El 28 de enero marca el fin del plazo válido para publicar encuestas y hacer conocer a la ciudadanía la intención de voto de los electores. A partir de ese momento la campaña electoral entra en un túnel oscuro que no permite saber cómo van las preferencias ciudadanas ante las ofertas proselitistas. De cara a este hecho, amerita revisar qué ha sucedido y sucederá en relación a este tema.
De las 19 empresas encuestadoras autorizadas por el CNE, 4 señalan que existe “entre el 30% y el 60% de indecisión” a diez días de las elecciones. Estos porcentajes, por lo demás con enorme oscilación entre sus cifras extremas, se explican por “la gran cantidad de candidatos y por los problemas del país”. Estas razones causales desacreditan el sistema político porque significa que los electores no confían en los candidatos, instituciones ni en el gobierno nacional. En una apreciación más de fondo, las causas de la indecisión hay que buscarlas no solo en el exceso de candidatos, sino en la falta de corrientes políticas y organizaciones de alcance nacional, desinterés ciudadano y una mayor preocupación por temas sanitarios y económicos.
Según los encuestadores, la indecisión de voto disminuirá a un 15% o un 20% hasta el día de las elecciones. Variación que siempre, según sus argumentos, se manifiesta junto a la existencia de un “voto útil” con el que los ciudadanos votan por candidatos con posibilidades de ganar aunque no sea su favorito. Situación que el ciudadano común no tiene cómo comprobar, resignado a creerle a las encuestas. Este es un punto clave del túnel oscuro que no nos deja ver si esa evolución en las decisiones es cierta o inventada, de última hora, en los argumentos de los encuestadores para justificar el ajuste de sus “predicciones” que, al final, están obligados en hacer coincidir con el resultado real para no perder credibilidad ante la ciudadanía. No resulta extraño que la mayoría de las 19 encuestadoras autorizadas para publicar sondeos de opinión electoral no mencionan el porcentaje de indecisión junto con las preferencias del electorado, será porque precisamente eso se usa para virar la intención de voto.
En nuestro país no existe un estudio serio de algún investigador que analice a fondo el trabajo de las encuestadoras, su validez metodológica, solvencia profesional y ética. Ese estudio se lo hace con cierta regularidad en otros países, pero en Ecuador nadie “fiscaliza” a las empresas encuestadoras a las que tenemos que creer en su solvencia moral, profesional y márgenes de error.
Un estudio realizado en Argentina establece que los datos obtenidos del análisis de contenido a tres de los principales periódicos -La Nación, Clarín y Pagina 12- permitieron comprobar que estos diarios había atribuido “bastante relevancia a las encuestas durante un periodo preelectoral”. La investigación reveló que se había utilizado encuestas para “fundamentar las ideas de los periodistas y de los candidatos”, antes que para transmitir información electoral útil a los electores. Es decir, la utilidad y utilización política de las encuestas quedó al descubierto. En otras palabras, las notas periodísticas -artículos, reportaje y entrevistas- que habían cubierto las campañas electorales se basaron principalmente en “reflejar actos y comentarios de los candidatos”, y no utilizaron las encuestas como tema central de análisis objetivo. En la mayoría de los casos las notas de opinión en prensa habían mencionado las encuestas, pero no las analizaban de manera técnica. Sin publicar fichas técnicas, los sondeos fueron exhibidos más como análisis político de los periodistas que como datos duros para ayudar a los ciudadanos a tomar una decisión informada a la hora de votar.
A partir de esta evidencia, para mejorar la calidad de la democracia, tanto los encuestadores como los medios de comunicación deberían aportar mucho más que resultados y cobertura de las encuestas que le sirva para argumentar su propia opinión sobre las noticias electorales del día. Los ciudadanos reclamamos que se usen las encuestas como herramientas técnicas, que nos enseñen los datos técnicos, que si no son bien explicadas, una mala interpretación conduce a tomar decisiones mal formuladas. Caso contrario, no reflejan la opinión pública sino la opinión publicada, que la mayor de las veces no sirve para decidir confiablemente en democracia.
La relación entre los tres actores de la opinión pública -políticos, medios de comunicación y ciudadanos- ha probado ser conflictiva y desigual. Los medios informativos son responsables, debieran serlo, de acompañar a los ciudadanos en sus decisiones, pero cuando contratan a las encuestadoras no plasman la voz ciudadana en forma rigurosa y por lo general fallan en el objetivo de formar a los ciudadanos para lograr una buena calidad de debate democrático.
Ante la disparidad frecuente entre el pronóstico de las encuestas y los resultados finales de las elecciones, o las contradicciones diarias entre encuestadores, se cuestiona la capacidad predictiva de los sondeos electorales y si las encuestas tienen ese suficiente potencial predictivo. Pero no es suficiente la crítica a la encuesta, es preciso hacerla extensiva a los encuestadores y a los intérpretes de los datos. La ciudadanía tiene en las redes sociales el mejor espacio para hacerlo, pero esa vía de comunicación también debe ser analizada en su validez en el contexto del panorama electoral.
En medio del túnel oscuro, al que ingresamos en este periodo de silencio de las encuestas, ya nos están hablando del voto útil, al tiempo que dejan flotando en el ambiente ese abultado porcentaje de indecisión. No es viable aceptar una nueva campaña encubierta por el voto útil para manipular a lo “indecisos”-empleada ya en los comicios del 2017- o la necesidad de “no desperdiciar el voto” en uno de los candidatos que difícilmente llegará a la segunda vuelta. Alerta, el voto útil busca apoyo para quien tiene más oportunidad de ganar, en lugar de votar por el candidato de preferencia personal y, por lo general, suma votos para que otro candidato no gane.
Encuestadores y medios informativos tienen dos opciones: se ponen de lado de la democracia o de la autocracia informativa; respetar al público o hacernos creer que no se nota el intento grosero de hacer pasar su opinión publicada por opinión pública.
En este túnel oscuro no se puede extraviar la democracia.