Cuando las lógicas del comportamiento político hay que ir a buscarlas fuera de la política, significa que hay más de un extravío. “Son momentos de desequilibrio los que intensifican la presencia de recursos de la política pop, ya ampliamente legitimada en las rutinas electorales”. Esta constatación última entrecomillada es del sociólogo boliviano, Adalid Contreras Baspineiro quien en un intento académico por redefinir con sentido crítico el rol de la comunicación, constata que “los medios comerciales reinventaron propuestas de evasión social a las que se amoldó la política trasladada de las calles a los sets de televisión y cabinas radiofónicas”.
Sometidas las ciudadanías a disputas existenciales entre el temor y la esperanza, la política vuelve a ser jalonada por la levedad y el entretenimiento, bajo el estatuto del marketing, en un compadrazgo multimedial de la televisión, las redes sociales y formas de ocupación teatralizadas de las calles. Visto bajo esa óptica, la política se traslada a los sets de los medios masivos amoldándose a relatos de infoentretenimiento en la cultura del espectáculo y la relantización del populismo. Bajo esta visión del marketing las estaciones de televisión descubren que la política puede crear nuevas audiencias, diversos nichos de mercado y, por tanto, lucrativos ingresos, mientras que los políticos caen en cuenta que pueden alcanzar a un amplio número de personas de diversos contextos. En la sociedad de espectáculo, política y políticos forman parte del show televisivo. La cultura-mundo, como la llama Vargas Llosa, «aborrega al individuo y lo hace reaccionar de una manera gregaria en una cultura del entretenimiento con todo dispuesto para la conquista de las audiencias». El tejido social se hace con productos fabricados por las industrias culturales de la diversión que pretenden hacernos olvidar todo aquello que perturba, angustia, convoca, genera crítica, moviliza y dinamiza la exigencia de derechos. No es de extrañarse que los procesos electorales transcurren sin conocerse las apuestas de sociedad o programas de gobierno, de forma tal que la preferencia y los votos por uno y otro candidato se fraguan entre la simpatía y la antipatía que provocan los aspirantes al poder, los caudillos y las organizaciones políticas en juego.
La politóloga argentina, Adriana Amado, nos recuerda que los dirigentes contemporáneos son hijos de la cultura pop basada en “los formatos audiovisuales, el entretenimiento, el culto a la celebridad, el melodrama en la política, la metáfora del superhéroe y la primacía del consumismo, fabricando presidentes celebrities”. Esa modalidad del marketing político sacrifica el valor de las ideologías y de las militancias a cambio del show, del espectáculo. La política deja de ser la construcción de formas de poder y se convierte en la atracción de electores, el posicionamiento de líderes que asemejan superhéroes. Y el periodismo, contaminado con este tratamiento de la comunicación política en la lógica del espectáculo, sufre mutaciones y “adopta formas de infoentretenimiento caracterizado por rebuscar notas de farándula, de la primicia y del escándalo”. El caso más notable es el audaz montaje para vincular a un candidato presidencial local con grupos insurgentes colombianos, a través de una supuesta financiación de la campaña electoral.
Es que todo lo que sucede en la política pop y en periodismo político farandulero se desenvuelve en el mundo de las apariencias, no en el mundo real. Ambos se avivan con las situaciones escandalosas y sobreviven del “amarillismo” mediático. Ambos, inmersos en el mundo del espectáculo acuden a formatos de la política pop, buscando la popularidad y apelan a dispositivos que aseguren ratings a sus medios y votos a sus candidatos.
Durante la campaña de la primera vuelta abundan ejemplos. Hervas usó el tictoc para proyectar a través de videos una imagen juvenil ante los adolescentes, Velasco abandonó la imagen de candidato para hacer creer que descendió del olimpo del poder en el que se había encaramado y se volvió un ser humano accequible a la chusma. Lasso se esfuerza por camuflar al banquero gamonal, bajo la apariencia de un tipo común y corriente que “trabajó desde los 16 años para superar la miseria” de su juventud. Pérez mostró unos frívolos pasos de baile en un espacio televisivo de farándula. Romero no encontró mejor forma de aparecer más humano que prometer “una borrachera el día del triunfo electoral”. Larrea habló de “votar con el corazón”, mientras hacía un signo cardiaco con sus manos.
Todo aquello es expresión inauténtica de la política pop, populista y demagógica. Trivialización de una campaña con sustento de los medios informativos mercantiles y de un periodismo servil que nos quiere pasar gato por liebre bajo el guión del “interés humano”. Elementos histriónicos con un subdiscurso demasiado visible para ser creíble. Farandulización de la política, ya no con el fin de ofrecer soluciones a los problemas nacionales, sino de hacernos olvidar de ellos bajo el efecto idiotizante de la caricaturización de la realidad en la que ni risa ni llanto son verdaderos. Así, los políticos juegan a ser artistas y los artistas a ser políticos. Un lindo canal incluyó en su espacio de entrevistas matinal unos minutos para mostrar el “lado humano” de los candidatos, con lo cual reconoció que la imagen pública de los aspirantes al poder está impostada y es necesario mostrar su lado auténtico. Demás está decir que ninguno de ellos hizo otra cosa que mostrar fingidas lágrimas de campaña cuando se les enseñó fotografías familiares.
Esta forma de comunicación política que apela a pasiones degradadas del electorado, emociones fáciles de despertar en el convencimiento de que motivan la acción del voto, en la práctica del resultado final de la primera vuelta demostró no funcionar como esperaban sus mentores. Será porque el pueblo llano aprendió a distinguir entre lo verdadero y lo falso o porque la ciudanía merece otro tipo de promoción electoral. Ha de haber lugar para otra comunicación. Una vinculada a la realidad política, ya no entendida como truco histriónico, sino como parte sustancial de lo político y de la práctica política. Una comunicación que es educación y no show mediático; y que ya no piensa en consumidores imbéciles, sino en ciudadanos conscientes. Esperémosla en segunda vuelta.