Metafóricamente se dice que una elección es una fiesta democrática. Con esa afirmación se quiere significar que hay motivos que celebrar en una fiesta, representación lúdica que tiene mucho de irreal, celebrada por lo general un día no laborable para conmemorar un acontecimiento civil o religioso. La fiesta es vista de reojo porque según se considera “no aporta nada trascendente a la vida social, ni relevante para el conocimiento”, consecuentemente, resulta improductiva. ¿Será pertinente, entonces, la analogía festiva a una elección de representación popular?
De igual manera se da por hecho que el voto es la genuina expresión de la democracia, su pleno ejercicio, cuyo producto es la realización de la voluntad popular. Visto así, democracia es un sistema político que defiende la soberanía del pueblo y su derecho a elegir y controlar a sus gobernantes. Este concepto tiene origen en la trilogía ideológica sobre la cual se erigió la sociedad burguesa contra las monarquías europeas: libertad, igualdad y fraternidad. Aunque el término democracia viene etimológicamente del griego: δημοκρατία (dēmokratía), y alude a una manera de organización social que atribuye la titularidad del poder al conjunto de la ciudadanía. En sentido estricto, la democracia es una forma de organización del Estado que permite teóricamente que las decisiones colectivas sean adoptadas en un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. De allí se colige que democracia es la cultura de la equidad, la tolerancia, el reconocimiento del otro en sociedad.
Sin embargo el uso social atribuyó a la democracia diversos apellidos: democracia representativa, democracia fallida, democracia simulada, etc. La pregunta pertinente es, ¿qué representa la democracia, en qué falla y qué simula?
Vista en sentido sociológico estricto, la democracia es una institucionalidad de nivel superestructural que se da la sociedad, en la que se materializa la ideología imperante y se expresa en instituciones -legislación, justicia, educación, religiosidad- que se funcionalizan en representación y legitimidad de la estructura económica organizada en base de la propiedad privada de los medios de producción y el producto del trabajo.
Cuando dicha institucionalidad no cumple su cometido, falla o permite un germen que contradice su razón de ser, es el momento de cooptarla o, lisa y llanamente, destruirla por la fuerza. Con esa lógica en la sociedad capitalista tienen lugar los golpes de Estado, conspiraciones y derrocamientos del orden establecido. ¿Qué representa sino el asalto al Capitolio en el corazón mismo de la sociedad democrática, paradigmática del capitalismo norteamericano? La fórmula funciona en una serie correlativa de sucesos que dan cuenta de la desnaturalización y pérdida de sentido del orden democrático instituido. Se nos enseña desde temprana edad que ese orden fue instaurado por la presencia y vigencia de tres poderes clásicos, ejecutivo, legislativo y judicial, que actuando de manera conjunta e independiente se complementan. El primero regenta al Estado, el segundo ostenta la pluralidad política y, el tercero, un aparato judicial que administra, vigila y sanciona el cumplimiento de los preceptos legales instituidos y regentados por los dos anteriores. ¿Será solo eso la democracia? ¿Es que no hay otra forma de expresar la idealizante máxima del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo?
Al parecer no es posible de que ese pueblo se dé otra forma de organización social, más directa, menos intrincada que la creación de miles de leyes que no se cumplen y una retahíla de instituciones que no funcionan. No en vano alguien afirmó que a más leyes, menos democracia.
No es extraño entonces que desde esa concepción se considere que aquello que no se engendró en el ADN del capitalismo, simplemente, no es democrático. El ejemplo geográfico más cercano es Cuba, un Estado socialista de derecho y justicia social con un sistema político de una democracia popular, no obstante, considerado por sus detractores como estado totalitario dictatorial.
El nuevo orden surgido de la Revolución Cubana se definió como un sistema político de transición a una sociedad socialista y, por lo tanto, vinculado a este proyecto. En ese sistema corresponden organizaciones de masas y profesionales con las funciones de representar intereses sectoriales, socializar las propuestas y decisiones políticas, movilizar a la población, y construir el consenso. Comprende las Asambleas del Poder Popular, órganos representativos y máxima autoridad del Estado en cada instancia, el órgano de Gobierno, los Organismos de la Administración Central del Estado, los Institutos Armados y los Órganos de Impartición de Justicia. Sin duda el orden social cubano difiere en su concepción al vigente en el sistema capitalista. Allí existe otra forma de institucionalidad y de gobernanza, ejercicio del poder y representación de intereses colectivos e individuales. Esa institucionalidad expresa diversa ideología que se materializa en un partido político único, asamblea y tribunales populares que administran y dirimen los asuntos de la sociedad en su conjunto.
En la sociedad capitalista siempre se dijo que la presencia de muchos partidos es sinónimo de democracia, mientras más organizaciones y movimientos políticos más democrática es la sociedad. El ejemplo de que aquello no es necesariamente cierto es el propio Ecuador, con 270 organizaciones políticas y un evidente cuestionamiento a un sistema que cada día se muestra menos participativo e incluyente de la ciudadanía, por tanto, menos representativo con una democracia fallida, simulada, que no es tal.
Al fin y al cabo, una democracia que termina siendo nada más un relato, producto y reflejo de una ideología que representa en su apología, intereses clasistas. Habrá tanta democracia como ideologías, sin embargo, la democracia no es la suma de las partes, sino la integración en un cuerpo institucional de la diversidad social e histórica de un país.
Hoy salimos a votar en ejercicio de una de las formas que la sociedad capitalista permite legitimar el sistema. Siempre y cuando ese ejercicio no cuestione o vulnere el estatus quo, caso contrario el asalto a las instituciones, como en el Capitolio, es el siguiente guión de una trama compleja y muchas veces dolorosa para los pueblos que se impone a sí misma la sociedad.
Vayamos a sufragar y hagamos el ejercicio insuflando el pecho y respirar mejor aire en un país con diversas vocaciones, entre otras, celebrar una fiesta democrática y jugar a ser socialmente justo, tantas veces sin lograrlo.