El pueblo tiene instinto de clase. Por lo general reemplaza sofisticados términos de la ciencia política por un sentido espontáneo que le indica cuál es su sendero natural. Lenin hablaba de que ‘’los obreros aspiran instintivamente al socialismo”. Parodiando al lider ruso, diremos que el pueblo ecuatoriano aspira instintivamente el progreso, y por ende, las políticas que le hagan superar su condición actual.
La chilena Marta Harnecker desarrolló ciertos elementos de la cosmovisión obrera que surgen de la propia situación material de la clase popular en su realidad concreta: ‘’Llamaremos instinto de clase precisamente a esos esquemas inconscientes de reacción, productos de la situación de clase, que se encuentran en la base de todas las manifestaciones espontáneas de clase. El instinto de clase es subjetivo y espontáneo, la conciencia de clase es objetiva y racional”.
Esa propensión clasista en su forma más primaria no es innata, es instintiva, susceptible de proyectar y racionalizar con educación política. No existe el paso directo de lo instintivo a lo consciente. La educación política, precisamente, consiste en “introducir” la conciencia de clase, es decir, mostrarle y ayudar al ciudadano a ser consecuente con sus verdaderos intereses sectoriales y cívicos.
Con ese estado natural del pueblo es que los candidatos finalistas en la segunda vuelta deben sintonizar. No habrá apoyo a uno u otro si no se los identifica como genuino representate de las aspiraciones populares, y la autenticidad en esa identificación es primordial.
Lasso moldea su discurso para coincidir con quienes nunca ha compartido nada, GLTBI, feministas, indígenas, ecologistas, trabajadores y sus reivindicaciones: legalización del aborto, nuevo tipo de familia, igualdad salarial, estabilidad laoral, matrimonio gay, anti extractivismo, etc. El gran lastre que arrastra el banquero es su propio origen de clase. Lasso es conservador y se espera que siga siendo tradicional y mantenga su postura para conservar la votación derechista clásica. Caso contrario, por ganar lo uno puede perder lo otro. A un candidato derechista se le exige ser conservador en sus ideas. A un candidato progresista se le acepta, de mejor modo, el cambio.
Lasso tiene en contra una tendencia histórica del país. En su oposición al progresismo, dice: “la única manera de luchar contra el totalitarismo es con democracia”. Habla de democracia desde una perspectiva formal burguesa, como si democracia fuera solo votar, y no contemplar los derechos sociales. Su gran disyuntiva, hasta dónde va hacer concesiones al feminismo y su lucha por el aborto, derechos de género y minorías sexuales que reivindican el matrimonio gay, hasta qué punto concederá derechos a los trabajadores en su exigencia de justicia salarial, etc. El acomodamiento del discurso pega en la medida que es percibido con autenticidad. Y la autenticidad entendida como lo real, perjudica a Lasso.
En redes sociales circula una opinión que reproducimos por su frontalidad y por resumir un sentimiento colectivo. La opinión comienza calificando a Lasso de “tiburón de aguas profundas”: A la gente en la segunda vuelta se le hace cuesta arriba, y es duro, votar por un banquero ante la negra historia de los bancos en Ecuador.
Ahí está la Revolución Juliana que gobernó entre el 10 de julio de 1925 y el 9 de enero de 1926. En gran medida, la Revolución Juliana defendió los intereses de la Sierra, contra los intereses de la banca privada instalada en la Costa (Guayaquil), que había asfixiado con sus préstamos al Estado ecuatoriano. En su ascenso al poder, fue un movimiento cívico-militar que en julio de 1925 derrocó al presidente Gonzalo Córdova. Gobernó seis años hasta 1931, mediante dos juntas de gobierno provisionales y la presidencia interina de Isidro Ayora. Tuvo respaldo de las capas medias y sectores populares, poniendo fin al Estado liberal plutocrático, para establecer un Estado de bienestar regulador de la economía.
En la negra historia de la bancocracia, el feriado bancario de fines del siglo XX, es la tragedia infinita, el hondo pozo de desdicha al que nos llevó la plutocracia, clase social formada por los más ricos del país. Entonces votar por un banquero se hace durísimo, un banquero que se avergüenza de serlo, peor, así haya sido un santo forma parte de la camada plutocrática. En ausencia de ideologías propuestas por la derecha, el votante solo identifica el origen de clase del banquero. Este no tiene oportunidad de ganar, la gente preferirá votar por Arauz que se le ve “cholito, insignificante, inofensivo, hasta zanahoria”, comparado con Lasso que se lo ve como “un tiburón de aguas profundas”. La gente reflexionó que con Lasso viene el neoliberalismo que en Ecuador no puede entrar porque no lo va a permitir. En el imaginario colectivo emerge la autogestión escolar, la autogestión hospitalaria, la meta histórica que tiene la oligarquía ecuatoriana de privatizar el seguro social para hacer negocio. Por eso se oye decir que es más fácil votar por Arauz, zanahorio y todo, aunque tiene dos títulos universitarios, habla cinco idiomas y tiene experiencia administrativa.
La mimesis del discurso del banquero por un discurso populista, no cuaja en el imaginario del pueblo que esta vez exigirá autenticidad. Sobre todo conectarse genuinamente desde sus raíces con intereses colectivos, populares y mayoritarios. Mimetismo que para el banquero, por instinto de clase, es imposible.