Nadie es profeta en su tierra, dice el adagio popular. Y Tadashi Maeda lo sabía el día que se afincó en nuestro país. Vino el invierno de 1998 por insinuación de su compañera de estudios en la Universidad de Indiana, la compositora Chio Patiño, y se empleó como profesor de música en la Fundación Sinfonía Juvenil. También sabía Maeda que hay migrantes y migrantes, que unos se arraigan en tierras extrañas motivados por la idea de mejorar su vida, otros por contribuir a mejorar la vida de la tierra que los acoge. Maeda fue de estos últimos.
Había nacido en abril de 1972 en Osaka, Japón, “colina grande” en idioma natal. Tadashi pasa su infancia en esa ciudad, en la desembocadura del río Yodo y cuenta la reseña que eligió entre dos escuelas que había en la ciudad, la de música y la de kárate. Por su temperamento, ingresa a los cinco años de edad a estudiar música y define su destino. Desde entonces practicó la ejecución del violín, varias horas al día, hasta alcanzar el virtuosismo.
Un buen día conoce a la pianista, Chinatsu Maeda, casa con ella y procrea a sus hijos Mina y Bungo, con quienes forma una familia a la que complace como un padre dedicado y amante de la buena cocina que practica como aficionado.
Entre las actividades profesionales que Tadashi ejerció en Ecuador, destaca la Dirección Nacional de la Fundacion Teatro Nacional Sucre de Quito. En esa institución muestra una pasión poco común por la música que se convierte en un legado trascendental que el artista deja en el país y que la Fundación considera que “es imposible determinar el gran aporte de Tadashi Maeda a la cultura de Ecuador”. Lo que sí fue posible percibir es la entrega en el amor que profesó al país y que Tadashi puso en cada acorde de una magistral interpretación de nuestra música tradicional. Apasionado de su oficio, convertido en arte con un violín en sus manos, integra el Tadashi Maeda Sexteto, donde consagra su profunda afinidad con la música ecuatoriana.
Conocí a Maeda hace algunos meses, durante una entrevista para Radio La Red. Me impresionó su sencilla manera de estar en el mundo, hombre afable -rasgo de artista auténtico-, se expresaba en un fluido español que, a ratos, se fundía con sonoros acordes de violín interpretando pasillos y sanjuanes. En esa oportunidad hablamos de su producción musical en el país, del álbum Identidades que Tadashi produjo por encargo del Fondo de Salvamento del Patrimonio y de su cotidiana estancia en el país. Al final del encuentro me quedó la sensación de cómo un hombre de una cultura, aparentemente, extraña a la nuestra pudo arraigarse con tal naturalidad a nuestras costumbres y soñar los mismos sueños. Silenciado su instrumento, prematuramente, por su partida irreparable, nos quedamos escuchando en silencio tanto que nos tiene que decir.
Tadashi, profeta en esta tierra, viene anunciando en los acordes de su violín que el arte une a los pueblos, que uno es de la tierra donde se hace y que no tiene que hacernos olvidar aquella donde se nace. Si una nos dio la vida, la otra, el sentido de la existencia.