Una frase manida que repite con reiteración el Presidente es que deja un país mejor del que recibió. Nada más alejado de la verdad.
Deja un país enfermo, quebrado y sin esperanza, endeudado y acoquinado con los atracadores internacionales. Este gobierno miente cuando dice que en el país ha sembrado futuro, insultando la inteligencia, azuzando a la memoria popular a compararlo con su antecesor que lo puso en el lugar donde está y por pura y dura felonía defecciona desde el primer día. Traición, además, a una patria abatida, al fin y al cabo, quien traiciona una vez no garantiza que no volverá hacerlo.
Régimen que cuenta con la complicidad de una calaña de opinadores que actúan inspirados por la creencia errada de ser interlocutores válidos frente a la sociedad civil. Dicha validez no existe sino en la concupiscencia o la vanidad de sus acólitos. Economicistas que pregonan rancias fórmulas del fracaso neoliberal de otros países. Que dicen representar al pueblo, que hablan por su bien, cuando en realidad es todo lo contrario. Voceros ad honorem del sin honor de cierta opinión publicada. Encuestadores embusteros que nos quieren convencer, alegremente, de que reflejan en sus cifras el sentir ciudadano en encuestas amañadas.
Creadores del imaginario de una política ruin en el país ingobernable, inamovible en sus crisis endémicas. Malaya suerte la de los ecuatorianos que nos parieron pobres y moriremos miserables. Por qué azuzar tanto al pueblo jugando con fuego, condenándolo a una mala calidad de vida y de muerte, en medio de la peor peste. Paladines del fracaso entregan un país descompuesto con cada cartera de Estado que hiede de mal en peor, al punto que para la entrevistadora matinal de un canal gobiernista el ministerio de Salud “está podrido”. Quieren disimular este Estado criminal que condena a morir a la gente más vulnerable desviando el destino de las vacunas públicas. Gobierno vergonzante que socapa a sus peores ministros con sus errores. Un ministro que, sin rubor, corre a vacunarse a Guayaquil y vacuna a sus familiares antes que a médicos, enfermeras y ancianos. Un gobierno que es el sistema de personas, leyes y funcionarios que definen y controlan el país al que nos han condenado.
La antítesis de gobierno que concibió el libertador Simón Bolívar: el gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política.
Cuánta razón tiene Serrat, ironizando en su canción nuestros buenos tiempos, tiempos fabulosos, fabulosos para sacar tajada de desastres consentidos y catástrofes provocadas. Tiempos como nunca para la chapuza, el crimen impune y la caza de brujas. Corren buenos tiempos, buenos tiempos para equilibristas, para prestidigitadores y para sadomasoquistas. Corren buenos tiempos, buenos tiempos para esos caballeros locos por salvarnos la vida a costa de cortarnos el cuello. Corren buenos tiempos, buenos tiempos preferentemente para los de toda la vida para los mismos de siempre.
Sabemos, desde Voltaire, que es peligroso tener razón cuando el gobierno está equivocado. También sabemos que todos los gobiernos mueren por la exageración de su principio. Un pueblo no cree ya en su gobierno, a lo sumo ese pueblo está resignado.
Este gobierno ya perdió la oportunidad de ser la excepción.