Transcurrido un buen trecho de la campaña presidencial que se supone es el camino transitado por el pueblo ecuatoriano hacia “un mejor destino”, ya que esta vez no solo elegimos un presidente, cabe preguntarnos qué tan verdadero ha sido ese tránsito, desde la realidad de nuestros problemas sociales, hacia la solución que representa la construcción de un futuro mejor. Se nos ha hablado de “cambio», “libertad”, “prosperidad”, “esperanza” y “democracia”, entre otras palabras claves que venimos escuchando en el transcurso de la campaña en el supuesto de que representan aquel estado superior de convivencia que, según nos dicen, debemos alcanzar.
En medio del florido lenguaje de campaña estos meses hemos escuchado sendas metáforas o analogías en la propaganda con la que se nos quiere seducir y ligarnos con tal o cual propuesta política. Pero también se nos habla de escenarios figurados, edulcorados o maquillados por eufemismos, esa figura literaria que usa palabras o expresiones más suaves o decorosas que sustituyen otras consideradas de mal gusto. Precisamente, los eufemismos se utilizan en política para suavizar la carga negativa que puedan tener ciertas palabras o expresiones. La pregunta de cajón es qué representan, o si reflejan o no la realidad de los hechos o la autenticidad en aquello que se nos promete y quiso decir.
Los ejemplos abundan, pero entre los más notables eufemismos que escuchamos durante la campaña electoral cabe citar algunos en boca de conspicuos políticos aspirantes al poder. El más evidente, creo yo, es aquel que precisamente nos dice que esta vez “elegimos un destino y no solo un presidente”. Con esa frase rimbombante tal vez se nos quiera decir que en el acto eleccionario optamos por un espacio que se convierte en sendero y meta al mismo tiempo, en principio y fin de la tierra prometida. ¿Y cuál es ésta? Pues precisamente aquella que una determinada ideología quiere proyectar en el imaginario colectivo. En este caso, tal destino no es otra cosa que un paradigma político, un modelo social concebido a imagen y semejanza de quien lo propicia. Ese eufemismo del destino elegido lo hemos escuchado en boca de los voceros de la derecha política ecuatoriana, candidatos, analistas, comunicadores, periodistas y observadores en campaña.
¿Puede haber mayor carga ideológica que la advertencia propagandística de elegir “no solo un presidente sino un destino? Dicho destino no puede ser más que el proyecto neoliberal. De allí se desprende una serie de otros eufemismos en expresiones políticamente aceptables que reemplazan a otras inoportunas o peligrosas. Por ejemplo, la expresión “recuperemos la libertad y la democracia”, concomitante con ese “destino” que debemos elegir. Sustantivos que la propaganda se ha encargado de advertirnos que tienen origen en la misma matriz ideológica de los candidatos que hablan de “elegir un destino”. Dicho en otras palabras, el eufemismo quiere maquillar o reemplazar a ese modelo de sociedad donde impera el destino de la propiedad privada o privatizada, sobre la vida cotidiana de gobernantes y gobernados en un universo social en el que los medios de producción, instituciones y servicios como salud, educación, seguridad, cultura, vivienda, entre otros derechos ciudadanos, son una mercancía transable “libre y democráticamente” en un mercado. Ese es el meollo que viene incluido en el ADN de la cultura neoliberal y que se traduce en promesas de campaña -de un mejor destino- tales como privatizaciones, libertad, democracia, etc.
Un eufemismo justifica a otros. Por ejemplo, para camuflar las privatizaciones de entidades y servicios públicos propuestas por los candidatos neoliberales -Lasso y otros-, se sugiere el eufemismo “monetización de los activos del Estado”, para referirse a la compra venta, a precio de gallina enferma, de todas aquellas empresas estatales que, precisamente, son las más rentables en áreas energéticas o telecomunicaciones, etc.
Y ¡oh sorpresa! Si no incurrimos en ese nuevo “destino” neoliberal, privatizador que como cantos de sirena entona la derecha, corremos el riesgo de aumentar -otro eufemismo- “el riesgo país”, que viene a ser como nuestra malaya suerte con la que nos califican nuestros propios acreedores para decirnos que somos mal pagadores de una deuda eterna. Ser un país riesgoso entonces nos convierte en un territorio en el que los “inversionistas” extranjeros no quieren poner plata para hacer jugosos negocios. Esa malhadada situación está revestida de otro eufemismo: somos un país en el que “no existe seguridad jurídica”, es decir, que las reglas del juego no favorecen a chulqueros internacionales o a voraces compañías transnacionales que vendrían al Ecuador a condición de contar con la seguridad de poder llevarse de nuestros recursos, la parte rugiente del león.
Nuevos eufemismos
Para la segunda vuelta electoral se han inventado otros eufemismos que ya estamos escuchando a diario en boca de los candidatos contrincantes. Uno de ellos -Hervas- llamó a hacer “un pacto por el país” que, de paso, fue aceptado por Lasso. Con semejante eufemismo hace el llamado a la unidad de las fuerzas políticas interesadas en enfrentar al correísmo como si los pactantes convocados solos fueran el país. El mentado pacto sugerido tal vez no cuaje en la realidad. Y para preparar el terreno, Lasso lanza otro eufemismo y propone “conversar sobre el futuro del Ecuador” en una reunión programada con Yaku para el día de hoy, en consecuencia que lo único que interesa hablar al candidato indigenista es del “fraude electoral” del que dice ser víctima su candidatura. Y para impedirlo y dejarlo claro, utiliza otro eufemismo: “que exista máxima transparencia”, queriendo decir que se garantice respeto por la voluntad popular expresada en las urnas.
El uso de floridos eufemismos utilizados de cara a la segunda vuelta tiene el claro propósito de estimular el endoso de votos de un candidato a otro, situación que a este paso se está volviendo cuesta arriba, porque una cosa son los “pactos patrióticos” de los candidatos en disputa, y otra muy distinta es la bronca que genera el resentimiento mutuo de las bases en conflicto.
La semántica política quiere pasar gato por libre y nos muestra un mundo inexistente por real. Es, precisamente, esa semiótica derechista que en el propósito vergonzante de camuflar su ideología, recurre a metáforas o analogías eufemísticas. La izquierda, en ese sentido, es menos burda y habla o utiliza en su relato político un lenguaje más directo y, por lo mismo, menos manipulador. Habituada a decir las cosas por su nombre, muchas veces la autenticidad de la izquierda le resta votos o abre el espacio propicio para que sea desprestigiada en campañas sucias o del terror. Ejemplo de aquello es la campaña de miedo al comunismo -ahora se dice eufemísticamente, “autoritarismo”-, el cual pretende ser reemplazado con la promesa de una sociedad en “democracia y libertad”.
En épocas de campaña es necesario reconocer e identificar estos recursos del lenguaje político y su relato eufemístico, para que nuestro voto sea expresión real de rechazo frente a una camuflada realidad.
No vaya a ser que la propia elección presidencial se convierta en otro eufemismo.