable de ella en distintos tonos, como si la mujer no tuviera derecho a otros meses del año completo. Se habla y se escribe en diversos tonos, los altisonantes para mitificarla, los menos ruidosos que dicen en sordina, los susurros para que nadie se entere que ella existe. Y todos estos tonos de algún modo la mitifican, hacen de su realidad un mito que la reduce a dos o tres estigmas. Pero la mujer es simultánea, y la simultaneidad de la mujer la hace ser varias mujeres a la vez, todas en una.
No pretendo hablar de todas las mujeres, más aun con la advertencia de esa enorme mujer que es Simone de Beauvoir, al decir: “Todo lo que ha sido escrito por los hombres sobre las mujeres es sospechoso porque ellos son juez y parte a la vez”. Lo dejó escrito en un libro suyo que recomiendo, El segundo sexo, considerado por el movimiento feminista como la biblia, fue escrito a fines de 1949. Libro valiente que dejó atónitos a lectores y lectoras que al terminar de leerlo lo cerraron con desdén. Decía que escribo estas líneas con el riesgo de no sacudirnos de un enfoque machista inconsciente de quien asume un lenguaje machista en la idea de que no lo somos. Al menos, pretendo no serlo. Una forma de aproximarme es poner la reivindicación de la mujer en la dimensión de lo político, más allá del género. Asi lo hizo Simone cuando dice que “lo personal, es político”. Con eso nos quiso decir que no existen soluciones personales, solo hay acción colectiva para una solución colectiva y que el descontento de las mujeres no es un lamento neurótico sino la respuesta a una estructura social que condena a las mujeres a ser sistemáticamente dominadas, explotadas y oprimidas. El término quiere decir que cualquier práctica social es la reivindicación para la política de temas tabú u olvidados, de importancia capital para entender la situación de desigualdad y subordinación de las mujeres. La expresión lo personal es político, se opone a una modernidad que asocia lo público con lo masculino y lo privado a lo femenino, buscando disminuir, despolitizar esto último. Se trata de una división política que relegó a las mujeres a un ámbito doméstico como si fuera su espacio natural.
Decía que recomiendo a lectoras y no lectoras, el libro de Simone de Beauvoir, El segundo sexo, porque es un libro necesario y entretenido que reordena mitos que los hombres han forjado sobre la mujer, a través de cosmologías, religiones, supersticiones, ideologías y literaturas. ¿Por qué ese título? Sencillamente porque la mujer es lo que el hombre ha decidido que sea. Ella se determina y se diferencia con respecto del hombre, y no a la inversa: “Ella es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el Sujeto, lo Absoluto, ella sería la Alteridad”, dice Beauvoir. Al describir a la mujer como alteridad, como ese segundo sexo, nos indica que ella está en situación de subordinación respecto al primero. No es casual, por tanto, que “hombre” sea la palabra que designe a la parte masculina de la humanidad, como un genérico, hombre es sinónimo de ser humano. A partir de ese momento se echan las bases del patriarcado, un término que infunde miedo. Sin embargo, la palabra “patriarcado” no implica otra cosa que el reconocimiento de que por debajo de la diversidad de cada mujer hay una unidad femenina que es narrada de forma tal que la muestra desigual a los hombres.
Esa desigualdad se la quiere fundamentar y justificar en un hecho biológico y no histórico: la mujer es la que pare. Los simplistas dicen que la mujer es una matriz, es un ovario, es una hembra y ese calificativo para definirla resulta peyorativo porque la confina dentro de los límites de su sexo. Y ese sexo aparece a los ojos del hombre como algo despreciable y justifica ese sentimiento en un hecho biológico. La caricatura es evidente puesto que no existe un “instinto maternal”, la maternidad será como la mujer quiera asumirla o rechazarla. La naturaleza no es inmutable y la condición femenina tampoco es un hecho invariable, por eso con lucidez absoluta Beauvoir dice: “No se nace mujer, se llega a serlo”. El ser mujer no se debe a ninguna maldición divina, sino al modo en que las mujeres han sido “mediatizadas” y convertidas en alteridad, en el segundo sexo subordinado al hombre.
Las mujeres son ciudadanas con pleno derecho no porque alguien lo proclame sino por su condición de mujer. Eso parece decirnos Beauvoir desde un feminismo que se reivindica como humanismo y que reclama para la mujer la energía creativa y las capacidades que le han sido negadas históricamente. Esa negación es la práctica de una masculinidad educada en la idea de un sujeto libre que anda por el mundo con iniciativa y audacia narrando su propia historia, ese sujeto es el hombre. Ese machismo patriarcal olvida que las mujeres hacen historia y que la historia puede escribirse de otro modo.
La lectura del libro El segundo sexo, seguramente, contribuye a que la mujer descubra un gigantesco primer escalón que la eleve a su conciencia crítica.